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martes, 9 de noviembre de 2010

La Venganza de Gaia (y Parte 2)

Me sorprende, negativamente, la selectividad de Lovelock al elegir algunos de los datos sobre los que descansan sus argumentos. Un ejemplo especialmente revelador es su aceptación acrítica del famoso ‘palo de golf’ de Mann [“me gusta tenerlo a la vista para reforzar mis argumentos frente a los escépticos del calentamiento global”] así como de las evidencias que el IPCC da por válidas –por ejemplo, la interpretación de la correlación entre temperatura global y nivel de CO2 y metano en el hielo antártico.

En el capítulo 4 confiesa que se toma en serio “la opinión de Michael Crichton”, pero no porque la considere correcta, sino porque es un excelente novelista. Sin embargo, no se toma la molestia de explicarnos por qué considera incorrecta su postura.

Lovelock omite la réplica que los investigadores canadienses Stephen McIntyre y Ross McKitrick hicieron en 2003 sobre el palo de golf de Mann que el IPCC considera válido, demostrando que era claramente incorrecto (ver gráfico). Este sabio inglés debería tenerlo también a la vista para recordarle que a veces los científicos ven lo que no hay.


Tampoco discute la posibilidad de que la correlación entre temperatura y CO2 puede atribuirse a un aumento de temperatura, no al incremento de CO2: el aumento de calor emitido por el sol promueve que se retenga más dióxido de carbono en la atmósfera.

Quizá el mayor quebradero de cabeza para Lovelock es la superpoblación. Simplemente Gaia no puede mantener esa ingente cantidad de sapiens, por lo que la catástrofe que él predice aliviará la carga.

Soy solamente un psicólogo, pero lo que sé sobre la Tierra me lleva a concordar con estas tres declaraciones de Lovelock hacia el final de su obra:

no estamos mejor cualificados para ser los administradores o promotores de la Tierra de lo que las cabras lo están para ser jardineros (…)

los científicos y los asesores científicos tienen miedo de admitir que, en ocasiones, no saben qué sucederá en el futuro (…)

vivimos en tiempos de enconado enfrentamiento, no de reflexión, y tendemos a oír solo los argumentos de los grupos de presión que representan intereses específicos”.

Estas declaraciones son coherentes con una postura diferente a la mantenida expresamente por este científico en la ‘La venganza de la Tierra’: hagamos lo que hagamos, seguiremos o no con nuestra civilización según los cambios que se produzcan en nuestro hogar planetario por motivos que escapan a nuestro control. Si pereciésemos como civilización volveríamos al lugar que nos corresponde entre las estrellas de las que provenimos. ¿Para qué preocuparse tanto? ¿Por qué deberíamos obsesionarnos con el futuro? Cuidar del propio hogar ahora es la mejor apuesta. Como lo ha sido siempre. A veces lo hacemos mejor, otras peor. Lo que tenga que venir, vendrá. Y entonces sabremos si lo mejor supera a lo peor.

Más información:

lunes, 8 de noviembre de 2010

La Venganza de Gaia (Parte 1)

James Lovelock se decanta ahora por predecir un futuro terrible para la civilización. Según sus cálculos, Gaia nos expulsará de su seno, durante el siglo en curso, por haberla agredido sin criterio. Su meta de preservar las condiciones óptimas para la vida entra en contradicción con los objetivos del sapiens dirigidos al desarrollo económico sin freno.

Nuestra única posibilidad de sobrevivir como civilización a la inevitable venganza de Gaia, es olvidarnos de los ingenuos objetivos verdes y procurarnos una poderosa fuente de energía para cuando nos vengan mal dadas. No le tiembla el pulso al defender la energía atómica. Los países que se resistan a crear, urgentemente, centrales nucleares, serán los primeros en ser exterminados por la ira terrestre.

