miércoles, 28 de abril de 2010

El Robinson Crusoe de Daniel Defoe

Es esta, posiblemente, una de las obras peor conocidas de la llamada literatura juvenil. En parte se debe a la enorme cantidad de versiones apócrifas y abreviadas que llevan circulando por ahí desde hace casi tres siglos (la obra original se publicó en 1719). La imagen que suele tenerse se ciñe a las aventuras de un naufrago, que se ve obligado a vivir en una isla durante 30 años, acompañado, casi al final de su estancia, por un aborigen, al que salva la vida, llamado ‘Viernes’.

Leyendo ‘La Piedra Lunar’, de Wilkie Collins, reparé en que Gabriel Betteredge, uno de los narradores, y mayordomo de Lady Julia Verinder, recurría a la novela de Defoe siempre que alguna situación exigía una respuesta sabia.

Así que me hice con una edición integra de Robinson Crusoe y descubrí que (a) antes del famoso naufragio, el protagonista es capturado como esclavo para servir a un gran señor árabe y, cuando logra liberarse, se establece durante años en Brasil y (b) cuando abandona su isla (la ‘Isla de la Desesperación’, como la llamaba él mismo) se convierte en un auténtico capitalista, bajo cuyo rol recorre la península ibérica, saliendo de Lisboa, llegando a Madrid y cruzando los pirineos por Navarra.

Dentro de nuestras fronteras se ha criticado duramente la obra de Defoe por su sesgo anti-español. Como buen británico, no llevaba demasiado bien la supremacía del Imperio Español y su dominio sobre las colonias de América.

Y dice cosas como que si él mismo hubiese asesinado a los indígenas que acudían a su isla a practicar el canibalismo (algo que le motivaba especialmente) “estaría actuando con la misma barbarie con la que se habían comportado los españoles en América, al aniquilar a millones de salvajes (…) la erradicación de esas gentes es considerada hoy en día como una carnicería, un ejemplo de crueldad espantosa e injustificable, tanto a los ojos de Dios como a los de los hombres, algo que reconocen los propios españoles, así como el resto de las naciones cristinas de Europa. A causa de estos hechos sangrientos, la palabra español causa terror a toda la humanidad, como sin el reino de España se distinguiese por engendrar una raza de hombres carentes de ternura y faltos de cualquier sentimiento de compasión hacia los más míseros”.

No obstante, no se le pueda criticar por haber sido presa de la llamada ‘Leyenda Negra’.


Además, hay en la novela atisbos de que el autor separa claramente la idea de España, como nación e imperio, de la de los españoles, en concreto. Por ejemplo, sobre un español al que rescata de ser devorado por los caníbales, dice: (a) “el español, que era más osado y valiente de lo que puede suponerse, pero que estaba muy débil, llevaba luchando con este indio un buen rato y (b) “el español hablaba la lengua de los salvajes muy bien” [por cierto, esto rechaza el mito de que los españoles somos lamentables con las segundas lenguas]. Al final de la obra, cuando regresa a su isla, observa que “los españoles [que vivían en ella] se vieron obligados a utilizar la violencia contra ellos [los indígenas] y a someterlos a su poder, aunque los trataron con benevolencia”.

También se ha criticado que Defoe usara a su famoso naufrago para cantar las glorias del capitalismo. Sin embargo, hay declaraciones de Crusoe que ponen en entredicho el asunto: “cuando vi el dinero me sonreí, diciendo en voz alta: ‘¡Ah, maldita droga! ¿de qué me sirves ahora? Ni siquiera merece la pena que te recoja del suelo”; y también “el avaro más codicioso y mísero del mundo se habría curado de su vicio si hubiese estado en mis circunstancias”.

Robinson Crusoe posee bastantes lecciones morales, pero volveremos sobre ellas en otra ocasión. Merece la pena.

1 comentario:

  1. Hola estube haciendo un pojecto de daniel defoe yo tengoo un blog te sigo espero que me sigas
    http://trocitosdelaura.blogspot.com.es/

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