Guido
Corradi
llamó mi atención sobre una
truculenta historia relacionada con mi admirado Hans J. Eysenck, uno de los psicólogos más influyentes y más citados
de la historia.
Según parece, el psiquiatra Tony Pelosi acusó a Eysenck de
fraudulento, de abusar de sus privilegios editoriales y de ignorar los
numerosos conflictos de intereses en los que incurrió (por ejemplo, haber sido
financiado por las compañías tabacaleras norteamericanas para demostrar que
fumar no causa cáncer).
Considera Pelosi que esa clase de
prácticas no son sorprendentes en un discípulo del corrupto Cyril Burt y le parece increíble que
haya sido capaz de publicar resultados –que nunca se han replicado—en los que
se defendía que la personalidad es el principal determinante del cáncer y de
los trastornos cardiovasculares.
Las airadas protestas de Pelosi datan
de comienzos de los 90. El British
Medical Journal (BMJ) publicó sus críticas y una respuesta del propio
Eysenck. La British Psychological Society
decidió no tomar cartas en el asunto y pasó página.
Pelosi, formado en el Instituto de
Psiquiatría que Eysenck dirigió durante bastante tiempo, intentó desmontar la,
según él, absurda tesis de Eysenck de que la mente es relevante para comprender
el cáncer y los problemas cardiovasculares.
Se supone que este autor publicará el
siguiente artículo en ‘Personality and
Individual Differences’ (PAID) (revista que fundó el propio Eysenck):
Personality and fatal diseases:
revisiting a scientific scandal (In Press).
Estuve mirando en la web de la revista y no pude encontrar
nada. Google tampoco me ofreció algo
a lo que agarrarme.
Eysenck resumió los estudios
criticados por Pelosi en un breve libro titulado ‘Smoking, Personality, and Stress’ (Springer-Verlag, New York,
1991). Haciendo gala de su oceánica cultura, comienza con una cita del Mahabharata:
“Existen dos clases de enfermedad: corporal y mental. Cada
una de ellas surge de la otra. Sin la otra, no se percibe la existencia de
ninguna de las dos. Los trastornos mentales surgen de los trastornos físicos, y
de igual modo, los trastornos físicos surgen de los mentales”.
La obra expone, con claridad envidiable,
la evidencia consistente con la conclusión de que los factores psicosociales,
tales como la personalidad y el estrés, predicen seis veces mejor que el
tabaco, el nivel de colesterol y la tensión sanguínea trastornos como el cáncer
o las cardiopatías. Esa evidencia se usa para apoyar el desarrollo de prácticas
de prevención de naturaleza psicológica.
Eysenck subraya que olvidarse de los
factores psicológicos en la enfermedad es una grave irresponsabilidad.
Por lo que parece, Pelosi discrepa.
Los datos que considera Eysenck
provienen de una perspectiva conceptual originalmente desarrollada por Ronald Grossarth-Maticek y contrastada
empíricamente a través de tres estudios longitudinales hechos en Alemania y en
la antigua Yugoslavia. Tres estudios precisamente para averiguar si los
resultados lograban replicarse.
Las fuentes originales se citan en la
breve obra publicada por Eysenck comentada antes. Si se echa un vistazo se
comprueba que los informes de investigación no se publicaron únicamente en el
PAID, sino también en revistas como ‘Psychotherapy
and Psychosomatics’, ‘Behavioral
Research and Therapy’, o ‘Integrative
Physiological and Behavioral Science’.
Ignoro cuál puede ser el alcance real
de las acusaciones de Pelosi. Puede que tenga razón, puede que no. Puede que
haya ponderado adecuadamente la información, puede que no sea así.
Desde luego no parece haber tenido
especial cuidado al equiparar a Eysenck con su maestro Burt. A día de hoy
sabemos que el supuesto fraude de Burt es bastante
discutible. Puede que la perspectiva de Pelosi sea discutible. Puede que
no.
Mi lectura de Eysenck no me lleva a
concluir que fumar no sea un factor de riesgo. Sencillamente es una causa más
entre una larga cadena de factores. Observó que de cada diez grandes fumadores,
únicamente uno fallecía por cáncer de pulmón. Tal observación le llevó a pensar
que debían estar implicadas más causas. Una de sus preocupaciones fue no
despertar paranoias innecesarias en los ciudadanos.
Pero, aún así, puede que Pelosi tenga
razón.
Quienes se dedican a la salud podrían
echarnos un cable y ayudarnos a averiguar qué hay de cierto en esta historia.
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