Félix García-Moriyón me envió hace días un artículo del economista Luis M. Linde titulado 'Animal grotesco, pero feroz'.
El autor hace un interesantísimo repaso de los orígenes de la denominada corrección política.
Sitúa los albores de ese movimiento en el 'Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Frankfurt' fundado en 1923, aunque el movimiento sigue su desarrollo en los Estados Unidos de la mano de autores como Adorno, Marcuse o Fromm.
Los dos principales desarrollos de ese instituto, por lo que a la corrección política se refiere, son la personalidad autoritaria y la crítica de la Ilustración. "pero la crítica que tuvo una influencia decisiva en la construcción de la corrección política es la que se refiere a la suerte de los débiles y al sufrimiento humano".
Se trata de defender a los más débiles a cualquier precio y de quitarles cualquier responsabilidad sobre su situación.
"Quien no es débil, es malo.
Lo bueno de la bondad natural del hombre no es el hombre sino la naturaleza.
Es bueno en tanto que ser natural, no en tanto que humano.
Las desigualdades son siempre excesivas e injustas y deben ser compensadas o, cuando la compensación es difícil o imposible --como ocurre con las capacidades intelectuales-- simplemente negadas o anuladas en sus consecuencias prácticas.
Además, las minorías, pueblos real o pretendidamente oprimidos, siempre poseen un derecho franco a la violencia".
Ahí es nada.
Dice Linde que lo políticamente correcto invita a las minorías a imponer su voluntad a la mayoría. El pluralismo y la alternancia contradicen lo políticamente correcto.
Se puede admitir la opulencia de un deportista, de un cantante o de un ganador de la bonoloto, pero la de un empresario es inaceptable.
En el universo relativista de la corrección política, el concepto de verdad objetiva carece de sentido. Lo relevante es cómo encajan las opiniones en las pautas de indignación moral, así como en las convenciones sociales políticamente correctas.
Naturalmente esa visión ataca de lleno a la democracia porque se justifican los ataques a la libertad de expresión y al debate abierto.
Concluye Linde que "los intérpretes más celosos de la corrección política son los que más enfáticamente niegan su existencia.
Dicen que se trata de un monstruo imaginario creado por la derecha para desacreditar a los que quieren cambiar el status quo.
Imaginario o no, come todos los días y, aunque es viejo, goza de excelente capacidad reproductiva y amenaza constantemente nuestra libertad y nuestra cultura".
Pienso que Linde olvida decir que somos nosotros, los ciudadanos de a píe, los únicos responsables de que esas despóticas prácticas haya cuajado. Somos nosotros, con nuestra pasividad y nuestra tendencia a la sumisión, los que permitimos que un puñado de dictadores --literalmente-- gobiernen nuestras vidas.
El control social funciona porque los controlados así lo queremos.
Recuerden:
Nadie debería asustarse del Gobierno.
Es el Gobierno el que debería asustarse de la gente