El título de este post es un recurso para intentar captar
su atención. No tiene relación con lo que hoy quiero compartir con ustedes en
este espacio.
¿O tal vez si?
Hace un año y medio comencé a
correr. Mi trabajo sedentario y mi afición a las comidas hipercalóricas me
habían llevado a un problema preocupante de obesidad.
Al principio fue todo un éxito
correr 30 minutos a un ritmo objetivamente lento, pero poco a poco empecé a
mejorar mi forma física y a disfrutar de sensaciones placenteras mientras me
transportaba a mí mismo por agradables paisajes.
Los efectos positivos del running sobre el estado físico están muy
bien documentados y he podido experimentarlos en mis propias carnes (nunca
mejor dicho). Por desgracia, y como suele suceder, también existen daños
colaterales: mi economía se vio gravemente afectada por la necesidad de renovar
mi fondo de armario.
Como principiante en el
apasionante mundo de la neurociencia, y ahora en el del running, me pregunté por los efectos que correr podría tener sobre
la función cerebral.
Este tema no es nada original.
Ya los romanos se dieron cuenta
de esta relación:
“Mens sana in corpore sano”
Una de las primeras explicaciones
científicas del beneficio que tiene la práctica deportiva sobre el
funcionamiento del cerebro, tiene que ver con el incremento
del flujo sanguíneo en ese órgano: contribuye a que sus células se
encuentren más oxigenadas y posean más nutrientes. Sin embargo, aun siendo esto
cierto, es solo parte de la historia. Por ejemplo, el ejercicio es un eficaz
factor de protección frente a enfermedades neurodegenerativas, e incluso puede
contribuir a disminuir el impacto de sus síntomas.
El ejercicio físico ha
demostrado ser un método excelente de protección
frente a enfermedades neurodegenerativas, y puede ayudar a disminuir el
impacto de estas enfermedades. En esencia, el ejercicio físico parece activar
una serie de procesos encargados de proteger a las estructuras nerviosas de
agresiones internas y externas, lo que se denomina sistemas
de neuroprotección fisiológica.
Además, si pensamos en la
evolución humana, descubriremos que el cuerpo humano, su fisiología, está
preparada para una actividad física mucho más intensa de la que cada vez un
mayor porcentaje de la sociedad está realizando en las sociedades modernas.
Ese incremento del sedentarismo en la
población de las sociedades desarrolladas, especialmente a partir de la
revolución industrial, sería uno de los factores –aunque no el único-, que
podría explicar el incremento de las enfermedades neurodegenerativas durante
los últimos cincuenta años.
Cuando salimos a correr, además
de coordinar el movimiento biomecánico de los músculos implicados en la
carrera, nuestro cerebro se encarga de organizar las funciones corporales
necesarias para que podamos realizar esa actividad de manera eficiente. Nuestro
cuerpo envía señales al cerebro para que ponga en marcha una serie de
adaptaciones fisiológicas necesarias para realizar la actividad, haciendo que
el cerebro produzca cambios en funciones como el consumo de glucosa, la respiración
o la frecuencia cardiaca.
Sin embargo, el ejercicio
físico también produce una serie de efectos que no están relacionados con el
control de esas funciones asociadas al propio ejercicio, sino con las
características funcionales de las propias neuronas. Se ha documentado, por
ejemplo, que la práctica deportiva produce un
incremento en la síntesis de factores neurotróficos en el cerebro. Y las
neurotrofinas son sustancias que producen efectos positivos sobre las neuronas
adultas.
¿Cómo incrementa el ejercicio
la síntesis de factores neurotróficos en el cerebro?
Investigando otras cuestiones,
los científicos encontraron que la práctica intensiva de ejercicio físico
estimulaba la liberación en sangre de la famosa “hormona del crecimiento” (GH). Esta hormona, a su vez, hace que
nuestro hígado comience a producir masivamente un factor de crecimiento
denominado IGF-I, responsable también, entre otras cosas, del crecimiento de
los músculos (¡como saben muy bien algunos deportistas tramposos!).
El IGF-I es, además, un factor
neutrófico muy eficaz.
Así pues, el ejercicio físico
estimula el camino hormonal GH-IGF-I, produciendo efectos protectores sobre el
cerebro gracias al IGF-I. De hecho, se ha
observado que si se impide que el IGF-I funcione, se anulan los efectos del
ejercicio sobre el cerebro. Por tanto, se ha contrastado que el IGF-I actúa como
un mensajero que utiliza nuestro cuerpo para comunicar al cerebro que se está
produciendo ejercicio físico. Al llegar al cerebro, el IGF-I estimula la
producción de otras sustancias tróficas. Además, incrementa la actividad de las
neuronas, mejora la capacidad del cerebro de recibir información del resto del
cuerpo (información propioceptiva), estimula el flujo de sangre al cerebro,
aumenta el consumo de glucosa por parte de las neuronas, y las protege de
alteraciones que puedan producir su malfuncionamiento o incluso su muerte.
Absolutamente fascinante ¿no
les parece?
En resumen, ahora que he
constatado que correr es una actividad que me resulta satisfactoria -aunque sea
haciendo cada vez recorridos más largos y más rápidos—y que, además, tiene
efectos positivos sobre mi estado físico y mental, tengo la firme determinación
de seguir quemando zapatilla. Les animo a todos ustedes, queridos lectores de
este Blog, a hacer lo propio.
Eso sí, les advierto, el running es muy adictivo.
Podemos utilizar la advertencia
que Bilbo Bolsón le hizo a Frodo en “El Señor de los Anillos”:
"Es un asunto peligroso, Frodo, salir de tu casa.
Pisas el camino y si no controlas tus pies nunca sabes dónde te
pueden llevar".
Con eso de correr pasa algo
parecido: empiezas arrastrando lastimosamente tu cuerpo durante 10 ó 15 minutos
y, antes de que te des cuenta, estás completando tu primera carrera.
Una pregunta que me hicieron algunas personas a raíz de este post: ¿solamente correr posee esa serie de efectos positivos que señalas? ¿O sirve igual otra clase de ejercicio físico? Si es así, ¿podrías organizarlos según su proximidad a los efectos de correr? Muchas gracias, R
ResponderEliminarHola, en primer lugar me disculpo por la demora en la respuesta. Es una muy buena pregunta, los trabajos revisados para elaborar este post se centraban en el atletismo de fondo y en la práctica intensiva (que no intensa) de ejercicio fisico. Haciendo un ejercicio de lógica, supongo que se podrían extrapolar estos mismos beneficios (o muy similares) a toda práctica deportiva que exceda de los 60 minutos de duración por cada sesion, realizada siempre, o mayoritariamente, en umbrales de esfuerzo aeróbico, y un mínimo de tres veces por semanas. Espero que os sirva de ayuda.
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