La
apreciación del sonido es algo subjetivo. No sólo porque a unas personas les
guste más el rock o los corridos mexicanos, sino porque la frecuencia que asociamos
con cada nota musical, si es un poco más grave o aguda, es algo arbitrario.
Nuestro
oído puede distinguir la relación entre dos sonidos, y cantar el DO de la
siguiente octava o la tercera mayor de una nota dada, pero existen pocas
personas con “oído absoluto” o la
posibilidad de cantar una nota sin ninguna referencia previa.
Para
dotar de un marco estable a la música, desde hace tiempo se ha utilizado como patrón
la nota LA de la tercera octava, aunque a lo largo de la historia cada orquesta
utilizaba un tono de afinación diferente, incluso en tiempos modernos; desde
390 Hz de algunos órganos del siglo XVIII, hasta 456 Hz de los afinadores de
pianos en el XIX.
En 1953,
el congreso de la Organización Internacional de Normalización (ISO) fijó para
todo el mundo la frecuencia del LA a 440 Hz. Esta propuesta fue presentada por
técnicos de radiodifusión, que preferían utilizar una frecuencia fácil de
obtener con los osciladores de la época, pero el hecho de que previamente el
ministro de propaganda Goebbels
hubiera establecido esta norma en Alemania, y que la norma se impusiera contra
el criterio generalizado de los músicos franceses que defendían la afinación a
432 Hz, fue en su momento motivo de discusión y rivalidad entre países, y
actualmente sirve para mantener viva esta discusión entre los amantes de lo
exotérico y las teorías de la conspiración.
Usar un
valor u otro no debería ser mejor ni peor. La música sonará algo diferente
(luego analizaremos esto con más detalle) y al ser algo subjetivo algunas
personas dirán que les gusta más, pero buscar justificaciones en que los 432 Hz
están en fase con la frecuencia de la Tierra, con la doble hélice del ADN o las
ondas cerebrales, no tienen la más mínima justificación científica. Afinar a
432 Hz no hace que las notas tengan “más
armónicos”, ni vibran con la sección áurea PHI, como en otros medios más “científicos” se intenta justificar.
Para ser
políticamente correctos, aceptamos que la música suena diferente, pero ¿Es esto
realmente cierto? O al menos, ¿Es la afinación en una u otra frecuencia el
factor más importante para esta diferencia?
La
música, como todos los sonidos que percibimos, llega a través del aire desde
los instrumentos (o los altavoces) a nuestro oído. Allí se transforma en
impulsos eléctricos que viajan al cerebro donde la comprendemos y disfrutamos.
Dejando el tema de la interpretación que hace el cerebro de estos estímulos para
profesionales mejor capacitados, asiduos de este foro, el transporte físico de
la información entre el instrumento y nuestro oído no está libre de otras variables
que afectan a las características del sonido, y a la frecuencia del mismo en
particular.
El
sonido es una onda, que se propaga por compresión y expansión del medio donde
se desplaza, y cuya frecuencia y longitud de onda están relacionadas con la
velocidad de transmisión. En medios densos como el agua el sonido se transmite
más rápido que en el aire, y en el espacio no lo hace ya que en el vacío no hay
nada que se pueda comprimir.
Velocidad
= frecuencia . longitud de onda
Tomando
el ejemplo de un diapasón, como el que se usa para afinar los instrumentos, la
longitud de onda es un dato geométrico que está relacionado con la longitud de
la rama que vibra, donde lo golpeamos para que suene mientras sujetamos el
extremo opuesto. Prescindiendo de pequeñas variaciones de dilatación o errores
de fabricación, es un dato constante.
La
velocidad del sonido en el aire, por su parte, depende de las condiciones ambientales.
En la atmósfera standard, a nivel del mar, 20°C y 50% de humedad, es de 343
m/s, pero varía apreciablemente con la densidad del aire y la temperatura, y
puede oscilar entre 337 m/s (a 10°C y 0% de humedad) y 346 m/s (a 30°C y 100%
de humedad). La altura también influye en la densidad y con ello en la
ecuación, aunque en los niveles donde el hombre se mueve normalmente, este
efecto no es tan importante.
Considerando
que el diapasón con el que estamos afinando los instrumentos es el mismo y, por
tanto, la longitud de onda es constante, las diferencias en la velocidad del sonido
harán que la frecuencia percibida en el oído sea diferente en cada lugar –en el
caso de que sea una grabación, habría que sumar el efecto de las condiciones
atmosféricas durante la toma del sonido, y el de la reproducción. Podría
ocurrir que ambos se cancelen o que se refuercen para dar una diferencia mayor.
Así en un lugar alto, frío y seco tendremos una frecuencia de 430 Hz, mientras
que a nivel del mar, con calor y humedad llegará a 442 Hz.
Dependiendo
donde estemos y las condiciones atmosféricas de cada lugar, la música que
escuchamos tendrá un rango de variación en la frecuencia y el tono de las notas
que es mayor a la diferencia entre los que defienden una u otra frecuencia de
afinación.
Si
usted quiere oír la música de las esferas, sólo tiene que ir a un lugar alto en
un día frío para hacer vibrar su ADN con la frecuencia de la Tierra.
Absolutamente genial, Iñaki. Tu capacidad pedagógica es envidiable. Muchísimas gracias.
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