‘Cerebral Cortex’
publica un complejo artículo en el que se exploran los cambios durante el ciclo
vital del grosor de la corteza cerebral y de su superficie. Esos cambios se
relacionan con los niveles de inteligencia de las personas consideradas en la
investigación.
Schnack, H. G. et al. (2014). Changes in thickness and surface area of the human cortex and their
relationship with intelligence. Cerebral Cortex. doi:10.1093/cercor/bht357
El resultado general es que la inteligencia está más
relacionada con la cantidad y el momento del cambio de la estructura cerebral
durante el desarrollo, que con la estructura en sí misma. El desarrollo
cortical no termina nunca, sino que no cesa de cambiar. Esos cambios dependen,
según los autores, de la capacidad intelectual de cada individuo.
La última frase es un tanto enigmática, pero se intenta explicar
con frases como ésta: “las personas con una mayor inteligencia mantienen su cerebro
activo y en desarrollo porque se educan y estimulan continuamente a sí mismos
(…) buscan activamente ambientes cognitivamente retadores”. Por
tanto, se apoya la idea de que las diferencias de inteligencia son una causa
de los cambios diferenciales observados en la corteza.
Estos son los tres periodos de cambio en el desarrollo de la
corteza:
-. Hasta los diez-doce años
de edad: se
caracteriza por la expansión del área cortical, que es sustancialmente mayor en
los individuos más inteligentes.
-. Hasta los 21 años de edad: ahora se invierte la relación entre
nivel intelectual y expansión del área cortical; los más inteligentes alcanzan
antes una máxima expansión seguida de una contracción acelerada. En este mismo
periodo se aprecia una reducción en el grosor de la corteza.
-. En
el tercer periodo continúa la contracción del área cortical, manteniéndose su
relación con la inteligencia. Sin embargo, se invierte la asociación de la
inteligencia con los cambios en el grosor cortical: la reducción en el grosor
continua en los individuos menos inteligentes, pero se observan aumentos de ese
grosor en los más inteligentes, lo que lleva a una correlación positiva entre
grosor e inteligencia en los individuos más inteligentes a la edad de 42 años.
La figura muestra
(de un modo algo críptico) que las personas más
inteligentes presentan los cambios más extremos durante el desarrollo.
Sus cerebros son, por tanto, más dinámicos.
Estos resultados se basan en el análisis de 504 individuos cuya edad oscila entre
los 9 y los 60 años (114 por debajo de 12 años de edad, 76 entre 12 y 20 años,
152 entre 20 y 30 años, 105 entre 30 y 40 años, y 57 por encima de 40 años). Se
dispone de dos registros MRI, separados por entre 2 y 8 años aproximadamente,
de cada participante. Su nivel intelectual se obtiene en un solo momento
temporal a partir de cuatro tests estandarizados, y, por tanto, esta investigación no puede averiguar si los cambios observados
en el cerebro poseen alguna relación con supuestos cambios en el nivel intelectual.
Este último aspecto, particularmente relevante, fue explorado
en la investigación de Burgaleta et al.
(2013) ya comentada en este blog:
El principal resultado de Burgaleta et al. fue que el aumento
del nivel intelectual se asociaba a una preservación del grosor de la corteza
(ausencia de cambio), mientras que una reducción del nivel intelectual se asociaba
a una reducción de la corteza.
Se aprecia, por tanto, una cierta contradicción con esta
conclusión del artículo que se está comentando ahora: “los mayores cambios del grosor de la corteza
durante el desarrollo se asocian a una alta inteligencia, mientras que ese
grosor cambia menos en los menos inteligentes”.
Queda todavía, por tanto, un largo camino por recorrer hasta
averiguar cuáles son las relaciones recíprocas, altamente dinámicas, que
parecen existir entre los cambios en el cerebro y en la inteligencia de los
individuos. Probablemente sea algo más complejo de lo que parece establecer
relaciones de causa-efecto.
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