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domingo, 11 de mayo de 2008

EL ESPEJISMO DE RICHARD DAWKINS

La editorial ESPASA ha publicado en 2007 el libro de Richard Dawkins, El espejismo de Dios (The God Delusion), que sería más apropiado traducir como El delirio de Dios, tanto por el término “delusion” (de connotaciones psiquiátricas) como por la intención del autor de considerar que los creyentes deliran.

Como científico debo concordar con su tesis principal de que recurrir a la figura de Dios para comprender los enigmas que rodean el origen de la vida y, para el caso, de la humanidad, es contrario a nuestra naturaleza de buscar una explicación basada en principios físicos (“sugerir que la primera causa, la gran desconocida que es responsable de que exista algo en vez de nada, es un ser capaz de diseñar el Universo y de hablar a millones de personas simultáneamente, es una abdicación total de la responsabilidad de encontrar una explicación”). Recurrir a Dios solo añade el enigma sobre cuál es, a su vez, su origen.

Sin embargo, discrepo de su enfoque de que la ciencia conoce la mayor parte de las respuestas que la religión considera materia de fe. A los científicos nos iría bien un baño de humildad de tanto en tanto. Reconocer que ignoramos muchas respuestas es positivo, igual que dejar a un lado la religión para tratar de encontrarlas usando el método al que estamos acostumbrados para resolver los problemas que la naturaleza nos plantea.

Pienso, en contra de Dawkins, que la humanidad está en su perfecto derecho de recurrir a Dios para satisfacer sus necesidades trascendentales y que determinados aspectos de la religión ayudan a la gente a seguir unas pautas morales que gobiernan su conducta. Tiene razón el autor al exponer los males que la religión ha desatado y causa en la actualidad, pero eso no descarta de un plumazo sus aspectos positivos, que también forman parte de nuestra historia, pero que Dawkins decide ignorar.

Los ateos no creemos en la existencia de Dios, pero eso no tiene por qué llevarnos al punto al que el autor quiere conducirnos. La selección natural deja sin explicar muchas cosas y sobre ellas se ceba, injustificadamente, el llamado creacionismo o diseño inteligente. Pero la prepotencia de quienes sostienen que la selección natural es el único mecanismo mediante el que se ha llegado a la variedad de especies que pueblan en la actualidad el planeta tierra (“la selección natural no solo explica toda la vida; también mejora nuestra conciencia sobre el poder que tiene la ciencia para explicar cómo puede emerger algo complejamente organizado a partir de comienzos simples sin ninguna guía deliberada”) es el factor que otorga credibilidad a los creacionistas entre determinadas audiencias. A los científicos que, además, somos ateos, nos iría muy bien aceptar esas lagunas, manteniendo nuestro determinante propósito de cubrirlas con el proceso de indagación propio de la ciencia. De hecho, la obra de Dawkins termina con una frase que suscribo plenamente: “estoy emocionado por estar vivo en un momento en el que la humanidad está luchando contra los límites del entendimiento”.

Tampoco somos capaces de ofrecer, en el momento presente, una explicación para el origen de la vida. Sostener que es fruto de una muy improbable casualidad es una alternativa (“los científicos invocan a la magia de los grandes números”). Declarar, como hacen los creacionistas, que en ese origen se encuentra la mano de Dios no lo es. ¿De dónde proviene esa mano?

Eso no significa que los científicos no debamos sorprendernos ante hechos como que si las leyes y constantes de la física hubieran sido ligeramente diferentes, el Universo se habría desarrollado de una forma tal que la vida hubiera sido imposible. “si la fuerza intensa fuera demasiado pequeña, digamos 0.006, en vez de 0.007, el Universo no contendría nada más que hidrógeno, y no resultaría ninguna química interesante. Si fuera demasiado grande, digamos 0.008, todo el hidrógeno se habría fusionado para formar elementos más pesados. Una química sin hidrógeno no podría originar vida tal como la conocemos”. Evitemos darles argumentos a los creacionistas negándonos a aceptar que la ciencia ignora muchas cosas. Pero mantengamos, con firmeza, nuestro propósito de averiguarlas, dejando que otros puedan pensar de modo alternativo, o, incluso, no pensar en absoluto.

