El programa del congreso es
atractivo.
Entre otras actividades, el ‘Lifetime Achievement Award Address’
corresponde a John Loehlin, la ‘Distinguished Contributor Interview’ a Robert Plomin y la ‘President’s Invited Address’ a Steven Pinker. Todos ellos bien
conocidos en Psicología y ciencias afines.
Elegí el siguiente título para mi ‘keynote’: ‘Understanding
human intelligence. The brain connection’.
El mensaje que se pretende transmitir
a la audiencia es simple: si deseamos avanzar con paso firme en la comprensión
de las diferencias de inteligencia que nos separan a unos individuos de otros,
entonces debemos centrar el esfuerzo de investigación en el cerebro.
A mi juicio no hay otra salida.
Richard J.
Haier
planteó algo similar hacer 25 años en una inquietante nota editorial de la revista ‘Intelligence’. Earl B. Hunt escribió en esa misma dirección en su excelente ‘Human Intelligence’ (Cambridge, 2011):
“Ultimatelly, everything is in the brain (…) every expression
of intelligence is due to actions of the brain”.
Algunos pensamos que si
comprendiésemos la ‘mecánica’ del cerebro, avanzaríamos en la empresa de
encontrar la respuesta a la pregunta por las variaciones de rendimiento
intelectual. Un individuo destaca intelectualmente porque su cerebro posee una
determinada ‘mecánica’ susceptible de ser descubierta.
Los motores de un BMW M5 y de un Renault Scenic poseen esencialmente los mismos componentes. Sin
embargo, el primer vehículo ofrece mayores prestaciones en carretera que el
segundo porque esos componentes poseen distintas ‘cualidades’.
Si comparamos el monoplaza de Fernando Alonso con el de Lewis Hamilton también observaremos que
son realmente parecidos. Sin embargo, las prestaciones de sus McLaren y Mercedes explican el rendimiento tan visiblemente distinto en la
pista de estos dos excelentes pilotos de la alta competición que supone la
Fórmula 1.
El rango de cerebros en la especie
humana oscila entre el BMW M5 y la Renault Scenic, y, también, entre el McLaren
y el Mercedes de la temporada 2015 de F1.
Probablemente, las preguntas que deberíamos
encarar son:
¿cómo son los cerebros de
dos individuos con un rendimiento intelectual diferente?
¿qué hacen sus cerebros
para que el primero sea capaz de resolver situaciones problema altamente
complejas y el segundo sea incapaz de ver siquiera que la situación conlleva un
problema?
En la última década, el equipo de
investigación en el que trabajo, integrado por científicos de Europa y
Norteamérica, ha buscado con persistencia respuestas a esas preguntas.
Modestamente y centrándose, esencialmente, en las características
estructurales del cerebro humano.
Es complejo integrar los numerosos
resultados de los que hemos ido informando a la comunidad científica. Una keynote dirigida a un exigente grupo de
científicos es una excelente excusa para intentar materializar un esfuerzo de integración que subraye los resultados más
sólidos sin soslayar las decepciones.
Un científico no es un abogado que
busca ganar un caso judicial a cualquier precio, sino alguien que pondera
cuidadosa y responsablemente la evidencia acumulada para ganar iluminación y
someterla al escrutinio de los colegas.
El primer mensaje de la keynote
pretende ser una llamada de precaución: es complejo reproducir resultados sobre
las asociaciones entre las variaciones de estructura cerebral y las diferencias
de rendimiento cognitivo, a pesar de aplicar un cuidado exquisito en la
selección de las señales biológicas y psicológicas que se pondrán en relación.
Una probable causa fue sugerida en el contexto de un artículo que publicamos en 2011:
“There are so may differences in the specific brain areas
various individuals use to do different tasks that no one specific area stands
out for (cognitive) performance on any given task at the group level”.
El segundo mensaje es que nuestras estimaciones sobre el nivel
intelectual pueden producir resultados muy diferentes cuando las relacionamos
con las diferencias de estructura cerebral. Una de las causas más poderosas de
las discrepancias es cómo medimos la inteligencia, cuál es el fenotipo que, en concreto, vamos a relacionar con las
señales biológicas. El informe que publicamos en 2014 es un buen ejemplo: cuánto
más específica es la medida de capacidad, peor nos aproximamos al mapping de la ‘esencia’ del rendimiento
intelectual (g) en el cerebro.
En tercer lugar, los estudios con pacientes nos ayudan a coquetear con
la causalidad. Las lesiones crónicas en determinadas regiones producen efectos
sobre el mayor o menor rendimiento valorado por los tests estandarizados de
inteligencia. Existe un cierto consenso, derivado del análisis de dos muestras
independientes y relativamente numerosas de pacientes, que subraya la
relevancia de las regiones fronto-parietales del
hemisferio izquierdo por lo que al factor general de inteligencia (g) se refiere. Sin embargo, cuando nos
centramos en factores tan destacados como la inteligencia fluida (Gf)
observamos una fuerte tendencia a que los resultados se concentren en el
hemisferio derecho. Si estudiamos el solapamiento entre Gf y la memoria
operativa (working memory),
apreciamos una intensa relación con tareas de memoria operativa de naturaleza
espacial, pero muy reducida con las operaciones de supervisión (monitoring) asociadas a tareas
experimentales tan populares como la n-back.
Quizá el resultado más llamativo es que la región
fronto-polar puede ser decisiva para comprender los mecanismos de integración
que pudieran caracterizar la esencia del factor g.
