¿Nos influye mucho la sociedad? ¿En qué medida influye la educación sobre cómo eres? ¿Influye la TV en nuestra conducta?
¿Verdad que parece una pregunta complicadísima de responder? Pero, a lo mejor, no es para tanto…
Existen bastantes leyendas urbanas sobre la influencia de la sociedad en el individuo o sobre el hecho de que la educación nos convierte en lo que somos, y no digamos ya sobre el efecto que poseen los medios de comunicación y la televisión en particular.
Desde el niño que vio Superman se lanzó en picado desde un ático, hasta el adolescente que, después de visionar Kill Bill, sale a la calle con una espada samurai y la emprende a sablazos con quienes tuvieron la mala suerte de interponerse en su camino. En ambos casos, el diagnóstico es meridiano, al menos para algunos.
Sin embargo, puede que hallar la respuesta más verosímil requiera dar algún rodeo. Antes de aceptar lo que aparentemente es válido, podríamos preguntamos por qué absolutamente ninguna de las millones de las personas que vieron Superman decidió arrojarse desde un último piso cubierto con una capa roja. Si el efecto del largometraje fuera tan arrollador como se quiere dar a entender, no tendrían que llamarnos humanos sino lemmings.
Nadie sensato, o que no tenga interés en vender periódicos o hacerse con el ‘share’ de la parrilla televisiva, suscribiría la declaración de que Superman es el responsable de que el niño se suicidará de manera tan trágica o de que Quentin Tarantino promovió que el ‘teenager’ albaceteño cometiera asesinatos atroces.
La pregunta sobre si la sociedad nos influye mucho puede encontrar una respuesta rápida considerando en qué medida nos influyen las personas que se encuentran más cerca de nosotros, nuestros allegados. En una palabra, ¿en qué medida nos influye la convivencia con los miembros de nuestra familia? Por lo que sabemos, la respuesta es de poco a nada. Por lo tanto, si un intenso y prolongado contacto apenas influye en cómo somos a la larga o en las que cosas que hacemos o dejamos de hacer, ¿cómo es posible que nos influyan personas a las que no conocemos de nada o con las que jamás tuvimos ni tendremos ninguna relación personal?
Quizá se podría argumentar que determinadas estrellas del espectáculo ejercen una poderosa influencia en los jóvenes. De acuerdo. Pero solamente en algunos jóvenes y durante un cierto tiempo. Si esa influencia es únicamente sobre un cierto sector y, en la mayor parte de los casos, se disipa con el tiempo, entonces a lo mejor se trata, generalmente, de una influencia irrelevante a efectos prácticos.
Con la educación pasa algo parecido. Las autoridades no paran de ofrecer cursos, o producir panfletos informativos, destinados a que los chavales no fumen o conduzcan con prudencia y sobrios. Sin embargo, ya sabemos cuál es el destino de ambas acciones: algunos jóvenes son sensibles a esos mensajes, una buena mayoría atiende sin demasiado entusiasmo y los demás se toman como un reto hacer justo lo contrario.
Quizá sea una buena estrategia aceptar algo que determinados publicistas hace tiempo que usan discrecionalmente: el mundo es como una enorme cafetería en la que se ofrece un extraordinario abanico de opciones. Hay gente a la que le gusta el café con leche, pero algunos le ponen azúcar y otros no, sacarina sólida o líquida, poco o mucho café, leche fría o caliente. ¿De qué depende esta variedad de gustos? Quién sabe, pero el hecho es que existen –y eso limitándonos al café con leche.
Para complicar las cosas, durante una época puede gustarnos el café con leche, pero, de la noche a la mañana, abominamos del blanco elemento y nos damos al café solo. ¿Por qué? Enigma.
En resumen, la sociedad, la educación o la televisión influyen de modo diferente sobre cada uno de nosotros. Por tanto, se trata de una ‘influencia’ relativa. El término y su significado son inapropiados. Más bien podría decirse que la sociedad, la educación o la televisión ponen a nuestra disposición un menú. Y somos nosotros, según nuestras particulares inclinaciones, quiénes confeccionamos el banquete que deglutiremos durante un periodo de nuestra vida. Pero quizá no en el siguiente.
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