Lo que personalmente me atrae de Lovelock es que no muestra reservas al expresar lo que piensa según los datos que maneja. Algunos ejemplos. Que seamos listos es una ventaja en general, pero un inconveniente para interactuar con Gaia: “nuestra inteligencia y nuestra creatividad nos ha metido en este atolladero”. Admite que puede estar equivocado: “existe una mínima posibilidad de que los escépticos del cambio climático tengan razón”. Le parece ridículo el afán por vivir más tiempo: “en este mundo se emplea tiempo y dinero a espuertas para tratar de curar el cáncer e intentar ampliar la esperanza de vida, pero no me conmueve el esfuerzo por tratar de vivir tanto (…) casi un tercio de nosotros moriremos de cáncer porque todos respiramos aire, que está lleno del carcinógeno más peligroso: el oxígeno (…) los cancerígenos naturales generados por la vida vegetal están presentes en concentraciones miles de veces superiores a las de los producidos por la industria química”.

Arremete contra los medios de comunicación y contra los políticos: “vivimos una época en que las emociones y los sentimientos cuentan más que la verdad, y existe una enorme ignorancia científica (…) sospecho que los únicos científicos a los que conocemos bien son aquellos capaces de escribir libros interesantes. Los que de verdad contribuyen al avance del conocimiento quedan en el anonimato. Los científicos más jóvenes no pueden expresar libremente sus opiniones sin perjudicar sus posibilidades de conseguir becas o publicar artículos. No están limitados por tiranías políticas o teológicas, sino por las omnipresentes hordas de funcionarios que forman la gran tribu de cualificados pero obstrusivos cargos intermedios”.

Expresa también extraordinarias reservas sobre las llamadas energías renovables en las que quiere sustentarse el llamado desarrollo sostenible: “el crecimiento económico crea la misma adicción entre los políticos que la heroína en los toxicómanos (…) la extravagante e intrusiva construcción de plantas eólicas debe cesar de inmediato (…) las granjas de viento alteran la verticalidad de la atmósfera e influyen negativamente en el clima de la región en la que se instalan (…) necesitamos la superficie de varios planetas como la Tierra sólo para cultivar biocombustibles (…) Europa ha perjudicado gravemente su agricultura y su competitividad en el mundo mediante una compleja mezcla de subsidios, créditos y mercadeo que se conoce como política agraria comunitaria. Ahora la UE está decidida a impulsar una política energética todavía más insensata (…) la responsabilidad de haber aconsejado mal a los gobiernos recae en bienintencionados urbanitas víctimas del sueño romántico e imposible de las energías renovables y de un temor equivocado a la energía nuclear (…) la naturaleza daría la bienvenida a los residuos nucleares”.

También dice cosas que pueden resultar sorprendentes, pero que él explica con un convincente detalle: “una gran biodiversidad no es necesariamente algo deseable y que deba ser protegido a toda costa”. O, también, “cuando un accidente en el mar vierte grandes cantidades de petróleo lo vemos como un desastre medioambiental, y hasta hace poco tratábamos de limpiarlo con detergentes. Ahora, con mayor sentido común, dejamos que se encarguen de la limpieza los organismos naturales para los que el vertido es comida”.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Gaia (y Parte 3)

O somos ignorantes o evitamos aceptar lo evidente: “nuestra zozobra sobre el futuro del planeta y las consecuencias de la contaminación proviene de nuestra ignorancia sobre los sistemas de control planetario”.

Lovelock sintetiza tres características de Gaia que podrían modificar nuestra relación con la biosfera: (a) Gaia optimiza las condiciones de la totalidad de la vida en la Tierra, (b) las consecuencias de nuestras acciones sobre la Tierra dependerán de dónde concentremos nuestra saña –hacerlo sobre la plataforma continental sería insensato, y (c) la regulación de oxígeno se mide en milenios, por lo que obtener evidencias a corto plazo carece de sentido de cara a contribuir a corregir algo por medios humanos.

Dice el autor que “la explotación de la ecología humana con fines políticos puede terminar por convertirse en nihilismo, en lugar de ser un impulso reconciliador entre la humanidad y la naturaleza”.

Los presuntos efectos de la llamada contaminación humana son un juego de niños cuando se comparan con los catastróficos efectos de una glaciación natural en la que la mano del Sapiens estuvo completamente ausente. Carecemos de perspectiva –o se desea hacer negocio amparándose en nuestra miopía intelectual.

