El pasado miércoles 4 de Mayo comenzó
un ciclo organizado por el IFISC, y
financiado por la Obra Social La Caixa,
bajo el título “De la
inteligencia humana a la inteligencia artificial’. Fuimos amablemente
invitados por Claudio
Mirasso tres científicos (Javier
Martín Buldú, Raúl Vicente y un servidor) para transitar durante tres
semanas por el recorrido propuesto. A mi me correspondió abrir el ciclo
hablando sobre el lado humano de la inteligencia.
Como aperitivo de los contenidos que
trataría durante mi presentación, la periodista Elena Soto me sometió a una entrevista que se publicó el día
anterior en el
suplemento de ciencia de El Mundo editado en Baleares. Es difícil que un
periodista logre destilar la esencia de una conversación de más de una hora con
un científico (seguramente debido más al segundo que al primero). Pero en este
caso quiero decir que Elena hizo un exquisito trabajo.
Mi presentación –que puede
descargarse aquí—comenzó
explicando qué significa eso de que la inteligencia es una capacidad
integradora de la mente humana. A partir de la definición de inteligencia,
expuse algún ejemplo de cómo ese factor psicológico coordina e interactúa
(desde arriba) con otros factores psicológicos, desde la neurosis a la
esquizofrenia. Alrededor de la inteligencia giran los demás factores, a mayor o
menor distancia. El cosmos psicológico se encuentra gobernado por la
inteligencia.
Seguidamente expuse evidencia sobre
la medida de las diferencias de inteligencia (subrayando el famoso principio de
la indiferencia del indicador: cualquier problema cognitivo, independientemente de su apariencia superficial, exige inteligencia
en mayor o menor grado), así como el grado de estabilidad que presenta durante
el ciclo vital (extraordinario) y su validez predictiva (que va desde algo tan
obvio como el rendimiento escolar hasta el resultado chocante que predice la
muerte prematura).
Nos movimos después hacia la genética
de la inteligencia, comenzando con el meta-análisis
publicado recientemente por el equipo de Danielle
Posthuma, en el que se demuestra que los genes son extraordinariamente
relevantes para comprender las diferencias fenotípicas en general. Centrándonos
en la inteligencia, expuse resultados, derivados del uso de distintos tipos de
diseños, que llevan a concluir que nuestras diferencias genéticas son
progresivamente más importantes, a medida que nos hacemos mayores, para
explicar por qué diferimos en inteligencia. Por el contrario, el poder del
ambiente se reduce. Sirviéndome de resultados derivados del UK BioBank, pude describir
un intento exitoso de la localización de genes específicos asociados a las
diferencias fenotípicas de inteligencia.
El siguiente punto se centró en la
neurociencia de la inteligencia, subrayando la idea de que sea cuál sea la
influencia de los genes y del ambiente, debe apreciarse en el cerebro (the
brain connection). Por tanto, a efectos prácticos podríamos olvidarnos de
las causas distales para explorar cómo las propiedades estructurales y
funcionales de los distintos cerebros producen comportamientos más o menos
inteligentes en un determinado momento. Sería importante comprender, por
ejemplo, por qué el cerebro de las personas más inteligentes resisten mejor el
ataque a sus redes cerebrales (a consecuencia de una lesión, sin ir más lejos).
La conferencia se cerró con un título
que pretendía resultar provocador: The IQ
Pill. Es decir, ¿podemos mejorar la inteligencia? La respuesta es positiva.
El problema es que la ganancia se desvanece cuando se dan por finalizados los
programas de mejora. Y es ahí dónde entra la neurociencia, una vez más. Adaptar
esos programas a las peculiaridades neurobiológicas de los individuos podría
rendir beneficios a largo plazo evitando su disipación.
Cuando James Watson nos encerró hace ochos años a 25 científicos en el Cold Spring Harbor Laboratory para
ofrecer nuestras respuestas a la pregunta de cómo se puede mejorar nuestros
cerebros, el resultado fue decepcionante. La sensación generalizada fue que
debíamos saber más para poder concretar. Desde entonces se ha hecho mucha
investigación. Seguimos sin respuestas, pero las encontraremos.
A todo esto, puede que se pregunten
sobre el por qué del título de este post.
Obedece a la interesante (y familiar)
experiencia vivida en la ronda de preguntas.
Algunas de esas preguntas demostraban
que Gardner y sus inteligencias múltiples, así como Goleman y su inteligencia
emocional, se llevan el gato al agua por ahora. Las evidencias que mostré
durante la presentación son interpretadas por algunos de modo derrotista: si la
inteligencia que se mide con los test estandarizados es estable durante el
ciclo vital, predice las muertes prematuras, está muy influida por unos genes
que cocinan cerebros resistentes al trauma y no se puede mejorar a largo plazo,
entonces mejor mirar hacia otro lado. Y en ese otro lado están Gardner y
Goleman. Abracemos su credo.
No importa que esos populares autores
estén equivocados. Es igual que vendan humo. Es algo que se desea comprar.
Sin embargo, dejar de mirar donde
debemos es irresponsable. Como escribía Sandra
Scarr hace casi veinte años:
“We should prefer as explanations those conditions that
account for more of the variation in the phenomenon to be explained, causes
that have more explanatory power, even if they are not presently manipulable
(…)
I
applaud social advocacy and, as a citizen, participate in such movements.
As
a scientist, however, my role is to explain human development.
In
that context, causes that explain the phenomena more fully are preferred.
Confusion
between the legitimate but different goals of science and social advocacy is
dangerous to both”
(Behavior-Genetic and socialization
theories of intelligence: Truce and reconciliation, 1997).
Convencer a la audiencia de que
adoptar esta perspectiva no es una misión imposible es crucial para avanzar con
paso firme y minimizar la charlatanería. El artículo preparado por Elena Soto abre puertas a la esperanza.
No solo se trata de que no podemos vender humo. Se trata más bien de no perder la confianza en que iremos encontrando caminos para mejorar la inteligencia humana, o al menos para no deteriorarla y para poder utilizarla mejor. Y, lo que para mi es más importante todavía, generando un contexto social que no perjudique a quienes no gozan de un nivel cognitivo adecuado.
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