Concuerdo y discrepo. Es natural.
Para este ‘Hispano’ es de agradecer que un ‘Anglo’ de la
talla intelectual de E. B. Hunt dedique su valioso tiempo a evaluar los contenidos
de la obra de P. W. Powell.
Tuvimos ocasión hace tiempo de revisar tales contenidos en
este blog, así que no los repetiré
ahora:
Considero que Hunt huye, en su extenso comentario, de la
esencia del mensaje de Powell. El erudito Profesor de Psicología reduce el zoom de su cámara para desvirtuar el
pormenorizado análisis del profesor de estudios latinoamericanos de la
Universidad de California, para convencernos de que no hay nada especialmente
sucio en las estrategias difamatorias de los europeos contra los españoles.
Sin embargo, los datos revisados por Powell son contundentes.
Los europeos trabajaron duro para desvirtuar al pueblo español, sirviéndose con
entusiasmo de una tecnología existente en aquel aciago momento histórico, pero
que Hunt decide ignorar (la imprenta).
La imagen grotesca extendida por los publicistas europeos,
especialmente de los Países Bajos, Inglaterra, Francia y Alemania, resultó de
una intensa propaganda que comenzó en el momento álgido del Imperio Español,
con Carlos V y, especialmente, Felipe II. Esa imagen se propagó a los Estados
Unidos, y, en contra de lo que piensa Hunt, sigue siendo un referente incluso
en personas con un elevadísimo nivel cultural. Un ejemplo es la interesante
obra de Charles Murray (Human Accomplishment) en la que se
abraza, sin reservas, la visión de una España que no contribuyó, en absoluto, a
la cultura de Europa.
Powell desmontó esa visión, pero Murray no se enteró. Resulta
escalofriante pensar qué se les ha enseñado en las escuelas a los estudiantes
del nuevo imperio, algo que Powell también describe detalladamente.
Pero quizá el problema más endémico para los hispanos es que
la negativa propaganda europea también caló en los habitantes de la península
ibérica. Como le expresé al propio Hunt en su momento, el Padre Bartolomé de las Casas fue nuestro Michael Moore, contribuyendo a la campaña de difamación contra su
propio pueblo usando información desvirtuada o sencillamente falsa.
En su obra, Powell se esfuerza por abrir una puerta cerrada
por los estereotipos creados y alimentados por los europeos. Y, a mi juicio, lo
hace porque, igual que Hunt, es un “orgulloso y patriota norteamericano”. Piensa
Powell que existe un extraordinario paralelismo entre el Imperio español y el
imperio estadounidense establecido en la segunda parte del siglo XX.
Ese paralelismo explica por qué la perspectiva general de
Hunt no se aplica, sin más, a la obra de Powell. Los numerosos casos que Hunt
revisa no poseen la escala necesaria para comprender el caso español. Los
pueblos no son imperios.
Por otro lado, opina el psicólogo norteamericano que las
imágenes negativas que pretende destruir Powell no pueden ser relevantes porque
se ha perdido la continuidad histórica. Recurre a anécdotas personales para
justificar esta discontinuidad. Pero los hechos
generales son más poderosos que los casos particulares.
Un ejemplo elocuente es que el término ‘inquisición’ evoca en los habitantes de nuestro planeta la imagen
de una oscura prisión española (pero no anglo, francesa o alemana) repleta de
terroríficos instrumentos de tortura. Ello a pesar de que sabemos, desde hace
tiempo, que esa institución actuó con mucha menor virulencia y crueldad en
España que en otros países. La especial propaganda contra España, que Hunt
rechaza, produjo, de hecho, esta clase de efectos con una clara continuidad.
Concuerdo con Hunt, no obstante, en que a) los pueblos que
compiten por recursos se sirven de estereotipos, calculan ‘promedios’
indeseables sobre sus competidores para justificar sus beligerantes acciones y
b) las tecnologías actuales mejoran la eficiencia con la que los dirigentes
pueden lograr ese objetivo.
Sin embargo, la propaganda no se reduce, como él suscribe, a
los últimos cien años de estancia del Homo
Sapiens sobre el planeta Tierra. Hizo sus exitosos primeros pinitos en
pleno auge del Imperio español. Y las consecuencias no se han desvanecido del
imaginario colectivo. Todavía.
Una adecuada respuesta. La traduces al inglés y se la envías.
ResponderEliminarLo de la Inquisición, institución evidentemente de control social sin paliativos, clama al cielo. Puestos a quemar brujas sin garantías legales de ningún tipo, quizá convenga mirar al centro y norte de Europa en el siglo XVII. Comparando el comportamiento, por ejemplo de Enrique VIII o de los Valois, con el de nuestros reyes y utilizando criterios de la época, no hay color en cuanto a decencia en el ejercicio del poder. Enfín, es lo que hay y conviene desmontarlo con ocasión y sin ella. Sobre todo porque esa visión negativa sigue pesando en la conciencia colectiva española y paraliza un poco.
Gracias por el feedback Félix. Nunca es suficiente.
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