domingo, 5 de junio de 2016

Los académicos, su torre de marfil y el mundo real

En 2012 explicaba Murray en ‘Coming apart’ el fenómeno de la segregación cognitiva: la sociedad dividida en clases (burbujas) delimitadas por características psicológicas compartidas. Los ciudadanos de esas clases se comunican con sus iguales y están desconectados de los ciudadanos de otras clases.

Hace un trimestre Savo Heleta publicaba un artículo en el que defendía la idea de que los académicos “pueden cambiar el mundo si dejan de hablar exclusivamente con sus colegas”. En terminología del sociólogo norteamericano, si abandonan su burbuja y comienzan a comunicarse con el resto de la humanidad. Y no porque sean seres humanos especiales sino por lo que hacen, es decir, investigar para buscar iluminación.

Sin embargo, se iluminan a sí mismos y evitan contribuir a los debates sociales. Publican sus ideas y sus descubrimientos en revistas que solamente leen sus colegas. Se ha calculado que se publican un millón y medio de artículos académicos al año. Una mayoría ni siquiera son leídos por los colegas de los autores. En el caso de las humanidades, ocho de cada diez artículos no se citan ni una sola vez.

¿Por qué los académicos rechazan compartir sus ideas con el mundo?

Heleta sugiere tres opciones:

1. Una estrecha concepción de lo que deben o no deben hacer los académicos.
2. Una ausencia de incentivos por parte de las universidades y de los gobiernos.
3. Una carencia de entrenamiento para hacer asequibles mensajes que pueden ser complejos.

Sin embargo, algunas ideas de los académicos pueden ser innovadoras y los legos podrían beneficiarse de comprender sus consecuencias sociales.

Por otro lado, las universidades se centran en promover la publicación en revistas técnicas de impacto internacional porque eso ayuda a obtener financiación. La probabilidad de captar recursos a través de proyectos de investigación aumenta cuando quienes sustentan la propuesta poseen un excelente curriculum académico. No existe ningún beneficio cuando el académico dedica parte de su tiempo a labores de divulgación. Los académicos no ganan nada. Las universidades tampoco.

Además, es cómodo para los académicos escribir siguiendo las pautas a las que están acostumbrados, es decir, las que rigen las publicaciones científicas. Adaptarse a las exigencias de la divulgación exige un esfuerzo extra al que parecen no estar inclinados. Ninguna institución, empezando por su universidad, hace el mínimo esfuerzo por echarles un cable en ese sentido.

Pero los académicos no pueden ignorar su responsabilidad para con la sociedad en la que viven (y de la que obtienen sus recursos para hacer lo que consideran que deben hacer). Dejar las propuestas de cambio social en manos de individuos de dudosa competencia, mientras que quienes invierten su tiempo en estudiar y promover el pensamiento creativo ocultan sus ideas en oscuros medios, es, pensamos algunos, irresponsable.

Es necesario un cambio de paradigma entre los miembros de la comunidad académica. Los informes técnicos no han de ser incompatibles con su divulgación. Compartir lo que se sabe y se descubre con los ciudadanos que pagan por ello debería convertirse en una obligación. Denunciar la falta de conocimiento (y de lógica) entre quienes toman decisiones vitales en nuestras vidas es una responsabilidad que los académicos deben asumir por imperativo moral.

Esta misma idea es la que subraya Alice Dreger en ‘Galileo’s Middle Finder’. Permitir el acceso de los ciudadanos a la evidencia acumulada por la investigación hecha por los académicos es una de las cuestiones éticas más relevantes de las democracias modernas. Las decisiones sociales deben basarse en evidencia, no en volátiles intenciones:

La justicia y la moral requieren datos empíricos
(…) las buenas intenciones no bastan para salvarnos de las llamas del infierno
(la sociedad) necesita tanto a los individuos que buscan la verdad como a quienes buscan justicia”.


2 comentarios:

  1. Acertado diagnóstico. Ahora falta indagar cuáles serían las acciones que podrían contribuir a modificar esta costumbre de ensimismamiento académico. No es fácil

    ResponderEliminar