Se ha publicado en los ‘Proceedings of the Royal Society’ un trabajo que muestra la relación existente entre la presencia de enfermedades infecciosas y la capacidad intelectual de las naciones.
Christopher Eppig, Corey L. Fincher and Randy Thornhill (2010). Parasite prevalence and the worldwide distribution of cognitive ability. Proc. R. Soc. B. Published online 30 June 2010, doi: 10.1098/rspb.2010.0973.
Las enfermedades infecciosas predicen las diferencias nacionales de inteligencia incluso controlando el efecto de sus diferencias de temperatura, la distancia desde el continente africano y el nivel de riqueza, así como distintas medidas de nivel educativo. Como muestra la figura, cuanto mayor es el indicador de infecciones, menor en la capacidad intelectual.
La presencia de infecciones impide que el organismo pueda invertir la energía necesaria para promover un adecuado desarrollo cerebral. En los neonatos el cerebro reclama casi el 90% de los recursos metabólicos, aunque esa necesidad se reduce al 45% a la edad de 5 años y pasa al 25% en adultos.
Los parásitos están detrás de trastornos como la diarrea. La presencia sistemática de diarrea durante los cinco primeros años de la vida puede producir efectos negativos a largo plazo sobre el desarrollo del cerebro, y, por tanto, sobre la capacidad intelectual.
Una de las hipótesis más prometedoras para explicar las diferencias nacionales de inteligencia es el estatus nutricional. Sin embargo, en este estudio se comprueba que la relación desaparece cuando se controla el efecto de las enfermedades infecciosas.
En resumen, la presencia sistemática de enfermedades provocadas por parásitos dirige la energía disponible en el organismo hacia el combate del trastorno en lugar de usarse para promover el desarrollo del cerebro, y, por tanto, el desarrollo intelectual.
Si se confirman estos resultados, entonces nos preguntaremos si, por ejemplo, el famoso efecto Flynn (el aumento de inteligencia de generación en generación documentado durante el siglo XX, es decir, el hecho de que los jóvenes de ahora son más inteligentes que los de generaciones previas) puede atribuirse a la reducción de la presencia de enfermedades infecciosas.
Si se pudiera apoyar esta perspectiva ‘reduccionista’, entonces sería innecesario recurrir, como hace el propio James Flynn, a sesudas digresiones sobre el efecto del aumento de la complejidad social o a la revolución mental que ha supuesto el acceso a la ciencia por parte del grueso de la población.
El mensaje se simplificaría extraordinariamente: acaben con los parásitos para mejorar la inteligencia de la población, y dejen para después todo lo demás.
El mayor impedimento para que se pueda admitir a trámite esta estrategia reside en que existen científicos sociales incapaces de aceptar, honestamente, que lo que ellos pueden aportar, al menos por ahora, es menos importante de lo que pensaban. Quedarse sin agenda es desagradable…
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