En cuarto lugar, nuestros análisis sobre el carácter dinámico del
desarrollo intelectual y cerebral nos alejan de conocimientos supuestamente
sólidos publicados en prestigiosos medios de difusión. Por ejemplo, no encontramos
una correlación negativa entre el grosor de la corteza y el rendimiento
intelectual en la infancia que se convierta en positiva posteriormente. Además,
los chavales más inteligentes no presentan una mayor
flexibilidad en su desarrollo cortical. Por otro lado, el uso rutinario
de puntuaciones de capacidad adaptadas a la edad puede producir resultados
inestables. En lugar de controlar las diferencias de edad, lo que proponemos es
modelar sus efectos sobre el desarrollo intelectual y cortical. Cuando se actúa
así, se observan cambios más dramáticos con la edad en grosor cortical cuanto
menor es el nivel intelectual, por ejemplo. Es decir, el
desarrollo cortical varía según la capacidad cognitiva de los individuos.
De hecho, el grosor propende a preservarse cuanto mayor es el nivel intelectual
en la línea base, es decir, cuando se consigna la primera medida de
rendimiento.
También nos planteamos, en quinto lugar, si la eficiencia estructural de las redes cerebrales, que conectan
distintas regiones, posee alguna relación reveladora con las diferencias
cognitivas. De este modo, a partir de la selección de una serie de regiones
que, según la investigación previa, debían ser cruciales, comprobamos si la
eficiencia local y global de la red se asociaba a esas diferencias psicológicas.
Comprobamos que la relación era particularmente fuerte para el caso de la memoria operativa y algo menor para la inteligencia
fluida y la velocidad mental.
Usando una aproximación completamente
exploratoria en la que partimos de más de 3.000 conexiones entre más de 80
regiones, nos preguntamos cuáles de esas conexiones eran más relevantes para
explicar la mayor o menor semejanza de los individuos en una serie de factores
cognitivos. Es decir, queríamos averiguar, inductivamente, si los individuos que más se parecían en su patrón de
conectividad estructural, también eran los que más se parecían en, por
ejemplo, su inteligencia fluida. Comprobamos la presencia de un patrón
usando un reducido número de 36 conexiones distribuidas por la mayor parte del
cerebro. Una mayor similitud en esas conexiones se vinculaba a un mayor
parecido en inteligencia fluida, cristalizada y espacial, pero no en memoria
operativa, control de la atención y velocidad mental.
Puede merecer la pena señalar que,
sin embargo, apenas existen efectos de transfer sobre la inteligencia fluida.
Es decir, los individuos mejoran mucho durante el entrenamiento, pero eso no
impacta en un aumento significativo de Gf en el postest con respecto a un grupo
control. El resultado señalado anteriormente sobre el escaso solapamiento de Gf
con las operaciones de supervisión de la memoria operativa que recluta la tarea
de n-back, observada en pacientes con lesiones crónicas, puede ayudar a
comprender este resultado decepcionante.
Actualmente colaboramos en una ambiciosa
investigación (INSIGHT) que pretende superar las limitaciones generalmente
observadas en esta clase de estudios sobre el efecto del entrenamiento
experimentalmente guiado. Usando, por un lado, una muestra de gran tamaño (N =
2.000) y combinando entrenamiento cognitivo con ejercicio físico, nutrición y
estimulación magnética transcraneal (TMS). Por ahora se están registrando datos, pero los
resultados deberían ser particularmente reveladores en este excitante campo de
enorme actualidad.
La keynote termina con algunas notas sobre el inminente futuro.
Se insiste en la idea señalada por R.
J. Haier hace un cuarto de siglo y que personalmente subrayé en mi keynote impartida hace dos años en
la ISSID: los científicos debemos colaborar a gran escala si queremos
avanzar sin agonizar por la lentitud de los progresos. ENIGMA, dirigido por Paul
M. Thompson, es un magnífico ejemplo de esa clase de colaboración
internacional.
También se destaca la relevancia de
integrar resultados ya disponibles. Tres ejemplos son ‘NeuroSynth’, los ‘Interactive Cognitive-Brain Maps’, o el reciente meta-análisis de Basten et al.
(2015).
Los desarrollos tecnológicos serán, por supuesto, cruciales. Algunos
ejemplos son ‘Big Brain’, el análisis de la ‘actividad dinámica del calcio’ en la comunicación
neuronal, el análisis de sistemas complejos llevado a cabo por el
grupo que lidera Danielle Bassett, o
el proyecto japonés centrado en interactuar con el cerebro usando sofisticados sistemas
de neurofeedback.
En resumidas cuentas, pienso que
debemos ser consecuentes con la declaración de que “ultimatelly, everything is in the brain”.
Persigamos respuestas a la pregunta de cuáles son las características
estructurales y funcionales de nuestros cerebros sobre las que se sustentan las
diferencias cognitivas que nos separan. Si obtenemos respuestas válidas
habremos dado un paso de gigante para resolver otras preguntas por las que
también nos llevamos interesando desde hace décadas, relacionadas con, por
ejemplo, la influencia de nuestras diferencias genéticas sobre el desarrollo
intelectual o la de los factores del entorno que, en concreto, poseen un efecto
visible.
Comprender lo que sucede en nuestros
cerebros al integrar nuestro genotipos con el entorno, entender la ‘brain connection’, delimitará el margen de
preguntas razonables sobre todo lo demás.
Dear Roberto, you are a great scientist ! I will alway support you, love you---- Jenny
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