Dawkins no necesita, para defender su argumento básico, caer en las descalificaciones que solo sirven para alimentar la beligerancia de los religiosos radicales: “vicio de la religión”, “los teólogos no tienen nada que aportar que merezca la pena”, “la única diferencia entre El código Da Vinci y los Evangelios es que estos son ficciones antiguas, mientras que el primero es una ficción moderna”, “aquellas personas que saltan directamente desde la ofuscación personal frente a un fenómeno natural hasta la apresurada invocación de lo sobrenatural, no son mejores que los tontos que ven a alguien haciendo conjuros para doblar una cuchara y llegan a la conclusión de que eso es paranormal”, “en este libro me he abstenido deliberadamente de detallar los horrores de las cruzadas, de los conquistadores y de la Inquisición española”.

En suma, la obra de Dawkins me resulta tan integrista como los religiosos radicales que justifican sus atrocidades recurriendo a sus sagradas escrituras. Los argumentos que salpican el libro oscilan entre la racionalidad, que suscribo, y la pelea callejera con un puñado de presuntas mentes religiosas que han hecho de su combate con la ciencia su sentido en nuestro planeta azul.

jueves, 10 de enero de 2008

¿RELIGIÓN vs. CIENCIA?

¿ERA LA TIERRA PLANA?

Jeffrey Burton Russell, Profesor de Historia de la Universidad de California, escribió en 1991: “durante los primeros 15 siglos de la era cristiana (…) casi toda la opinión académica afirmaba la esfericidad de la Tierra, y en el siglo XV habían desaparecido todas las dudas al respecto”.

En la edad antigua y media del cristianismo, San Agustín, Santo Tomás, Roger Bacon y Dante ratificaron la idea de una Tierra esférica.

Ninguno de los pensadores racionalistas y anticlericales (Condillac, Condorcet, Diderot, Gibbon, Hume) acusaron jamás a los escolásticos de creer en una Tierra plana. Entonces ¿cómo se puede comprender que se haya transmitido la idea, fuertemente asentada en la educación, de que en la Edad Media pensaban que la Tierra era plana?

Ninguna de las fuentes históricas disponibles sobre el viaje de Cristóbal Colón relata nada relacionado con debates sobre la esfericidad de la Tierra.

Betrand Russell, primero, y Stephen Jay Gould, después, se han cebado con la presunta revolución copernicana y cómo ésta desplazó al hombre del centro del Universo, algo que no deja de ser paradójico en un científico que conoce la teoría de Einstein: el Universo no tiene ningún tipo de referencia, se puede afirmar que algo se mueve en relación a otro algo y no existe ningún punto que tenga superioridad sobre los demás.

El Papa León X expresó su interés por Copérnico y su hipótesis heliocéntrica se ganó el favor papal. Sin embargo, no sucedió lo mismo entre los promotores de la Reforma. Calvino se opuso a Copérnico y Lutero también lo rechazó. Curiosamente, en ningún momento Copérnico sufrió ninguna persecución por parte de la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica ha estado más abierta a la ciencia de lo que sugiere su reputación. El Vaticano abrió su propio observatorio en el Siglo XVI, facilitando así la reforma del calendario, un avance de la astronomía moderna. En 1582, el Papa Gregorio XIII estableció el calendario gregoriano en los países católicos.

El objetivo de la ciencia es describir las leyes de la naturaleza. Esas leyes pertenecen a un cosmos creado y no parten del caos. Si el universo se comportase al azar, la ciencia no podría existir:

Descartes: “pienso descubrir las leyes que Dios ha puesto en la naturaleza
Newton: “la regulación del sistema solar presupone el dominio de un ser inteligente y poderoso
Kepler: “estoy pensando en los pensamientos de Dios

¿UNA ABDICACIÓN DE LA INTELIGENCIA HUMANA?

Las teorías científicas que tratan de explicar la aparición de la vida como resultado del azar y la necesidad ¿son realmente científicas o son una abdicación de la inteligencia humana?

Si la evolución a partir de una caos y debida a cambios fortuitos no queda establecida por la ciencia y depende de las presunciones filosóficas de sus seguidores, es necesario que se nos enseñe dogmáticamente en las escuelas.

