Hace
algo más de una década, mi colega y amigo Félix García Moriyón, me hizo una
entrevista sobre las emociones. Voy a reproducir ese contenido aquí, pero por
entregas. Vivimos una época en la que exponer distintas visiones sobre
determinados supuestos puede llegar a ser relevante. A medida que lean
comprenderán por qué. O eso espero.
(Publicado originalmente en ‘Diálogo
Filosófico’, Año 21, Mayo/Agosto, II/2005, páginas 223-240)
Félix García Moriyón: Sin
duda, el tema de las emociones y sentimientos está teniendo una amplia acogida
en la sociedad actual. Basta con ver los anaqueles de las librerías
generalistas, en especial los dedicados a la autoayuda y prácticas afines. Si
bien volveré sobre esta moda más adelante, me gustaría comenzar con una
pregunta sencilla: ¿Existe en estos momentos un acuerdo suficiente entre los
psicólogos en lo que entienden por sentimientos y emociones? ¿Cómo se definen
ambos en estos momentos?
Roberto Colom: Raymond Cattell
distinguió hace muchos años entre ergios y sentimientos. Los primeros
constituyen tendencias innatas de actuación, tales como el temor, la
sexualidad, el gregarismo o la lucha. Los segundos son resultado de la
inversión cultural de los ergios; algunos ejemplos son el sentimiento
religioso, el conyugal, el profesional o el comunitario. Esta distinción es
consistente con la idea de que los sentimientos están fuertemente anclados en
nuestra biología ancestral, pero también con la necesidad de considerar el
contexto cultural en el que nos ha tocado vivir. Precisamente por situarse en
esta zona media entre biología y cultura me parece una propuesta especialmente
interesante sobre los sentimientos humanos, aunque debo confesar que otros
psicólogos pueden discrepar.
En cuanto a las emociones, tu pregunta acierta al señalar que están
de actualidad. La psicología ha estudiado extensamente el papel de las
emociones: cómo las expresamos e interpretamos, o como las encajamos en nuestra
personalidad. Durante décadas, las emociones han sido tratadas como un
componente independiente de nuestra racionalidad. De hecho, se consideraba que
las emociones debían simplemente mantenerse bajo control para poder actuar
racionalmente. Sin embargo, en los últimos años parece cobrar protagonismo la
visión de que razón y emoción forman parte de un mismo sistema. En otras
palabras, podemos estudiarlas independientemente, pero se ha de tener muy
presente que interactúan de un modo sistemático para entender por qué los
humanos actuamos como lo hacemos.
Sin embargo, mi visión es bastante pesimista. Sentimientos y
emociones dependen fuertemente de mecanismos que escapan al control racional.
Son, por decirlo directamente, componentes primitivos de nuestra personalidad
que se distribuyen normalmente en la población. Por pura probabilidad, habrá
personas muy temerosas y nada temerosas, individuos adictos al sexo y ajenos al
intercambio de fluidos, gregarios y asociales, o creyentes y ateos. Entre ambos
extremos nos situaremos la mayor parte de los mortales, con niveles que giran
en torno a una media, pero no idénticos. Estas tendencias difícilmente se
pueden controlar racionalmente. El único modo de lograrlo es emplear mecanismos
igualmente primitivos que contra-resten las tendencias iniciales.
Desgraciadamente, entre estos mecanismos no se cuenta nuestra
racionalidad.
Un ejemplo de lo que trato de expresar proviene del campo de la
delincuencia. Un caso especialmente dramático es el maltrato familiar.
Difícilmente se puede afirmar que la sociedad fomenta conductas de esta
naturaleza de ninguna manera. Muy al contrario, cada vez existen más campañas
destinadas a la eliminación de esta lacra social. Sin embargo, el número de
casos no remite. ¿Qué sucede? Una explicación probable radica en mi declaración
anterior: no se puede combatir los accesos emocionales con la razón.
Sencillamente ese no es el camino, aunque debo confesar que puedo estar
equivocado.
Psicólogos como Hans Eysenck
o David Lykken sostuvieron que la
prevención de la delincuencia exigía instaurar una conciencia pro-social en los
individuos cuando todavía estábamos a tiempo, es decir, durante el proceso de
socialización. Y las vías para hacerlo en ningún caso suponían el empleo de la
razón, sino procesos tan elementales como el condicionamiento clásico: una
conducta antisocial debían ser castigada de modo contingente, de manera que ante
la tentación de volver a expresarla, el individuo experimentase ansiedad como
un anticipo al posible castigo.
