El premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2010, Amin Maalouf, escribió hace algo más de una década un breve ensayo titulado ‘Identidades asesinas’.
Gira alrededor del problema que está produciendo la globalización como amenaza a las identidades de los pueblos. Se resisten a ser fagocitados por la estandarización de la cultura. El antídoto, para este pensador libanés, está en subrayar al individuo desdibujando la relevancia de los grupos: “no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una dosificación singular que nunca es la misma en dos personas”.
Maalouf es una persona cultivada y recurre a descubrimientos hechos en genética conductual para destacar la importancia del individuo: “es frecuente observar, en el seno de la misma familia, entre dos hermanos que han vivido en el mismo entorno, unas diferencias que les harán reaccionar, en materia de política, religión o en su vida cotidiana, de maneras totalmente opuestas, y que incluso pueden determinar que uno de ellos mate y otro prefiera el diálogo y la conciliación”.
Presta atención a las relaciones entre inmigrantes y aborígenes, exponiendo que debe existir una aceptación de los primeros hacia las tradiciones de los segundos, y un respeto de los segundos hacia los primeros. La simple asimilación del inmigrante a la cultura del país de destino es demasiado pobre.
Recupera la tesis que mantuvo en su sobrecogedor ensayo ‘Las cruzadas vistas por los árabes’ recordando que “entre los siglos XV y XIX Occidente avanzaba a gran velocidad, mientras el mundo árabe se atascaba (…) desde hace quinientos años, todo lo que influye de un modo duradero en las ideas de los hombres, en su salud, su paisaje, o su vida cotidiana es obra de Occidente”. Este hecho indiscutible puede estar detrás del odio hacia Occidente por parte de algunos sectores del mundo islámico.
Occidente debe demostrar su madurez contribuyendo a que los países árabes depongan, voluntariamente, la actitud de rechazar sus propuestas de modernidad. La aventura de la humanidad es algo más grande, mucho más grande, que nuestras rencillas domésticas. El Islam tiene mucho que decir si se decide a hablar, si se olvida de la demasiado duradera pataleta en protesta por lo que fue pero ya no es, si opta por entrar, decididamente, en el siglo XXI.
Maalouf habla de la era de los individuos. De ellos y de la humanidad. Son los grupos, mayores (Occidente vs. Islam) o menores (Catalanes vs. Castellanos) los que se resisten a perder su identidad convirtiéndose en asesinos para defenderse de la tiranía de la uniformidad globalizadora.
El mundo del siglo XXI exige un respeto real a las identidades para evitar los asesinatos –físicos y mentales—a los que estamos acostumbrados. El mejor modo de alcanzar ese objetivo es admitir que el único lugar real en el que cristalizan esas diferentes identidades es en el individuo.
Cuesta encajarlo porque existen demasiados intereses creados basados en instrumentalizar las identidades de grupo para beneficiar, paradójicamente, a determinados individuos.
Ver los hechos es el primer paso para cambiar la situación. Pero la acción debe seguir a la percepción.
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