viernes, 27 de septiembre de 2013

Solamente abejas –por Antonio Andrés-Pueyo

Las abejas son unos insectos fascinantes, curiosos, útiles y bien conocidos. Forman parte de nuestras vidas y tienen un lugar destacado en nuestra cultura.

Hace ya muchos años que me quedé atraído por las abejas. Por ejemplo, me impresionó saber la forma en que las abejas, mediante su “danza” en forma de 8, conseguían comunicarse entre sí para informarse de la localización de fuentes de alimento alejadas de sus colmenas. Me pareció sorprendente, no sólo que eso fuera un hecho (la naturaleza y la selección natural pueden con eso y mucho más) sino, sobre todo, cómo Karl Von Frisch, un etólogo y – después premio nobel austríaco -, lo pudo descubrir y sobre todo descifrar.

El descubrimiento de la llamada “danza de las abejas” es todo un ejemplo de investigación científica de primer nivel. Mediante ingeniosos experimentos “naturales” Von Frisch acabó por desentrañar la forma y manera en que unas abejas comunican a otras informaciones de gran relevancia.

Pero no quería hablar de este descubrimiento y sus consecuencias en el estudio de la conducta y la cognición de los animales que a partir de esos años fue aumentando de forma irreversible. La etología, desde entonces, ha avanzado de forma extraordinaria. Quería concentrar mi comentario en estos insectos que son tan comunes, para muchos incluso amenazadores, y por lo visto más importantes de lo que creemos (y no solo para los impenitentes golosos) y en grave peligro de extinción.

Desde hace unos años las abejas mueren en cantidades enormes, en una escala que nunca antes se había descrito u observado. La desaparición de las abejas no afecta solo a los individuos sino que también lo hacen, y esto es lo más grave, a sus colonias. Sirva este comentario para aviso del riesgo que corren estos insectos, y con ellos nosotros, de desaparición. Einstein afirmó – o al menos eso se le atribuye, aunque los expertos dudan de la certeza de esta atribución – que “si las abejas desaparecen de la superficie de la tierra, al hombre no le quedan más de cuatro años de vida”.


Las abejas tienen un papel capital en la producción de alimentos vegetales. De cada tres bocados de alimento (más o menos así lo dice la estadística) que damos en el mundo occidental, al menos en uno de ellos comemos un producto derivado de la actividad biológica de la Apis Mellifera (la abeja común en occidente). Las abejas intervienen en los siguientes procesos de polinización de otras tantas especies vegetales: almendras, manzanas, espárragos, brócoli, cebollas, cerezas, calabacines, pepinos, apio, sandías, melocotones, ciruelas, limones, mandarinas, naranjas, algodón, cacahuetes, uva, etc.

El grado de participación oscila entre el 100% (almendras) manzanas (90%) hasta la uva (1%) pasando por las sandias (65%) o los limones (20%). Piensen en la cantidad de “otros” procesos de producción alimentaria donde esas especies intervienen. Las causas son objeto de discusión, pero las consecuencias están más que claras. La desaparición de las abejas comunes tendría efectos desastrosos en la cadena trófica de los alimentos que consumimos, también, los humanos. Especialmente el efecto está en la interrupción de los procesos de polinización en los que las abejas participan de forma intensa.

¿Cuáles son las causas de su desaparición tan intensa y reciente?

No se sabe con seguridad y se proponen muchas hipótesis, a cual más catastrofista. Se habla del efecto de los “smartphones”, de la agricultura de monocultivo, de la contaminación atmosférica y de los pesticidas. Incluso el ozono tiene “puntos” para ser la causa de una mortandad que ya se califica de epidémica.  Los expertos han identificado una tremenda epidemia que afecta a las abejas: se llama el “trastorno de destrucción de las colonias” (colony-collapsed disorder).

Una de las principales hipótesis es la infección generalizada de la colonia producida por un ácaro el “varroa destructor” que se ha extendido por todo el mundo (excepto Australia) en los últimos 30 años. Otra de las razones potentes es de naturaleza química. Uno de los agentes tóxicos que más afectan a las abejas son unos pesticidas denominados “neonicotinoides” que tienen un potente efecto en el sistema nervioso de las abejas interfiriendo en sus capacidades de navegación, aunque no las matan inmediatamente. Este efecto impacta de forma letal en la colonia de abejas que se descompone y destruye en un plazo de unos meses.

Hay otros muchos insecticidas y pesticidas que influyen en la salud de las abejas pero, al menos eso creen los expertos, los “neonicotinoides” son el agente tóxico más importante en este problema de las abejas. La Comisión Europea los ha prohibido durante dos años a la espera de los resultados de este “parón biológico”. En USA, que el problema es más grave aún si cabe que en Europa, están aún considerando esta medida para aplicarla en un futuro inmediato. Hay otros “agentes” potencialmente causales de esta mortalidad (bacterias diversas, virus, hongos…) pero los esfuerzos se concentran en estos pesticidas y otras sustancias análogas.

¿Qué soluciones se plantean?

Además de las tradicionales estrategias preventivas que se han puesto en marcha, hay algunas iniciativas curiosas. En China, que ha sufrido una pérdida tan grave de abejas como en los USA, los agricultores hacen la polinización a mano por medio del uso de cepillos que permiten ese proceso en el cultivo de manzanas y de peras. En los USA la potente universidad de Harvard se ha implicado en el desarrollo de un robot de “abeja” que sirve para las funciones de polinización.

Modos de actuar diferente en un mundo globalizado.

Sin duda hay que tomar cartas en el asunto y corregir el error (errores) que causan daño a las poblaciones de abejas. Seguro que si lo hacemos saldremos bien parados y conseguiremos que las abejas vuelvan a ocupar (mejorar aún si cabe) si situación ecológica. De hecho si miramos a otros magníficos seres voladores, las aves y especialmente las rapaces, en una perspectiva histórica, al menos en España en los últimos 30 años han aumentado su población y diversidad, y no solo para goce de los ornitólogos, sino también para la mejora de los sistemas biológicos naturales que tanto nos afectan a todos.

La razón de esta mejora en las poblaciones de aves: la protección del medio ambiente donde viven. Algo parecido puede pasar con las abejas, esperemos que empiece a ser verdad en breve.


2 comentarios:

  1. Antonio, esta historia de las abejas es realmente impresionante. Incluso sobre-cogedora. Parece difícil de creer que sean tan importantes, aunque tu comentario es claro al 'denunciar' la situación. La idea de las abejas-robot tiene su punto, pero, qué quieres que te diga, me parece mejor conservar a esos encantadores animalillos.

    En cualquier caso, quizá merezca la pena una nota de precaución. La intervención humana sobre esas clase de tareas conservacionistas no siempre logra lo que se persigue (y, quizá demasiadas veces, se llega a un resultado inesperadamente negativo).

    Aquí en España ha pasado, por ejemplo, con los ríos. Antes los labradores sabían que tenían que hacer. Pero desde la llegada de los llamados ecologistas la situación ha empeorado dramáticamente.

    Crichton dio una charla en Washington en el que revisa un caso paradigmático, el del famoso parque de Yelowstone, que, con tu permiso, voy a recomendar:

    http://bill.srnr.arizona.edu/classes/182h/Climate/Fear,%20Complexity,%20&%20Environmental%20Management%20in%20the%2021st%20Century.htm

    Hay un video en su web, pero parece que ahora no funciona.

    Saludos, Roberto

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  2. http://www.madrimasd.org/informacionidi/noticias/noticia.asp?id=59152&origen=notiweb&dia_suplemento=lunes

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