La teoría de la selección natural de Darwin se reduce a la afirmación de que algunos organismos tienen más descendencia que otros. No comienza a jugar algún papel hasta que se produce la auto-reproducción de los mecanismos ya existentes. Por tanto, no es una explicación del origen de los organismos auto-reproductores. La teoría de la evolución por selección natural se parece demasiado a la teoría político-económica del primer capitalismo. De hecho, se podría declarar que el darwinismo es una economía política victoriana traducida a la biología.

¿Cómo llegaron a existir los complejos sistemas bioquímicos? Son esenciales para el funcionamiento de la vida y su aparición no se puede atribuir a la casualidad. En 1990 Francis Crick tuvo que recurrir al principio de parmspermia dirigida. Como Premio Nobel de Biología, sabía lo bastante sobre biología molecular como para percatarse de que un origen de la vida que no fuera dirigido tenía graves inconvenientes. Otros bioquímicos menos eminentes suelen callar las dificultades de la filosofía materialista imperante en la actualidad.

Aceptar la explicación de Darwin conlleva creer que basta con disponer de vástago de émbolo para que un coche ande un poco. Después, si se le aplica una manivela, andará un poco más. Finalmente, cuando todas las partes estén en su sitio, el coche podrá alcanzar los 40 kilómetros por hora.

Tendrían que ocurrir al mismo tiempo demasiados e improbables acontecimientos para que una cadena de accidentes produjera la vida.

¿Cuáles son realmente las pruebas de la evolución? ¿Cuál es su fuerza?

LAS PRUEBAS DE LA EVOLUCIÓN: ¿SON REALMENTE CONCLUYENTES?

Los cambios genéticos son indudables, omnipresentes y triviales. La evolución implica algo más que eso.

Veamos algunas palabras del paleontólogo británico Colin Patterson: “una mañana me desperté y sentí que algo debía haber sucedido por la noche, porque tuve la desagradable impresión de que había estado trabajando en esa materia durante veinte años y no sabía ni una sola cosa de ella. Aquello fue un completo schock para mi; darse cuenta de que uno puede estar tan despistado durante tanto tiempo (…) Resulta bastante fácil establecer historias sobre cómo una forma de vida dio origen a otra y encontrar razones para explicar el proceso que debió favorecer la selección natural. Pero tales historias no forman parte de la ciencia, porque no hay manera de ponerlas a prueba”.

Darwin tomó las estructuras homólogas como una prueba de la evolución. Todo lo que tenemos son unos huesos. Naturalmente, al apoyarnos en los fósiles no tenemos otra forma de identificar a los antepasados comunes más que contemplando sus estructuras homólogas. Pero existen significativas similitudes de estructura que incluso los darvinistas más radicales se niegan a atribuir a un antepasado común. El intervalo de tiempo que separa a los fósiles es tan enorme que no podemos decir nada definitivo sobre sus posibles conexiones en relación a su linaje y descendencia. Hay conjeturas, eso si.

Sin embargo, los textos de biología aseguran a los estudiantes que el árbol de la vida de Darwin es un hecho científico confirmado por las pruebas. Sin embargo, cuando se valora conforme a las auténticas pruebas fósiles y moleculares, se comprueba que es una hipótesis disfrazada de hecho.

En el famoso experimento de laboratorio de Miller y Urey, de 1953, solo se pudieron crear aminoácidos simples. La creación de proteínas, bastante relevantes para la vida, enseguida se contempló como un paso inabordable. Para que nos hagamos una idea: un aminoácido es con respecto a un organismo viviente lo que una letra del alfabeto a una obra de Lope de Vega.

Es más, en los años setenta, los científicos comenzaron a darse cuenta de que la atmósfera primordial de la Tierra no tenía nada que ver con la mezcla de gases utilizada por Miller y Urey en su laboratorio.

Sin embargo, a día de hoy, los manuales siguen usando el experimento de Miller y Urey como argumento de que los científicos han demostrado un primer paso en el descubrimiento del origen de la vida.

Jonathan Wells: “¿cómo puede hablarse de la evolución darwiniana desde las amebas a los mamíferos, si ni siquiera se ha podido demostrar el origen de una especie de mosca de la fruta a partir de otras especies de moscas de la fruta?”

Un parte de la comunidad científica sostiene que la evolución es un hecho. Se regodea en su monopolio y defiende que no debería enseñarse el creacionismo en el colegio, porque eso es religión y no ciencia.

FUENTE: Tom Bethell (Redactor de American Spectator)