Aceptando con muchísimo gusto la invitación
de Roberto a escribir en su blog,
quisiera abordar, en una serie de tres artículos, los que considero que son los
grandes retos del ámbito de la atención a los alumnos talentosos, o con altas
capacidades intelectuales, en nuestro país. En este primer artículo describiré el
que creo más problemático pero con mejor pronóstico: el ideológico.
Contextualizando la cuestión, si tuviera que
resumir en pocas palabras la calidad de las leyes
educativas españolas referidas a la atención de los alumnos con altas
capacidades, diría que se trata de una normativa
esperanzadora y a la vez decepcionante. Creo, además, que la escasa
aplicación de estas leyes es, muy a mi pesar, el perfecto reflejo del sentir,
no de la sociedad, sino de cierta parte de nuestro gremio educativo.
El caso es que considero, por un lado,
esperanzador nuestro marco normativo porque contempla la necesidad, tanto de
identificar como de atender a esta población, lo cual es, sin lugar a dudas, un
gran logro. Por otro lado, es al mismo tiempo decepcionante porque por no
explicar, no explica ni siquiera qué debe entenderse por altas capacidades
intelectuales (aunque en la práctica se haya llegado a un “consenso” del que quizá
hablemos en otra ocasión).
Dicho esto, me sorprende la buena prensa que tiene la denuncia de la insuficiente atención psicoeducativa brindada a esta población. Se publica cada cierto tiempo artículos en los periódicos haciéndose eco, por ejemplo, de la escasísima tasa de identificación, de los quizás no tan “paradójicos” problemas de fracaso escolar entre este tipo de alumnos, o de lo deseable y beneficioso que podría ser para la sociedad aprovechar el potencial de estos jóvenes. Y me sorprende por lo que anunciaba anteriormente, por la inmensa brecha que existe entre la posición de los expertos “divulgada” en mayor o menor medida por los medios de comunicación y la más bien pobre realidad educativa a la que se enfrentan estos chicos.
Y es que el verdadero obstáculo a salvar se
encuentra lamentablemente en las mentes y corazones de muchos de nuestros
profesores, pedagogos y psicólogos. Mi experiencia y la de muchos de mis
compañeros es la de encontrarnos con profesionales de la enseñanza que, o bien
niegan la mayor y consideran que esta clase de alumnos no necesita ayuda alguna
(creyendo algo así como que si son tan listos, que se ayuden ellos solos), o
bien consideran, simple y llanamente, que ante la escasez de recursos
(agudizada por la crisis), más acuciante es atender a los alumnos con
necesidades específicas de apoyo educativo asociadas a problemas de aprendizaje
o necesidades “especiales”.
Pues bien, no nos cansaremos de repetir y
respaldar con datos, que la atención a esta población
sí que es necesaria. Si bien no voy a entrar aquí a debatir si la
merecen más o menos que otras personas, las posibles consecuencias de no
hacerlo no son meras anécdotas inocentes, ni cuestiones que atañan únicamente
al rendimiento escolar como algunos creen, sino que nos enfrentaríamos también
a genuinos problemas (emocionales y de conducta) potencialmente disruptivos y
limitantes, tanto para los propios chicos como para sus familias y entornos.
Pese a todo, soy francamente optimista. Las leyes educativas han ido evolucionando favorablemente
durante los últimos años, los planes de estudios universitarios
relativos a las ciencias pedagógicas y psicológicas abordan cada vez más este
campo y, en consecuencia, los futuros profesionales del ámbito educativo ya no
dejan sus facultades sin haber oído más que un par de veces y de soslayo algo acerca de los alumnos “superdotados”. Ahora nuestros futuros
profesionales de la educación se gradúan sabiendo que la
diferenciación educativa es necesaria, pero sobre todo, que lo es
también para los chicos talentosos o con altas capacidades.
Gracias por la interesante contribución César.
ResponderEliminarSeguramente es algo que desarrollarás posteriormente, pero yo soy de los que piensan que una de las mejores estrategias para actuar con los superdotados es no hacer nada especial.
Es decir, evitar que los profesores hagan algo es, por ahora, lo mejor. Su autoestima suele verse dañada por el intelecto de estos chicos así que cuanto más lejos se encuentren, tanto mejor.
Recientemente supimos que el profesorado suspende masivamente en pruebas de conocimientos relativamente elementales. El profesorado no está a la altura. Punto.
No está a la altura en general, pero el problema se agrava si se encuentran con chavales superdotados.
Lo que hay que evitar es que les hagan daño y para eso el único medio que se me ocurre es alejarles de las aulas estándar.
Saludos, R