FGM: Si bien no me ha quedado del
todo clara la distinción entre emociones y sentimientos, en el supuesto de que
haya alguna, me interesa centrarme más en lo que planteas respecto a la
educación. En cierto sentido pareces mostrarte tan escéptico como Aristóteles quien consideraba difícil,
si no imposible, proporcionar una educación moral a las personas que padecían
incontinencia pasional o akrasia, mucho menos apelando a la razón. Tú pareces
apoyar la necesidad de un aprendizaje temprano más próximo al condicionamiento
clásico y/o instrumental. ¿Qué significa exactamente que debemos reforzar de
modo contingente determinadas conductas? Por otra parte, ¿qué relación guarda
esto con otra propuesta tuya en la que dabas mucha importancia a la gestión
inteligente de las emociones?
RC: Mi hija puede desear fervientemente el CD de Avril Lavigne que me acaba de regalar mi esposa, pero no lo hace
porque sabe que la castigaré. Cuando se imagina cogiendo mi CD predice
(correctamente) que, si me entero, no podrá salir el sábado por la tarde con
sus amigas. Opta entonces, inteligentemente, por pedirme permiso. ¿Por qué
predice que será castigada? Porque sabe que si la pillo, lo haré sin
contemplaciones, como ocurrió en una anterior ocasión con el CD de Pat Metheny que me sustrajo
aprovechando que estaba en el gimnasio.
Sin embargo, si mi hija fuese poco temerosa y, además, impulsiva,
me costaría más trabajo y tiempo lograr que sintiese ansiedad ante la tentación
de birlarme el CD durante mi ausencia deportiva. Pero lo conseguiré si
persisto.
El proceso de convertir a mi hija en una persona que sea capaz de
gestionar sus emociones de un modo inteligente consiste precisamente en (a) averiguar
cómo es, cuál es su temperamento y su carácter, (b) actuar de modo consistente
en aquello que le está permitido hacer y en lo que bajo ningún concepto debe
llevar a la práctica sin mi permiso y (c) saber que si mi hija es poco temerosa,
impulsiva, agresiva o extravertida no deberé actuar como padre igual que si es
muy temerosa, controlada, pacífica o introvertida.
Convendría olvidar la vieja, pero extendida, idea de que existe una
receta para educar en una gestión inteligente de las emociones o los
sentimientos. Es falso. Cada niño presenta su propio carácter y quien va a
educarle debe tener esta patente realidad muy presente. Si castigamos
reiteradamente a un niño temeroso, con el tiempo lograremos convertirle en un
neurótico. Si evitamos castigar a un niño poco temeroso, terminaremos conviviendo
con una versión doméstica de Al Capone.
FGM: En cierto sentido, parece ser
que complicas algo más la educación de los sentimientos, convirtiéndolo casi en
un arte, en el que la atención a las exigencias de cada caso concreto es
fundamental. Dejemos por el momento la educación sentimental y volvamos al tema
central. Tú mismo acabas de decir que son componentes primitivos fuertemente
arraigados en la biología. ¿Crees que los trabajos de los psicólogos
evolucionistas, como Buss o Pinker, está aportando ideas
importantes para la comprensión de los sentimientos? ¿O es un enfoque que sirve
para todo y termina no explicando nada?
RC: “Los genes entonan un canto
pre-histórico que en el momento presente se puede re-escribir, pero que, en
cualquier caso, sería estúpido ignorar”. Así terminan el Profesor Thomas Bouchard y sus colegas un
artículo escrito para la revista Science
en 1990 sobre el proyecto para el estudio científico de los gemelos criados por
separado, patrocinado por la Universidad de Minnesota.
No estoy seguro de que la psicología evolucionista nos brinde importantes
ideas sobre los sentimientos y las emociones, pero si de que puede ayudarnos a
entender por qué sentimos y hacemos determinadas cosas. Quizá tres ejemplos
sirvan para justificar esta declaración.
Se ha demostrado que los varones propenden a valorar negativamente
la posibilidad de que su pareja tenga intercambio sexual con otros hombres,
mientras que las mujeres valoran negativamente la posibilidad de que su pareja
tenga intercambio emocional con otras mujeres. En situaciones de laboratorio se
ha registrado la actividad psicofisiológica que denota tensión ante escenas en
las que un varón “se implica emocionalmente con” una mujer distinta a su pareja
habitual y ante escenas en las que una mujer “se acuesta con” un hombre
distinto a su pareja habitual. Los resultados señalan que los varones
reaccionan con signos de tensión cuando la pareja se implica sexualmente,
mientras que las mujeres reaccionan con signos de tensión cuando la pareja se
implica emocionalmente.
