domingo, 17 de agosto de 2008

SOBRE LA EXPO INTERNACIONAL DE ZARAGOZA 2008

Estuve visitando la Expo Internacional de Zaragoza 2008, dirigida a concienciarnos del carácter central del agua para la vida del ser humano sobre la Tierra. También pude ver rotundos mensajes sobre nuestra habilidad para acabar con los recursos naturales. El espectáculo nocturno (Iceberg) que tuvo lugar a orillas del río Ebro, es la estrella de la exposición: el ser humano es lo peor que le ha podido pasar al planeta azul.

Se trata de una exposición destinada a cambiar las actitudes de los visitantes. Pero podemos preguntarnos si es preciso este cambio o si, desde hace tiempo, los ciudadanos somos conscientes de la necesidad de reducir las conductas que castigan el medio ambiente y vulneran los principios básicos de convivencia entre el Homo Sapiens y su hogar.

Hay un especial canto a las basuras, discutible en cuanto a su justicia. Hace bastantes años, por ejemplo, los productos de consumo se fabricaban para durar. Desde hace un tiempo, sin embargo, se construyen para fomentar la adquisición de novedades cada poco tiempo. Se habla de la sociedad de consumo, pero dudo que al usuario estándar le agrade la idea de sustituir los productos que consume, pagando una suma absurda, en lugar de simplemente repararlos a un precio moderado. El problema es que generalmente se castiga la tendencia a repararlos y se premia su sustitución.

Durante la visita se tiene una sensación desagradable: parece que el ser humano está fagocitando a la Tierra. Sin embargo, si uno se pregunta cuál es la superficie terrestre habitada por el insaciable humano, se puede empezar diciendo que 2/3 del planeta constituyen océanos y mares: el humano no vive en el agua. Algunos datos hablan de que solamente el 5% del tercio restante está habitado por la humanidad. ¿Posee la actividad desarrollada en ese 5% el suficiente poder como para producir los supuestos devastadores efectos que se nos atribuye en la Expo Zaragoza?

También se ocultan datos que me parecen relevantes para lanzar un mensaje equilibrado y realista, no tendencioso. Por ejemplo, en el Pabellón de España, una grafica mostraba el aumento de CO2 en un lugar determinado de la Tierra desde 1970 hasta la actualidad. La tendencia era claramente ascendente, y se supone que demostraba la correlación entre CO2 y calentamiento global. El problema es que los datos a escala geológica dicen claramente que el aumento de CO2 es posterior al incremento de la temperatura en la Tierra, lo que encaja mal con el presunto efecto causal del primero sobre el segundo.

También se omite que el aumento de temperatura detectado en las dos últimas décadas se corresponde con el cierre de las estaciones metereológicas de los lugares más fríos del planeta (Siberia) tras la caída del muro de Berlín: si no hay datos de los lugares más fríos de la Tierra, pero se sigue calculando la media de temperatura, la consecuencia lógica es un aumento general, pero tal incremento será falso.

La evidencia más rotunda, que también se oculta en la Exposición, es que la peor época del Siglo XX, en cuanto a emisión de gases contaminantes a la atmósfera, incluyendo pruebas nucleares en diferentes regiones, coincide con una reducción sistemática de la temperatura media en la Tierra: entre los años 30 y los 60.

Finalmente, la gráfica muestra los cambios de temperatura en la Tierra durante miles de años, el periodo que debería considerarse para tener una visión global.


El gráfico estimulan la siguiente pregunta: ¿por qué deberíamos obsesionarnos en la actualidad por aquello que se nos dice en la Expo que resultará fatal para la humanidad?

Claramente han existido periodos más cálidos en los que nadie sensato, a no ser que se trate de un comisario de la Expo o de un apóstol de Al (Capone) Gore, discutirá que no existían emisiones de CO2 a resultas de la actividad del Homo Sapiens.

Es absurdo centrarse en lo que sucede año a año, como sucede en la actualidad en los medios de comunicación.

Algunos ciudadanos empezamos a estar hartos de recibir información tendenciosa destinada, en último término, a justificar políticas dudosas que lograrán reducir nuestra calidad de vida, y, por supuesto, lo que es todavía peor, impedir el desarrollo de los países pobres.

Cuanto me habría satisfecho que la Expo, celebrada en una importante ciudad española, hubiera tenido la valentía de contarnos la verdad.

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