miércoles, 30 de junio de 2010

Familia y Trastornos Alimentarios

Los trastornos de la alimentación son complejos. Bastante.

Hace unos días estuve en la celebración de la noche de San Juan en un pueblo de Lugo (Palas) y observé cómo el grupo de viejos del pueblo devoraban compulsivamente sardinas a la brasa cedidas gratuitamente por el Ayuntamiento. Los más jóvenes hacían risas de su conducta, mientras algunos les recordamos que en España se pasó hambre durante un periodo relativamente prolongado después de la Guerra Civil. Esas situaciones marcan a los grupos.

Desde hace unos años los trastornos alimentarios (anorexia y bulimia) están presentes en la vida de nuestros jóvenes (según las estadísticas uno de cada cinco chavales es población de riesgo) y la sociedad está preocupada. La anorexia es la primera enfermedad psiquiátrica en la infancia y la juventud, produciendo más muertes que el consumo de drogas.

Patricia Matey, que escribe para el diario El Mundo, ha comentado la publicación de una guía para enseñar a padres y profesores a prevenir esos trastornos ('Educar y crecer en salud: el papel de padres y educadores en la prevención de los trastornos alimentarios').

La guía gira en torno a las estrategias que los educadores pueden aplicar para promover la autoestima de los chavales. Se supone que una elevada autoestima es factor de protección. También se discuten casos sobre el balance entre una educación autoritaria y permisiva. Quienes crecen sin que los padres y profesores pongan límites claros a su conducta van a parar al grupo de riesgo.

Se declara que la familia juega un papel esencial para fomentar la autoestima en sus chicos.

Confieso que no conozco la guía de primera mano, pero los mensajes destacados por Matey me llevan a pensar que su enfoque principal puede ser ineficiente. Precisamente en población adolescente la familia pierde relevancia en la conducción de la conducta de los chavales, pasando el grupo de iguales a cobrar un protagonismo prácticamente absoluto. Si la situación pinta de este modo, entonces las estrategias de prevención deberían estar dirigidas hacia ese grupo de iguales, no hacia quienes poseen un escaso papel (padres y profesores). Seguramente una guía con este enfoque alternativo sería distinta.


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