Un equipo de científicos del “Centro Vasco para el estudio de la cognición, el cerebro y el lenguaje [Basque Center on Cognition, Brain, and Laguage]”, coordinado por Manuel Carreiras, publicó recientemente un apasionante estudio en la revista ‘Nature’.
Averiguaron cómo cambia la estructura del cerebro cuando se aprende a leer, comparando dos grupos de ex miembros analfabetos de la guerrilla colombiana.
Mediante resonancia magnética se obtuvieron imágenes del cerebro de 20 guerrilleros que habían terminado su curso de lectura, comparándolas con otros 20 que todavía no habían iniciado ese curso. El primer grupo presentó más materia gris que el segundo en 5 regiones envueltas en el procesamiento visual y fonológico. También se observaron diferencias en el cuerpo calloso, el tracto de materia blanca que conecta los dos hemisferios cerebrales.
El giro angular (ANG, angular gyri) se revela como una estructura fundamental para la lectura. Su función es la de permitir que se pueda ‘predecir’ la palabra que vendrá seguidamente cuando se lee, lo que explica que podamos leer rápidamente. Por tanto, el cerebro pone bastante de su parte para agilizar el proceso de lectura, y, posiblemente, para la comprensión del mundo que nos rodea.
Esta perspectiva recuerda el magnífico tratado de dos científicos Latinoamericanos, Humberto Maturana y Francisco Varela, titulado ‘El árbol del conocimiento’. Es una obra fascinante en el que la principal tesis es que no vemos el espacio del mundo, sino que vivimos nuestro campo visual, no vemos los colores del mundo, sino que vivimos nuestro espacio cromático. Si sacamos una naranja del interior de una casa a un patio al aire libre, la naranja no cambia de color, a pesar de que el interior de la casa esté iluminado por luz fluorescente (que tiene una gran cantidad de onda azul) y en el patio predominen las longitudes de onda rojas (propias de la luz solar). El cerebro construye el mundo que conocemos.
En cuanto a las eventuales aplicaciones prácticas de la investigación con los guerrilleros, los autores especulan sobre el caso de las personas con dislexia. Cuando se estudia su cerebro, se aprecia que poseen menos materia gris y menos materia blanca en las mismas estructuras cerebrales identificadas en los guerrilleros. ¿Tienen problemas de lectura esas personas porque sus cerebros son menores en esas regiones clave?
Carreiras y sus colegas piensan que el menor tamaño de esas estructuras cerebrales en las personas con dislexia es ‘consecuencia’ de que no han aprendido a leer, no su ‘causa’.
Sin embargo, no se debe olvidar que existen genes asociados a la dislexia, y que, por tanto, esos genes podrían estar influyendo sobre esas estructuras cerebrales. Desde 2001 poseemos pruebas de que la estructura cerebral está influida por los genes.
En consecuencia, los genes contribuirían a construir la arquitectura cerebral, y, en el mejor de los casos, la conducta colaboraría en ese proceso.
Mi consejo para el equipo del Centro Vasco es que, en su próximo estudio, usen un diseño genéticamente informativo (genotipar los marcadores relevantes para la dislexia es tan viable como barato). En cualquier caso, mi enhorabuena por su excelente trabajo, que sirve de modelo para los demás investigadores del país.
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