A finales
de 2002, preparamos un manuscrito que se publicó, entre otros lugares, en la
revista ‘Escuela’.
Hubo una serie de reacciones, tanto favorables como contrarias, a nuestra
perspectiva. Si alguien desea acceder a esos documentos deberá buscar en una
hemeroteca. Google será infructífero.
Ahora que José
Antonio Marina se ha puesto manos a la obra para contribuir a renovar la
educación en España, aunque
no solamente él, consideramos que puede resultar de cierto interés
recuperar aquel escrito.
Percibimos
un solapamiento, aunque relativo. Lean y valoren por su cuenta, si lo desean.
La existencia de un problema
Se acumulan los datos sobre el bajo
rendimiento del sistema educativo español, un enfoque distinto al tradicional
que se centraba en un concepto igualmente complejo como el de fracaso escolar. Conviene especificar
qué entendemos por bajo rendimiento.
Las evaluaciones internacionales
sobre rendimiento académico sitúan a España en un nivel preocupantemente bajo,
y en el mismo sentido van las evaluaciones realizadas por el Instituto de Calidad y Evaluación de
nuestro Ministerio de Educación.
Por otro lado, las investigaciones
realizadas por los psicólogos en los últimos años indican que la competencia intelectual de los estudiantes españoles se
sitúa en un nivel equivalente al de otros países con mayor éxito (como, por
ejemplo, Finlandia). Siendo la competencia intelectual el predictor más
poderoso del rendimiento académico, lo lógico es que el rendimiento académico
de nuestro alumnado fuera mucho mejor que el que tiene en estos momentos y se
situara en los niveles altos en las comparaciones internacionales.
La calidad de la educación parece,
por tanto, pobre.
Por otro lado, las evaluaciones del
rendimiento académico realizadas en nuestro país son altamente consistentes, en
el sentido de que los estudiantes mejor evaluados un año, son también los
mejores evaluados al año siguiente. Y los estudiantes peor evaluados un año,
son también los peor evaluados al siguiente. Si nos atenemos al porcentaje de
alumnos que en España obtienen la titulación en la enseñanza obligatoria, el
rendimiento no es muy inferior al que se da en otros países.
El fracaso escolar no
parece, por tanto, especialmente llamativo.
Estos datos sugieren que hay algo que
no se está haciendo bien en el sistema educativo. El profesorado está evaluando
un rendimiento académico que tiene poco que ver con las competencias
intelectuales que poseen nuestros alumnos y que tampoco guarda relación con lo
que se tiene en cuenta para evaluar el rendimiento académico en los organismos
internacionales. Esta clara distorsión del papel que debe desempeñar la
educación tiene adversas consecuencias, a medio y largo plazo, para el
desarrollo humano del país.
Este problema puede considerarse más
grave si tenemos en cuenta que correlaciona positivamente con otros indicadores
importantes relacionados igualmente con el nivel cultural de los ciudadanos
españoles: los índices de lectura de libros y periódicos, el uso de
bibliotecas, los gastos en investigación o los índices de patentes, son algunos
ejemplos.
Causas del problema
Un problema de esta magnitud es
provocado, sin duda, por múltiples causas. Sin embargo, de todas ellas hay una
que consideramos dominante y que constituye un factor esencial en la
explicación y comprensión del bajo rendimiento académico del alumnado. La
responsabilidad fundamental recae sobre el sistema educativo tal y como está
planteado en este país, y dentro de dicho sistema es el profesorado el responsable fundamental de que se esté
dilapidando el potencial de aprendizaje de nuestros estudiantes.
El profesorado no está
haciendo bien su trabajo. Es más, podríamos incluso decir que no está haciendo
su trabajo y que se
está dedicando a otra cosa que, desde luego, es funcional para el sistema
educativo, pero no lo es para garantizar que los estudiantes aprendan lo que deben
para educarse. Esta carencia del profesorado es mayoritaria y está presente en
todos los niveles educativos, desde la escuela infantil hasta la universidad.
En cierto sentido se va incrementando al mismo ritmo que la edad del alumnado,
pero todos
los profesores lo hacemos bastante mal.
El fallo fundamental del profesorado
es que está planteando una enseñanza en la que prima el aprendizaje de unos
contenidos, sustancialmente retenidos de forma memorística, gracias a los
cuales van a poder ofrecer resultados satisfactorios en unas pruebas de
calificación que son muy poco exigentes desde el punto de vista intelectual. Desde los primeros años del sistema educativo,
el alumno descubre que es suficiente con retener unos cuantos conocimientos uno
o dos días antes de una prueba para poder pasarla con éxito. Apoyado en libros
de textos, coherentes con esos planteamientos, el profesorado aplica la ley del
mínimo esfuerzo pedagógico.
