Hace tiempo discutimos aquí un estudio en el que se
suscribía la tesis de que el factor general de inteligencia (g) se podía explicar por el nivel de
activación de redes cerebrales independientes. Es decir, se suponía que
la correlación observada entre el rendimiento en distintos test de inteligencia
no poseía un reflejo en el cerebro humano: la relación psicológica no conlleva
una relación biológica. Un modelo mutualista de libro en el que redes
cerebrales independientes interactúan para promover la emergencia de una ‘ilusión’
llamada ‘g’. No hay nada general en
el cerebro paralelo al factor general de inteligencia.
Como demostramos, ese estudio era
tendencioso porque, entre otras cosas, analizaba los datos de un modo sesgado
para confirmar el poderoso prejuicio de los investigadores. Además de las
cuestionables decisiones metodológicas y la selectiva revisión de los
resultados de la investigación previa, se puso en cuestión el proceso a través
del que el informe vio la luz en una revista de reconocido prestigio.
Publicamos un comentario crítico en la revista ‘Intelligence’.
Se publica ahora un informe que se hace eco de ese
comentario crítico y que aplica un método adecuado para encontrar una respuesta
a la pregunta de interés:
¿poseen un sustrato
neurológico común las tareas cognitivas que correlacionan?
Es decir, ¿poseen las capacidades
cognitivas latentes una base biológica compartida?
Se analiza el nivel de activación,
medido con fMRI, cuando 106 individuos resuelven seis tareas cognitivas que
valoran dos capacidades mentales: inteligencia fluida y velocidad mental.
Teniendo en cuenta la correlación conductual entre esas dos capacidades, se predice
que existirá una correlación topográfica entre los mapas de activación de las
tareas correspondientes a esas capacidades. La similitud entre las áreas
activas al resolver cada una de las tareas se cuantifica mediante la
correlación espacial de la composición topográfica de los patrones de
activación promedio en cada una de esas tareas.
Las tareas que activan regiones
cerebrales similares en los distintos individuos deben presentar también una
mayor correlación conductual (y al revés). La siguiente figura demuestra que la semejanza topográfica promedio de los
patrones de activación a través las tareas se corresponde intensamente con su
correlación conductual (r = 0.83):
“La similitud topográfica del sustrato neuronal que subyace a
dos tareas se relaciona con la similitud del rendimiento en esas dos tareas.
Esta
observación conecta directamente la comunalidad del rendimiento cognitivo con
la comunalidad neuronal.
Se
demuestra empíricamente que las variables latentes, no observables, pueden manifestarse
a nivel neuronal y conductual”.
Otro de los resultados observados en
esta investigación es que la edad de los participantes no altera la conclusión
general. A pesar de que la edad posee un efecto en el declive cognitivo, la
estructura de relaciones conductuales y neuronales no se ve influida por esa
variable.
En resumen, este breve y elegante
estudio demuestra que cuando dos capacidades se relacionan conductualmente, es
decir, cuando observamos que las diferencias de rendimiento intelectual en una
tarea cognitiva se asocian a las diferencias de rendimiento intelectual en otra
tarea cognitiva, entonces es altamente probable que la relación pueda
explicarse por un solapamiento en los niveles de activación cerebral evocados
por ambas.
Como es habitual, la relación no es
perfecta a nivel conductual. Existe un determinado nivel de especificidad
asociado a cada tarea cognitiva y eso también posee un reflejo a nivel
neuronal: hay un nivel de actividad que es también específico a las distintas tareas
cognitivas (véase la siguiente figura). Una
excelente confirmación neurobiológica de lo que se sabe a nivel psicométrico
desde hace décadas.
El factor general de inteligencia (g) puede resultar, por tanto, de los
niveles de activación comunes a las exigencias impuestas por distintas tareas
con contenido cognitivo. Ese hecho no contradice, naturalmente, que cada una de
esas tareas también posee sus peculiaridades. Pero hay algo compartido por
todas ellas y es ese algo el que apoya empíricamente y sustancia biológicamente
la relevancia de g.
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