En la madrugada del 13 de Abril falleció Vicente Pelechano, una sobresaliente figura
de la Psicología en España.
En 2007, la Profesora Adelia
de Miguel, de la Universidad de la Laguna, le organizó un homenaje y me
invitó a escribir unas líneas para un volumen que se le entregaría durante el
acto. Un volumen único que sólo sería para sus ojos.
Reproduzco aquí el contenido de mi contribución para
expresarle mis respetos a este Profesor universitario que ahora descansa en
paz.
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Por azares del destino, a comienzos de la década de los años
90 del Siglo pasado, la situación en mi Universidad se presentaba alentadora
para mis aspiraciones académicas. Una plaza de titular parecía estar esperándome
a la vuelta de la esquina, a pesar de mi corta edad, según los colegas que me
rodeaban y animaban. Decían que había grandes posibilidades, salvo, y
subrayaban con intensidad el término, que tuviera la mala suerte de que me
cayera Vicente Pelechano en el tribunal.
Confieso ahora que yo, que, en efecto, contaba con una edad
bastante corta para lo que era usual, no comprendía nada. Me encontraba entre
pensamientos como el siguiente:
¿Quién será
este señor?
Yo he leído
algunos trabajos suyos y a mi, lo que es a mi, me parece muy sensato lo que
escribe.
Se nota que
sabe de lo que habla, algo que no tengo claro de algunos otros que, según me
dicen, tendría suerte si cayesen en mi tribunal.
Reconozco que me corroía la curiosidad y, en silencio, para
que no me atribuyeran pensamientos y declaraciones masoquistas, deseaba que ese
Profesor estuviera en mi tribunal para poder charlar con él sobre las cosas
que, me constaba, compartíamos.
Ignoro si alguno de los colegas que participan en este, no
hay duda sobre ello, merecido homenaje lo dirán expresamente, pero Vicente
tenía una fama atroz.
Nadie, y ahora soy yo el que subraya, deseaba ni para él ni para el resto de
la humanidad, que el Profesor estuviese en su tribunal. Hasta llegué a escuchar
que era un mal educado y que no tenía la más mínima consideración para quien se
sentaba delante de él a examinarse.
¿Estaban estas atribuciones justificadas?
No lo sé, ni tampoco me interesa averiguarlo. Lo que si sé es
que una parte de la comunidad académica le consideraba una especie de Rey Atila
cognitivo: las neuronas no volvían a
crecer por donde él pasaba.
El caso es que me quedé con las ganas de conocerle, ya que no
estuvo en mi tribunal. Tuve que esperar hasta el año 1997 para encontrarme
casualmente con él.
¿En algún tribunal?
No.
¿En algún congreso organizado por la SEP u otra sociedad
científica del país?
Tampoco.
Entonces, ¿dónde?
En el Congreso que la ISSID (International Society for the Study of Individual Differences) organizaba
en Dinamarca en el mes de Julio de ese año 97.
Nada más encontrarnos me confesó que él no acudía
prácticamente nunca a los congresos de la ISSID. Así que le pregunté, como era
preceptivo:
“¿y, entonces,
qué haces aquí?”
Su respuesta fue la siguiente:
“Vine a rendir mi último homenaje al maestro”.
Se preguntarán, quizá, de quién se trataba.
Era alguien que estaba, por aquel entonces, a dos meses de
encontrarse con la muerte, y, que, sin embargo, había decidido acudir para
reunirse, por última vez, con sus colegas: Hans
J. Eysenck.
Así que Vicente estaba ahí para decirle adiós al maestro y era
el momento en el que nos encontrábamos por primera y también por última vez.
Nunca más he vuelto a coincidir con él en ninguna clase de
contexto, académico o no.
Ahora, estoy seguro, se puede interpretar apropiadamente el
título que he elegido para esta breve nota.
Es verdad que hemos mantenido algún fugaz contacto epistolar,
con ocasión de alguna publicación en “Análisis
y Modificación de Conducta” o la preparación de algún manuscrito. Pero poco
más.
Entonces, ¿qué hago yo entre estas líneas?
Sencillo: rendirle homenaje como maestro de muchos psicólogos
que, en la actualidad, actúan en España, dentro y fuera de la academia. Estoy
seguro de que, gracias a su tutela, saben de lo que hablan cuando abren la
boca, algo que no se puede predicar de bastantes psicólogos, de este país y de
más allá de nuestras fronteras.
En varias cosas no estamos de acuerdo, si comprendo lo que he
podido leer de sus obras. En otras concordamos. Mientras que yo pienso que la
Psicología es, y debe ser, una ciencia universal, él sostiene, o al menos eso
he creído entender, que no se puede hacer una Psicología cabal sin considerar
expresamente la cultura en la que se encuentran inmersas las personas a las que
tratamos de estudiar. Estamos de acuerdo, en cambio, en el hecho de que
cuantificar es estrictamente necesario, lo que no es poco.
No debo extenderme más. Eso es menester y privilegio de
quienes le conocen personalmente. Pero, antes de despedirme, deseo darle las
gracias por lo que ha hecho a favor de la disciplina en la que llevo trabajando
durante bastantes años ya, a la que ahora represento y para cuya sociedad
científica (SEIDI) fue un honor que aceptase ser el Primer Presidente de Honor.
Cuando quienes estamos interesados por el fenómeno de las
diferencias individuales hemos vivido problemas entre nuestros colegas, por
diferentes razones, él siempre ha estado ahí para recordarles, sin pelos en la
lengua, la relevancia de ese enfoque para ayudar a la comprensión de la
conducta humana por la que se supone que los psicólogos estamos interesados.
Desde aquí deseo que siga diciendo lo que piensa, aunque
estoy seguro de que ese deseo será una realidad.
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