La editorial ESPASA ha publicado en 2007 el libro de Richard Dawkins, El espejismo de Dios (The God Delusion), que sería más apropiado traducir como El delirio de Dios, tanto por el término “delusion” (de connotaciones psiquiátricas) como por la intención del autor de considerar que los creyentes deliran.
Como científico debo concordar con su tesis principal de que recurrir a la figura de Dios para comprender los enigmas que rodean el origen de la vida y, para el caso, de la humanidad, es contrario a nuestra naturaleza de buscar una explicación basada en principios físicos (“sugerir que la primera causa, la gran desconocida que es responsable de que exista algo en vez de nada, es un ser capaz de diseñar el Universo y de hablar a millones de personas simultáneamente, es una abdicación total de la responsabilidad de encontrar una explicación”). Recurrir a Dios solo añade el enigma sobre cuál es, a su vez, su origen.
Sin embargo, discrepo de su enfoque de que la ciencia conoce la mayor parte de las respuestas que la religión considera materia de fe. A los científicos nos iría bien un baño de humildad de tanto en tanto. Reconocer que ignoramos muchas respuestas es positivo, igual que dejar a un lado la religión para tratar de encontrarlas usando el método al que estamos acostumbrados para resolver los problemas que la naturaleza nos plantea.
Pienso, en contra de Dawkins, que la humanidad está en su perfecto derecho de recurrir a Dios para satisfacer sus necesidades trascendentales y que determinados aspectos de la religión ayudan a la gente a seguir unas pautas morales que gobiernan su conducta. Tiene razón el autor al exponer los males que la religión ha desatado y causa en la actualidad, pero eso no descarta de un plumazo sus aspectos positivos, que también forman parte de nuestra historia, pero que Dawkins decide ignorar.
Los ateos no creemos en la existencia de Dios, pero eso no tiene por qué llevarnos al punto al que el autor quiere conducirnos. La selección natural deja sin explicar muchas cosas y sobre ellas se ceba, injustificadamente, el llamado creacionismo o diseño inteligente. Pero la prepotencia de quienes sostienen que la selección natural es el único mecanismo mediante el que se ha llegado a la variedad de especies que pueblan en la actualidad el planeta tierra (“la selección natural no solo explica toda la vida; también mejora nuestra conciencia sobre el poder que tiene la ciencia para explicar cómo puede emerger algo complejamente organizado a partir de comienzos simples sin ninguna guía deliberada”) es el factor que otorga credibilidad a los creacionistas entre determinadas audiencias. A los científicos que, además, somos ateos, nos iría muy bien aceptar esas lagunas, manteniendo nuestro determinante propósito de cubrirlas con el proceso de indagación propio de la ciencia. De hecho, la obra de Dawkins termina con una frase que suscribo plenamente: “estoy emocionado por estar vivo en un momento en el que la humanidad está luchando contra los límites del entendimiento”.
Tampoco somos capaces de ofrecer, en el momento presente, una explicación para el origen de la vida. Sostener que es fruto de una muy improbable casualidad es una alternativa (“los científicos invocan a la magia de los grandes números”). Declarar, como hacen los creacionistas, que en ese origen se encuentra la mano de Dios no lo es. ¿De dónde proviene esa mano?
Eso no significa que los científicos no debamos sorprendernos ante hechos como que si las leyes y constantes de la física hubieran sido ligeramente diferentes, el Universo se habría desarrollado de una forma tal que la vida hubiera sido imposible. “si la fuerza intensa fuera demasiado pequeña, digamos 0.006, en vez de 0.007, el Universo no contendría nada más que hidrógeno, y no resultaría ninguna química interesante. Si fuera demasiado grande, digamos 0.008, todo el hidrógeno se habría fusionado para formar elementos más pesados. Una química sin hidrógeno no podría originar vida tal como la conocemos”. Evitemos darles argumentos a los creacionistas negándonos a aceptar que la ciencia ignora muchas cosas. Pero mantengamos, con firmeza, nuestro propósito de averiguarlas, dejando que otros puedan pensar de modo alternativo, o, incluso, no pensar en absoluto.
Dawkins no necesita, para defender su argumento básico, caer en las descalificaciones que solo sirven para alimentar la beligerancia de los religiosos radicales: “vicio de la religión”, “los teólogos no tienen nada que aportar que merezca la pena”, “la única diferencia entre El código Da Vinci y los Evangelios es que estos son ficciones antiguas, mientras que el primero es una ficción moderna”, “aquellas personas que saltan directamente desde la ofuscación personal frente a un fenómeno natural hasta la apresurada invocación de lo sobrenatural, no son mejores que los tontos que ven a alguien haciendo conjuros para doblar una cuchara y llegan a la conclusión de que eso es paranormal”, “en este libro me he abstenido deliberadamente de detallar los horrores de las cruzadas, de los conquistadores y de la Inquisición española”.
En suma, la obra de Dawkins me resulta tan integrista como los religiosos radicales que justifican sus atrocidades recurriendo a sus sagradas escrituras. Los argumentos que salpican el libro oscilan entre la racionalidad, que suscribo, y la pelea callejera con un puñado de presuntas mentes religiosas que han hecho de su combate con la ciencia su sentido en nuestro planeta azul.
Coincido contigo Roberto. No obstante, es importante que la gente inteligente creyente vaya tomando conciencia de que precisamente lo inteligente no es creer en Dios. Quizás pensar en ello les ayude a continuar haciéndose preguntas y un día, salir de la caverna y ver la luz. O, como diría Nietzsche, liberarse de la carga que supone la idea de Dios, y así dejar de ser camellos para pasar luego a ser leones (con furia y fuerza para tomar las riendas de otra manera de vivir), y, más tarde, ser capaces de transformarse en niños (y con ello empezar de nuevo, de cero, reelaborando los propios valores y la propia cosmovisión).
ResponderEliminarEs complejo y espinoso el problema de Dios. No creo que las creencias religiosas sean para los individuos menos inteligentes y las ateas para los mas inteligentes. La valentía puede no tener nada que ver con esto. Puede que Jesucristo tuviera razón con aquello de que al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Recientemente un psicólogo jubilado (Richard Lynn) ha publicado un trabajo en el que muestra que existe una correlación significativa (y negativa) entre nivel de religiosidad de los paises y su capacidad intelectual (CI). Si se confirma, esto implicaría que el proceso hacia el ateismo es inexorable. No es necesario empujar para precipitarlo.
ResponderEliminarEse estudio, es una auténtica estupidez, grandes intelectuales han sido creyentes. El ateísmo, es una opción respetable como creer en algún tipo de deidad. Además, el tema de Dios, es muy complejo porque no todos creen en el mismo tipo de DIos. Algunos Dioses como los de la religión hindú, casi parecieran la nada de los ateos. Dios entra dentro de la meditación subjetiva de cada uno. Yo respeto el ateísmo, me considero agnóstico pero jamás diría que un ateo es menos listo por ser ateo. De todos modos, os diría que en los foros de física, hay más tendencia a creer en la existencia de un "matrix", y cosas por el estilo, que en los de "biología". Creer en un "matrix", o creer que existimos en diferentes x infinitos universos, mee parece más increible qu creer en Dios, y desde luego en los foros de física no me parecen personas tontas para nada.
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