No se trata de que el profesorado sea
especialmente incompetente o poco
profesional. Básicamente, se dedica a hacer lo que de él se pide y exige
y, como le ocurriría a cualquier otro ser humano, como les ocurre a sus
estudiantes, no realiza un esfuerzo para desarrollar métodos pedagógicos que
permitan y obliguen a sus estudiantes a potenciar su competencia intelectual y
a maximizar su formación.
También aquí encontramos un problema
provocado por causas diversas, entre las que pueden destacar la escasa
preparación pedagógica del profesorado, prácticamente nula en el caso del
profesorado de secundaria y de universidad. Tiene también una importante
incidencia las condiciones de trabajo, en especial en el caso del profesorado
de centros privados, la distribución del alumnado, la escasez de recursos, la
ausencia de una política adecuada de estímulos a la función docente y de
formación permanente.
También en este aspecto consideramos
que hay una causa decisiva que contribuye a explicar la situación. Nadie exige al
profesorado mucho más de lo que está haciendo. No se lo exige la
inspección educativa, cuya función se ha limitado a estériles controles
burocráticos; no se lo exigen las familias, que bastante tienen con el hecho de
que sus hijos estén escolarizados y vayan obteniendo los títulos necesarios; no
se lo exigen tampoco los estudiantes, para los que el actual modo de
funcionamiento es cómodo en la medida en que les exige un escaso esfuerzo
intelectual. Tampoco se lo exige la sociedad en general, al menos los
responsables políticos que la representan, pues se ha optado en la práctica por
un sistema educativo cuya función básica es la de custodia y selección del
alumnado para legitimar la posterior adscripción de las personas a los diversos
niveles sociales.
Soluciones al problema
El problema es grave, pero
consideramos que tiene solución. Desde luego contamos con el potencial humano
suficiente para salir bien parados del esfuerzo: el alumnado dispone de
capacidades cognitivas más que suficientes para gestionar su proceso educativo
y lo mismo se puede decir del profesorado.
El eje de la cuestión se centra en introducir, con
todas sus consecuencias, un proceso de evaluación de la actividad docente del
profesorado con una doble dimensión.
Por un lado, una evaluación formativa que
permita al profesorado descubrir qué es lo que está haciendo mal y está
provocando que sus alumnos no aprendan lo que deben. No se trata tanto de
revisar los objetivos educativos, pues están bastante claros en la legislación
vigente, cuanto de verificar que es eso y no otra cosa lo que se está enseñando
en las escuelas.
Por otro lado, debe ser una evaluación
entendida como rendición de cuentas. La sociedad debe comprobar
que las personas que trabajan en la enseñanza están haciendo lo que de ellas se
pide y que el salario que reciben por su trabajo es merecido. Si el resultado
obtenido es negativo, el profesorado tiene que modificar su práctica docente
para poder seguir ejerciendo su función.
Esta evaluación tiene que cumplir
algunos requisitos. Es necesario que sea externa, es decir, la evaluación
será realizada por un equipo independiente del centro en el que ese profesor
enseña. Ya que los conocimientos y habilidades a
adquirir están consensuados dentro del sistema educativo, no existe ningún
problema en preparar pruebas de evaluación para todo el territorio educativo
que, además, posean las garantías científicas que deberían reunir los
instrumentos de evaluación de los conocimientos que los estudiantes deben poseer.
El
profesorado tendrá muy claro cuáles son los objetivos que se le exigen y
recibirá las indicaciones oportunas de actuación para enseñar a sus estudiantes
los conocimientos y habilidades previstos para esa materia y ese curso
académico. Ya que ha sido contratado como un profesional de la educación, será él
el único responsable de llevar a buen puerto el curso. Eso sí, las autoridades
competentes adquirirán el compromiso expreso de garantizar una adecuada
formación inicial y de satisfacer las peticiones razonables que ese profesor
pueda realizar (por ejemplo, un curso de formación especializado sobre una
determinada temática, una estancia en algún centro para mejorar sus habilidades
docentes, etc.).
Pero será siempre la
propia profesora o el propio profesor quien haga el oportuno requerimiento,
proactivamente.
Las dos
evaluaciones deberán ser realizadas de manera sistemática, siendo la inspección
educativa la encargada de llevarla a la práctica, proponiendo al profesorado,
de forma consensuada, las medidas correctoras que se consideren necesarias.
Al menos al
final de cada ciclo deberá haber también una evaluación mediante la realización
de pruebas al alumnado del territorio educativo de la comunidad autónoma y del
país.
El objetivo
de estas pruebas no consiste en verificar el nivel de conocimientos del alumnado
para hacer depender de él la obtención de un título académico, ni pretende
tampoco elaborar unas posibles listas de colegios según el nivel de éxito de
sus alumnos. Si así fuera estaríamos reproduciendo algunos de los errores
fundamentales que han provocado la situación actual.
