El año pasado propuse –apoyándome en
lo que sabe la ciencia y en lo que suponemos algunos científicos—que antes de
intentar ir más lejos debemos comprender lo que sucede más cerca de través de
eso que llamé ‘The
Brain Connection’ (TBC). En realidad encontré entonces una denominación
para un enfoque con el que llevaba tiempo coqueteando
incluso asertivamente.
Usé esta perspectiva TBC, una vez
más, para organizar el manuscrito en el se reflejan los contenidos de la sesión
que coordiné en el recientemente celebrado, aquí en Madrid, Seminario
Internacional sobre los Avances en la Investigación de la Inteligencia.
En este contexto me ha resultado
grato encontrarme con un reciente artículo en ‘Trends in Cognitive Sciences’ de Julien Dubois y Ralph
Adolphs –del Cal Tech—titulado ‘Building
a Science of Individual Differences from fMRI’. En ese informe se subraya
la necesidad de estudiar individuos para relacionar sus características
cerebrales con sus rasgos psicológicos y sus variaciones genéticas (From the Group to the Individual).
Perseguir ese objetivo es ahora posible gracias a los avances tecnológicos:
“Hay un interés por examinar las diferencias individuales en
relación al envejecimiento saludable, la personalidad, la inteligencia, el
estado de ánimo, y los polimorfismos genéticos”.
Sabiamente, los autores ponen encima
de la mesa conceptos básicos de la investigación en Psicología diferencial:
fiabilidad y validez. Y, también, subrayan la necesidad de superar los
frecuentes tamaños muestrales de los estudios fMRI (entre 10 y 50) porque estudiar
un mayor número de individuos (> 100) permite explorar modelos más complejos
desde una necesaria perspectiva multivariada.
Sin embargo, la mayor parte de los
grupos de investigación no tienen fácil obtener la financiación necesaria para
estudiar grupos numerosos de individuos. En tales casos, el estudio debería
pre-registrarse y publicar sea cual sea el resultado para que los futuros
meta-análisis no posean un carácter sesgado.
En cualquier caso, conviene
considerar que existen proyectos a gran escala que ponen a disposición de los
científicos grandes bases de datos. Ejemplos son el Human Connectome Project (N =
1200) o el IMAGEN Project
(N = 2000):
“Projects such as these are akin to the accelerators used by
particle physicists or the large telescopes used by astronomers: a few sites in
the world acquire the best possible data, and these data are subsequently
probed (for many years) by the best analysts around the world”.
En cuanto a la validez, la pregunta
crucial es:
¿Se pueden atribuir las diferencias
individuales a la función cerebral?
Es necesario asegurarse de que
estamos comparando apropiadamente distintos cerebros. Las aproximaciones
multimodales, en las que se combinan distintas señales cerebrales –estructurales
y funcionales—serán esenciales para mejorar esas comparaciones. Pero el mejor
modo de hacerlo sigue bajo el escrutinio de los científicos. Aún no está claro
cuál es el método menos arriesgado.
Con respecto a la fiabilidad, una
pregunta fundamental a responder es:
¿Medimos diferencias individuales
significativas o ruido?
Hay que ser extremadamente cuidadoso
al procesar la información obtenida en el escáner para separar la señal del
ruido. En la fMRI hay variables del individuo que influyen en los registros y
que con frecuencia no se tratan del modo adecuado. Ejemplos son la tasa
respiratoria y cardiaca. Pero tampoco hay que pasarse de la raya porque se
corre el riesgo de “throwing the baby out with the bathwater”. El
equilibrio es delicado.
Otra de las cuestiones importantes se
refiere al uso de correlaciones. Generalmente los cálculos de ese índice se
aplican a una determinada muestra de individuos (in-sample). Pero para asegurar que el resultado se puede
generalizar hay que estudiar individuos de muestras independientes (out-of-sample):
“Shifting to a predictive framework is neccesary to ensure
generalizability and to interpret fMRI-derived statistics at the individual
level”.
En suma, Dubois y Adolphs subrayan que
considerar las diferencias individuales es esencial para, por ejemplo,
ayudarnos a mejorar nuestra comprensión de las diferencias que separan a los ciudadanos
en sus niveles de salud según una serie clave de variables de personalidad, según
el sexo, la edad o el contexto cultural.
Los datos que se obtienen mediante
los registros de resonancia funcional en estado de reposo están ayudando
bastante en ese proceso, pero también sería importante diseñar métodos para
obtener registros funcionales antes estímulos ecológicamente válidos que
capturen la riqueza de las diferencias cognitivas.
Los psicólogos diferenciales tienen
bastantes cosas que decir sobre este estimulante proyecto científico basado en
la neurociencia. Cabe esperar que no se duerman en los laureles volviendo a
revisitar compulsivamente rancias temáticas.
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