El segundo ejemplo se refiere a los bien conocidos kibbutz en Israel. Estas granjas
comunales se diseñaron bajo unos principios de igualdad radical. El trabajo se
distribuía paritariamente entre los sexos, se desmontó la familia por su
influjo tradicional y conservador, se desalentó el matrimonio y los niños no
vivían con sus padres, sino en centros comunitarios. El kibbutz, más que la
familia, era el centro del sistema de valores del niño. Hubo un empeño en que
la mujer participase del gobierno del kibbutz y dejase de preocuparse por
cuestiones tradicionales como los adornos personales o los vestidos.
¿Dónde terminó este extraordinario esfuerzo de ingeniería social?
¿Dónde terminó este extraordinario esfuerzo de ingeniería social?
Tras varios años, los varones acabaron realizando el trabajo
agrícola y las mujeres las tareas de servicio doméstico. Ellas rara vez asumían
roles de liderazgo y optaban por ocuparse de los asuntos familiares. Cuando
comenzó la experiencia, ellas se referían a sus esposos como “mi amigo” o “mi
hombre”, pero años después “mi marido” era la expresión favorita. Se produjo un
retorno a la boda pública y tradicional, y, además, el divorcio se veía con
malos ojos. Uno de los cambios más drásticos consistió en decidir asignar
recursos públicos al consumo privado de las parejas casadas y no al consumo
colectivo en las instituciones comunales, como se pretendió originalmente.
Madres y padres echaban abiertamente de menos a sus niños, al tener que
criarlos en los dormitorios comunales y tardaron poco en solicitar que su
crianza tuviese lugar en el hogar familiar cerca de sus padres naturales. Los
pioneros creyeron que las actitudes y tendencias sexuales estaban culturalmente
determinadas, de modo que pensaron que si los niños fuesen criados en un medio
permisivo e ilustrado, con ellos y ellas viviendo juntos desde el momento del
nacimiento, familiarizándose con los cuerpos de unos y de otros y mirando la
desnudez como algo natural, entonces la exhibición de los órganos sexuales no
produciría vergüenza, ni otra reacciones “conservadoras”. De este modo, niñas y
niños fueron educados usando los mismos lavabos, se desvestían en el mismo
espacio, transitaban desnudos por los dormitorios y se duchaban también juntos.
Sin embargo, el sistema mixto funcionó hasta que las niñas alcanzaron la
pubertad, momento en el que ellas expresaron sentimientos de vergüenza al ser
vistas desnudas por los chicos, llegando a rebelarse contra la normativa,
insistiendo en ducharse por separado y desvestirse en privado. Se tuvo que dar
por concluida la experiencia de las duchas mixtas y los dormitorios tuvieron
que separarse.
El último ejemplo se refiere al temor ante situaciones
objetivamente amenazantes. Imaginemos que nos sentamos cómodamente en una silla
y un investigador coloca un electrodo en nuestra mano izquierda y otro en nuestra
mano derecha. A través de unos auriculares nos avisan de que la voz de Iñaki Gabilondo iniciará una cuenta
atrás desde 10, como en los lanzamientos de naves desde Cabo Cañaveral. El
electrodo derecho registra nuestra respuesta dermogalvánica (RDG), mientras que
el izquierdo está ahí para propinarnos una desagradable descarga eléctrica
cuando Iñaki llegué al número 0 en su cuenta atrás. Invariablemente se
comprueba que nuestra RDG va creciendo progresivamente conforme Iñaki se acerca
al 0. Sin embargo, si resultase que somos la viva imagen del personaje de
Hollywood conocido como Aníbal Lecter o
si, llegado el caso, dedicásemos nuestra vida profesional a apagar fuegos,
entonces nuestra RDG permanecería plana a medida que Iñaki desciende hasta el 0.
Lecter y los bomberos comparten un temperamento que les lleva a no expresar
temor subjetivo a través de la RDG. Algunos científicos han mantenido que los
individuos con este temperamento caracterizado por el bajo temor ante
situaciones amenazantes, son versiones actuales de aquellos antiguos cazadores
capaces de enfrentarse con éxito a terribles alimañas del pleistoceno. Sucede
que este temperamento puede expresarse de un modo pro-social o anti-social. Que
gane una u otra vía de expresión del mismo temperamento depende de los
mecanismos de socialización vigentes en un determinado momento histórico.
En suma, la psicología evolucionista nos invita a
percatarnos de que nuestro pasado como especie no se puede ignorar. Es
insensato declarar ingenuamente que la cultura es todopoderosa. Sin embargo, eso
no implica que no podamos moldear muchas de nuestras conductas, sentimientos y
emociones, recordando, eso si, que es mejor conocer que ignorar.
Fue una buena entrevista. Está bien difundirla
ResponderEliminarBastante buena y el mérito es del entrevistador.
ResponderEliminarBueno, es una interacción, y siempre resulta difícil decir quién puso más
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