Hacia el final de su obra, Lovelock reflexiona sobre el papel de la ciencia en algo tan politizado como el medio ambiente, destacando ideas realmente interesantes. Dice que los científicos construyen modelos sobre la Tierra desde sus universidades, pero su contacto directo con la naturaleza es minúsculo. Carecen de información recogida sobre el terreno, por lo que se ven obligados a suponer que la información de los libros y los artículos es correcta. Si esa información “no concuerda con el modelo será en los hechos donde esté el error. A partir de ahí es sencillísimo dar el paso fatal: seleccionar únicamente los datos que se ajusten al modelo”.

Sin embargo, “la confección de modelos con datos atrasados e imprecisos es una práctica tan absurda como predecir el tiempo de mañana utilizando un ordenador gigante y los datos metereológicos de 30 años atrás”.

Si las predicciones catastrofistas que todos conocemos se basan en simulaciones, pero éstas son manipulables, entonces nuestra confianza en ellas debería degradarse. Gaia es mucho más que la suma de sus partes. Nosotros, y nuestras cosas, somos una de ellas. Pero solo una y no precisamente de las más relevantes. Imaginar que nosotros y nuestras cosas estamos en disposición de alterar a Gaia es pretencioso y, posiblemente, absurdo. Aunque hay que admitir que aceptar ese absurdo y publicitarlo compulsivamente se ha convertido en un negocio multimillonario para algunos.

P.S. En 2006 Lovelock publicó ‘The Revenge of Gaia’, obra a la que dedicaremos espacio aquí en breve. En la entrevista que Rosa Montero le hizo para el diario El País, el científico británico declaró que en el siglo XXI se producirán sucesos ambientales –esencialmente una inundación de descomunales proporciones—que reducirán la población del planeta a un puñado de individuos. La supervivencia de nuestra especie dependerá de que esos individuos dispongan de la capacidad de producir y manipular la energía nuclear.

¿Vieron el largometraje de Roland Emmerich 2012?

miércoles, 13 de octubre de 2010

Gaia (Parte 1)

La idea de Gaia, la Madre Tierra, está relacionada con las concepciones panteístas que a menudo han suscrito los filósofos de la antigüedad. Baruch Spizona es un ejemplo destacado.

Gaia supone que, desde sus comienzos, el planeta azul, nuestro hogar –pero no solamente nuestro—se ha auto-regulado para propiciar las condiciones necesarias para la vida.

En la obra de James Lovelock (Gaia. Una nueva visión de la vida sobre la Tierra) se discute la hipótesis de que “la biosfera es una entidad autorregulada con capacidad para mantener la salud de nuestro planeta mediante el control del entorno químico y físico”.

Se trata de un texto publicado hace más de 30 años, pero en el que ya se dice que las discusiones sobre el medio ambiente se encuentran tan politizadas que hasta los científicos parecen encontrarse en un tribunal de justicia en el que algunos hacen de abogados defensores y otros de fiscales. Sin embargo, no es esta “la mejor forma de descubrir las verdades científicas”.

La hipótesis de Gaia proviene del encargo que se hizo a algunos científicos de concretar cuáles era los factores que debían buscarse en la exploración de otros planetas para comprobar la existencia de vida. Por ese camino se descubrió que una atmosfera tan improbable como la de la Tierra solo era posible manipulándola desde la superficie mediante la vida misma: “la atmósfera era una extensión de la biosfera”.

Las consecuencias de esta hipótesis son extraordinarias. Gaia es “una entidad compleja que comprende el suelo, los océanos, la atmósfera y la biosfera terrestre. El conjunto constituye un sistema cibernético auto-ajustado por retroalimentación encargado de mantener en el planeta un entorno física y químicamente óptimo para la vida”.

Si la hipótesis es correcta, entonces el intento actual por parte del Homo Sapiens de regular y controlar a Gaia resulta bastante estúpido y hasta puede llegar a ser contra-producente.

Un ejemplo sobre cómo funciona la mente lineal y simplista del Sapiens cuando se compara con Gaia corresponde a la denostada contaminación: “el efecto de lanzar grandes cantidades de productos derivados de la combustión de combustibles fósiles a un atmósfera controlada por la biosfera puede ser muy distinto del efecto que estos gases tendrían sobre una atmosfera inorgánica y pasiva”.