En 2012 explicaba Murray en ‘Coming
apart’ el fenómeno de la segregación cognitiva: la sociedad dividida en
clases (burbujas) delimitadas por características psicológicas compartidas. Los
ciudadanos de esas clases se comunican con sus iguales y están desconectados de
los ciudadanos de otras clases.
Hace un trimestre Savo Heleta
publicaba un
artículo en el que defendía la idea de que los académicos “pueden cambiar el
mundo si dejan de hablar exclusivamente con sus colegas”. En
terminología del sociólogo norteamericano, si abandonan su burbuja y comienzan
a comunicarse con el resto de la humanidad. Y no porque sean seres humanos
especiales sino por lo que hacen, es decir, investigar para buscar iluminación.
Sin embargo, se iluminan a sí mismos
y evitan contribuir a los debates sociales. Publican sus ideas y sus
descubrimientos en revistas que solamente leen sus colegas. Se ha calculado que
se publican un millón y medio de artículos académicos al año. Una mayoría ni siquiera son
leídos por los colegas de los autores. En el caso de las humanidades, ocho de
cada diez artículos no se citan ni una sola vez.
¿Por qué los académicos rechazan
compartir sus ideas con el mundo?
Heleta sugiere tres opciones:
1. Una estrecha concepción
de lo que deben o no deben hacer los académicos.
2. Una ausencia de
incentivos por parte de las universidades y de los gobiernos.
3. Una carencia de
entrenamiento para hacer asequibles mensajes que pueden ser complejos.
Sin embargo, algunas ideas de los
académicos pueden ser innovadoras y los legos podrían beneficiarse de
comprender sus consecuencias sociales.
Por otro lado, las universidades se
centran en promover la publicación en revistas técnicas de impacto
internacional porque eso ayuda a obtener financiación. La probabilidad de
captar recursos a través de proyectos de investigación aumenta cuando quienes sustentan
la propuesta poseen un excelente curriculum académico. No existe ningún
beneficio cuando el académico dedica parte de su tiempo a labores de
divulgación. Los académicos no ganan nada. Las universidades tampoco.
Además, es cómodo para los académicos
escribir siguiendo las pautas a las que están acostumbrados, es decir, las que
rigen las publicaciones científicas. Adaptarse a las exigencias de la
divulgación exige un esfuerzo extra al que parecen no estar inclinados. Ninguna
institución, empezando por su universidad, hace el mínimo esfuerzo por echarles
un cable en ese sentido.
Pero los académicos no pueden ignorar
su responsabilidad para con la sociedad en la que viven (y de la que obtienen
sus recursos para hacer lo que consideran que deben hacer). Dejar las
propuestas de cambio social en manos de individuos de dudosa competencia,
mientras que quienes invierten su tiempo en estudiar y promover el pensamiento
creativo ocultan sus ideas en oscuros medios, es, pensamos algunos,
irresponsable.
Es necesario un cambio de paradigma
entre los miembros de la comunidad académica. Los informes técnicos no han de
ser incompatibles con su divulgación. Compartir lo que se sabe y se descubre
con los ciudadanos que pagan por ello debería convertirse en una obligación.
Denunciar la falta de conocimiento (y de lógica) entre quienes toman decisiones
vitales en nuestras vidas es una responsabilidad que los académicos deben
asumir por imperativo moral.
Esta misma idea es la que subraya Alice Dreger en ‘Galileo’s
Middle Finder’. Permitir el acceso de los ciudadanos a la evidencia acumulada
por la investigación hecha por los académicos es una de las cuestiones éticas
más relevantes de las democracias modernas. Las decisiones sociales deben
basarse en evidencia, no en volátiles intenciones:
“La justicia y la moral requieren datos empíricos
(…)
las buenas intenciones no bastan para salvarnos de las llamas del infierno
(la
sociedad) necesita tanto a los individuos que buscan la verdad como a quienes
buscan justicia”.
Acertado diagnóstico. Ahora falta indagar cuáles serían las acciones que podrían contribuir a modificar esta costumbre de ensimismamiento académico. No es fácil
ResponderEliminarA nadar se aprende nadando.
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