El objetivo
de la evaluación es verificar que el sistema educativo, que el profesorado,
está cumpliendo adecuadamente con su trabajo y, como lógica consecuencia, el
alumnado está aprendiendo lo que debe.
La
evaluación debe además tener consecuencias.
En el caso
de que los resultados no fueran suficientes, será necesario introducir las
modificaciones necesarias para que el profesorado mejore su actuación,
proporcionándole el apoyo que tanto los evaluadores como el mismo profesorado
estimaran necesario.
Si eso no fuera
suficiente y persistiera el escaso rendimiento educativo, sería imprescindible
apartar de la función docente a quienes no estuvieran capacitados para
ejercerla adecuadamente.
Comentario final
Consideramos
que actuar en este sentido es urgente y constituye, además, una clave esencial de
la mejora de nuestro sistema educativo.
Es
necesario hacer más cosas, sin duda, pero este debe ser el hilo conductor o el
eje en torno al cual se articulen las demás medidas.
Consideramos
que la Ley de Calidad, a punto de ser aprobada, no ha enfocado bien el tema y
va a ayudar poco a conseguir lo que dice pretender. No ha sido correcto su
análisis del problema, tampoco el de las causas y, como es lógico, las medidas
propuestas no son las adecuadas.
Esto
implica que optamos por un sistema educativo cuya función básica es la de
preparar a las personas para poder ser ciudadanos bien formados, con un
pensamiento crítico y una madurez personal que les permita participar
activamente en la sociedad a la que pertenecen y en el puesto de trabajo que en
su momento tengan que ocupar. La función de selección del alumnado y de
titulación académica será siempre secundaria y estará subordinada a la
anterior.
Nuestra
propuesta implica igualmente que, por fin, la sociedad se va a tomar en serio
la enseñanza y a sus profesores, y que va a exigir del sistema educativo y de
los profesionales algo sustancialmente diferente de lo que viene exigiéndoles
hasta el momento.
Hola Felix, muy interesante el post. Creo que el diagnóstico es acertado (hay una responsabilidad importante del profesorado en los resultados educativos) pero la solución que propones (la evaluación/fiscalización de la labor del profesor) puede tener ciertos riesgos.
ResponderEliminarPara evaluar la actividad docente debe evaluarse lo que los estudiantes han aprendido. En la práctica, esto es más dificil de lo que parece y las autoridades suelen buscar salidas fáciles: "¿queremos evaluar cómo lo hace un profesor? Generemos un programa que requiera del docente rellenar un montón de papeles informando pacientemente de su actividad". Esto, claro, me hace pensar en Groucho Marx gritando ¡más madera!
Por ponerte un ejemplo: mi universidad tiene implantado un sistema de evaluación del profesorado. A mí me llevo un día de trabajo rellenar los papeles. Muchos criterios me parecían discutibles (p.e., se valoraba asisitir a cursos de formación docente o usar las últimas tecnologías). La calificación final resultaba de la suma de una miriada de aspectos, entre los cuales no se encontraba el más importante ¿qué aprenden los alumnos? ¿han aprendido a pensar con este profesor?
Esto no es casual. Inferir la calidad del profesor por lo que aprenden los alumnos es complicado. El aprendizaje depende del alumnado que se tenga y de la dificultad de la materia, entre otras cosas.
Mi experiencia es que estos sistemas de acreditación/verificación vuelven locos a los docentes y a los coordinadores de los planes de estudios. Tienen poca validez y un efecto desmotivador. De mi experiencia como coordinador yo tengo un tic cada vez que oigo la palabra "verificación".
Para mí la solución se encuentra en seleccionar bien al profesorado (coger a los mejores) y, luego, confiar en ellos y dejarles que trabajen.
“Para evaluar la actividad docente debe evaluarse lo que los estudiantes han aprendido”.
ResponderEliminarMediante un examen de conocimientos y habilidades preparado por un organismo independiente.
“El aprendizaje depende del alumnado que se tenga y de la dificultad de la materia, entre otras cosas”.
Sin duda. Serán variables a tener en cuenta.
“Tengo un tic cada vez que oigo la palabra "verificación".
No me extraña, pero no se trata de eso.
“Para mí la solución se encuentra en seleccionar bien al profesorado (coger a los mejores) y, luego, confiar en ellos y dejarles que trabajen”.
No puedo estar más de acuerdo, pero debemos actuar con lo que tenemos ahora encima de la mesa. Y, desde esa perspectiva, hay que ser asertivo.
Saludos, Roberto
Nada tengo que añadir a la respùesta de Roberto.
ResponderEliminarTodos sabemos que evaluar con rigor es difícil, pero la dificultad no debe arredrarnos. El programa es claro desde hace ya 400 años: medir todo lo que pueda ser medido y y hacer mensurable todo lo que no lo es. La investigación, y en este caso, la evaluación no es tarea sencilla. Eso ya lo sabemos