Aldous Huxley publicó ‘A Brave New World’ en 1931.
El mundo que se describe está poblado de humanos felices que
han sido diseñados para aceptar su situación social, desde los Alfas (líderes) a
los Epsilón (individuos en los que la inteligencia es innecesaria).
El sexo es libre (‘todo el mundo pertenece a todo el mundo’), la
jornada laboral de siete horas (“sería una crueldad atormentarles con más horas de asueto”)
y el ocio diseñado para que no exista tiempo muerto en el que pensar tonterías (“¡andar y hablar!
¡Vaya extraña manera de pasar una tarde! (…) la televisión funcionaba, como un
grifo abierto, desde la mañana a la noche”). Si, aún así,
pensamientos incómodos se presentan en la mente del ciudadano, está el recuso
de una pastilla de soma, la droga de la felicidad (“cada una de vuestras vacaciones de soma es un
poco lo que nuestros antepasados llamaban eternidad”).
La estricta jerarquía, basada en el diseño a medida de
ciudadanos, permite una estabilidad social sin precedentes: “hombres y mujeres
estandarizados, en grupos uniformes (…) el principio de la producción en masa
aplicado a la biología (…) ahora tenemos el Estado Mundial”.
Los niños son condicionados en las Salas de Predestinación
Social donde se logra que “la gente ame su inevitable destino social (…) si uno es
diferente, se ve condenado a la soledad (…) cuanto mayores son los talentos de
un hombre, más grande es su poder de corromper a los demás”. La
familia, por supuesto, ha desaparecido.
Hay, cómo no, individuos díscolos que se resisten a aceptar
el establishment. Es el caso de (los
Alfa) Watson y Marx. Algún defecto en su producción dio lugar a que su
tendencia a disentir fuera visible. Sucedía de cuando en cuando y el gobierno
se veía obligado a enviarles a las islas para no contaminar al resto. Pero era
tratados con consideración.
La ‘neumática’ protagonista, Lenina, le hace saber a Marx que
ella es libre y que no puede comprender su diferente modo de pensar: “(soy) libre de
divertirme cuanto quiera. Hoy en día todo el mundo es feliz (…) no dejes para
mañana la diversión que puedes tener hoy (…) cuando el individuo siente, la
comunidad se resiente (…) por eso nos acostamos ayer, como niños, en lugar de
obrar como adultos y esperar”.
Los capítulos XVI-XVII son clave para comprender el mensaje
de Huxley. Mustafá Mond, un gran líder de ese mundo feliz, les explica a Marx,
Watson y el hijo salvaje (John) de una ciudadana (Linda) que se perdió en una
reserva india de Nuevo Méjico (cuando estuvo de vacaciones con el jefe de Marx)
la esencia de su sociedad:
“La gente es feliz, tiene lo que desea y nunca desea lo que
no puede obtener. Está a gusto, está a salvo, nunca está enferma, no teme la
muerte, ignora la pasión y la vejez, no hay padres ni madres que estorben, no
hay esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes. Nuestros ciudadanos
están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo a como deben
(…) la población óptima es la que se parece a los iceberg: ocho novenas partes
por debajo de la línea de flotación y una novena parte por encima”.
Mond recuerda que la inestabilidad es mucho más espectacular
que la estabilidad que ellos han logrado, que la felicidad nunca tiene
grandeza: “la
felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los engranajes; la
verdad y la belleza, no (…) una civilización no puede ser duradera sin gran
cantidad de vicios agradables”.
Es innecesario esforzarse por encontrar similitudes con
nuestra actual sociedad. Es insultantemente evidente.
A brave new world, 1984, Walden dos... clásicos que describen el dramático control total del hombre por el hombre.
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