viernes, 21 de abril de 2017

Una Sociedad Libre

¿Vivimos en una sociedad libre aquí en Occidente?

Sobre el papel así es, no hay duda.

Nuestra constitución, por ejemplo, “garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos”.

Además, “se reconoce y protege el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción (…) el ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa”.

Sin embargo, basta con abrir al azar un periódico (en el iPad), mirarse o escuchar un rato –también aleatoriamente—la televisión o la radio, o brujulear unos minutos por las redes sociales (Twitter o Facebook serán suficientes) para que se imponga la sensación de que no es así, en absoluto.

Es verdaderamente abrumadora el ansia que parecen albergar determinados individuos y colectivos por imponer a los demás lo que consideran adecuado para ellos. Optaron por determinadas cosas, las pusieron en práctica, gozaron y después quisieron que el resto de la sociedad siguiera sus pasos. Si los demás no ven la luz, ya se les colocará debajo de un potente foco para que terminen confesando que estaban equivocados al no abrazar la fe verdadera.

Los mecanismos de presión son, a veces, sutiles, pero no siempre es el caso, ni mucho menos. Quien discrepa resulta primero marginado y después castigado, no con el látigo de su indiferencia, sino con un garrote vil en la plaza del pueblo.

El veneno antidemocrático no suele provenir de una sola cobra social.

La situación se parece más a una cacería en la que una jauría de lobos persigue a una gacela.


Los católicos son tildados de retrógrados, de medievales –asumiendo, gratuitamente, que el calificativo es insultante—por quienes han leído –aunque casi seguro que se limitaron a echarle un vistazo a un YouTube de 12 minutos—a los intelectuales que han suscrito los mensajes de, por ejemplo, Richard Dawkins.

Los exfumadores miran con un odio cerval a quien se sienta plácidamente en su terraza a disfrutar del humo de su puro habano.

Los veganos blanden sus pancartas para que los despiadados carnívoros depongan su actitud de asesinar a sus semejantes en el reino animal.

Los antitaurinos se untan de kétchup y se tiran en las calles para denunciar el crimen contra la humanidad que supone el arte del toreo.

Algunos universitarios, profesores y estudiantes, se sienten ofendidos porque un científico exponga sus dudas sobre la eficacia de las políticas dirigidas a reducir la violencia en la pareja.

Un ciudadano, sensibilizado por el uso del cuerpo de la mujer en la publicidad, visita el Museo de El Prado y eleva una protesta formal por la exposición de la maja desnuda.

Los ejemplos son abundantes. Elegí algunos al azar.

A efectos prácticos ya no vivimos en una sociedad en la que dominen los valores democráticos. Eso es así. Ahora unos desean imponerse a otros y nadie quiere sentirse ofendido por las opiniones de los demás. Al decirlo abiertamente suena ridículo, pero los hechos son contundentes.

Los miembros de un grupo de personas sentados en un restaurante al que han acudido para deglutir la paella de los jueves, miran cuidadosamente a su alrededor antes de comenzar a bromear sobre lo divino y lo humano. Alguien con la sensibilidad a flor de piel podría estar escuchando y, llegado el caso, denunciar los luctuosos comentarios ante el correspondiente colectivo. Ahora siempre hay alguno.

Vivimos en un mundo aterrador aquí en Occidente. Se nos están escurriendo de las manos los logros alcanzados en el último cuarto del siglo XX. Aún estamos a tiempo de cerrar el puño, incluso de recuperar lo que yace en el suelo y algunos disfrutan pisoteando.

¿Tendremos el valor de reclamar lo que es nuestro?

¿O nos abandonaremos al albur de los caprichosos vientos sociales?
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--> Excelente conversación de Christina Hoff Sommers & Camille Paglia sobre, entre otras cosas, el delirante control de determinados colectivos sociales sobre la libertad de expresión.




2 comentarios:

  1. Hola, Roberto. Me parece un tema muy interesante el que tratas y que además está a la orden del día. Realmente no somos conscientes de nuestra imposición sobre los demás porque, como dices, a veces es sutil. Sin embargo esto lo podemos ver con nuestros propios ojos tanto en políticos, como en universidades y las propias calles. Creo que la base de que en la sociedad actual no exista la libertad de expresión, tal y como debería, es la falta de respeto hacia las demás opiniones que pueden ser contrarias a la nuestra, lo que parece darnos un motivo suficiente como para negar su existencia e imponer nuestra verdad, cuando realmente no hay opiniones universales y verdaderas, en mi opinión. Gracias por compartir el vídeo con la conversación sobre este tema, me parece muy interesante. Un saludo, Belén.

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  2. Gracias por el comentario, Belén. Sería bastante sencillo superar esta bizarra situación social. Pero debe existir la voluntad para ello. Saludos, R

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