viernes, 13 de mayo de 2016

Mission: Impossible?

El pasado miércoles 4 de Mayo comenzó un ciclo organizado por el IFISC, y financiado por la Obra Social La Caixa, bajo el título “De la inteligencia humana a la inteligencia artificial’. Fuimos amablemente invitados por Claudio Mirasso tres científicos (Javier Martín Buldú, Raúl Vicente y un servidor) para transitar durante tres semanas por el recorrido propuesto. A mi me correspondió abrir el ciclo hablando sobre el lado humano de la inteligencia.

Como aperitivo de los contenidos que trataría durante mi presentación, la periodista Elena Soto me sometió a una entrevista que se publicó el día anterior en el suplemento de ciencia de El Mundo editado en Baleares. Es difícil que un periodista logre destilar la esencia de una conversación de más de una hora con un científico (seguramente debido más al segundo que al primero). Pero en este caso quiero decir que Elena hizo un exquisito trabajo.

Mi presentación –que puede descargarse aquí—comenzó explicando qué significa eso de que la inteligencia es una capacidad integradora de la mente humana. A partir de la definición de inteligencia, expuse algún ejemplo de cómo ese factor psicológico coordina e interactúa (desde arriba) con otros factores psicológicos, desde la neurosis a la esquizofrenia. Alrededor de la inteligencia giran los demás factores, a mayor o menor distancia. El cosmos psicológico se encuentra gobernado por la inteligencia.

Seguidamente expuse evidencia sobre la medida de las diferencias de inteligencia (subrayando el famoso principio de la indiferencia del indicador: cualquier problema cognitivo, independientemente de su apariencia superficial, exige inteligencia en mayor o menor grado), así como el grado de estabilidad que presenta durante el ciclo vital (extraordinario) y su validez predictiva (que va desde algo tan obvio como el rendimiento escolar hasta el resultado chocante que predice la muerte prematura).

Nos movimos después hacia la genética de la inteligencia, comenzando con el meta-análisis publicado recientemente por el equipo de Danielle Posthuma, en el que se demuestra que los genes son extraordinariamente relevantes para comprender las diferencias fenotípicas en general. Centrándonos en la inteligencia, expuse resultados, derivados del uso de distintos tipos de diseños, que llevan a concluir que nuestras diferencias genéticas son progresivamente más importantes, a medida que nos hacemos mayores, para explicar por qué diferimos en inteligencia. Por el contrario, el poder del ambiente se reduce. Sirviéndome de resultados derivados del UK BioBank, pude describir un intento exitoso de la localización de genes específicos asociados a las diferencias fenotípicas de inteligencia.

El siguiente punto se centró en la neurociencia de la inteligencia, subrayando la idea de que sea cuál sea la influencia de los genes y del ambiente, debe apreciarse en el cerebro (the brain connection). Por tanto, a efectos prácticos podríamos olvidarnos de las causas distales para explorar cómo las propiedades estructurales y funcionales de los distintos cerebros producen comportamientos más o menos inteligentes en un determinado momento. Sería importante comprender, por ejemplo, por qué el cerebro de las personas más inteligentes resisten mejor el ataque a sus redes cerebrales (a consecuencia de una lesión, sin ir más lejos).

La conferencia se cerró con un título que pretendía resultar provocador: The IQ Pill. Es decir, ¿podemos mejorar la inteligencia? La respuesta es positiva. El problema es que la ganancia se desvanece cuando se dan por finalizados los programas de mejora. Y es ahí dónde entra la neurociencia, una vez más. Adaptar esos programas a las peculiaridades neurobiológicas de los individuos podría rendir beneficios a largo plazo evitando su disipación.


Cuando James Watson nos encerró hace ochos años a 25 científicos en el Cold Spring Harbor Laboratory para ofrecer nuestras respuestas a la pregunta de cómo se puede mejorar nuestros cerebros, el resultado fue decepcionante. La sensación generalizada fue que debíamos saber más para poder concretar. Desde entonces se ha hecho mucha investigación. Seguimos sin respuestas, pero las encontraremos.

A todo esto, puede que se pregunten sobre el por qué del título de este post.

Obedece a la interesante (y familiar) experiencia vivida en la ronda de preguntas.

Algunas de esas preguntas demostraban que Gardner y sus inteligencias múltiples, así como Goleman y su inteligencia emocional, se llevan el gato al agua por ahora. Las evidencias que mostré durante la presentación son interpretadas por algunos de modo derrotista: si la inteligencia que se mide con los test estandarizados es estable durante el ciclo vital, predice las muertes prematuras, está muy influida por unos genes que cocinan cerebros resistentes al trauma y no se puede mejorar a largo plazo, entonces mejor mirar hacia otro lado. Y en ese otro lado están Gardner y Goleman. Abracemos su credo.

No importa que esos populares autores estén equivocados. Es igual que vendan humo. Es algo que se desea comprar.

Sin embargo, dejar de mirar donde debemos es irresponsable. Como escribía Sandra Scarr hace casi veinte años:

We should prefer as explanations those conditions that account for more of the variation in the phenomenon to be explained, causes that have more explanatory power, even if they are not presently manipulable (…)
I applaud social advocacy and, as a citizen, participate in such movements.
As a scientist, however, my role is to explain human development.
In that context, causes that explain the phenomena more fully are preferred.
Confusion between the legitimate but different goals of science and social advocacy is dangerous to both

(Behavior-Genetic and socialization theories of intelligence: Truce and reconciliation, 1997).


Convencer a la audiencia de que adoptar esta perspectiva no es una misión imposible es crucial para avanzar con paso firme y minimizar la charlatanería. El artículo preparado por Elena Soto abre puertas a la esperanza.


1 comentario:

  1. No solo se trata de que no podemos vender humo. Se trata más bien de no perder la confianza en que iremos encontrando caminos para mejorar la inteligencia humana, o al menos para no deteriorarla y para poder utilizarla mejor. Y, lo que para mi es más importante todavía, generando un contexto social que no perjudique a quienes no gozan de un nivel cognitivo adecuado.

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