¿Por qué hay homosexuales?
Si las mujeres son de Venus y los varones de Marte, entonces ¿por qué no plantearse que los homosexuales son los únicos terrícolas genuinos?
La respuesta a esta pregunta es: hay homosexuales porque hay heterosexuales. Quizá parezca salirse por la tangente, pero no. Prácticamente cualquier característica humana, incluyendo la sexualidad en general, y el deseo sexual en particular, no se expresa igual en distintas personas. Hay individuos con una sexualidad muy activa y otros que pueden pasar por prolongados periodos de abstinencia sin pensar necesariamente en el suicidio. Están aquellos que cada vez que vislumbran en lontananza una falda o un pantalón tiemblan de la emoción imaginando las cosas inenarrables que se podrían hacer si las circunstancias resultasen propicias. Otros no reparan en si lo que acaba de cruzarse en su camino es chico o chica.
Biológicamente no cabe duda de que un varón es un varón y una mujer es una mujer. Al menos según los signos externos al uso. Generalmente un pene pertenece a un varón y una vagina a una mujer. Sin embargo, los signos externos no siempre se corresponden con el interior. Un individuo puede tener un pene, ciertamente, pero sus sensaciones internas pueden no corresponderse con lo que cabe esperar de alguien que posee ese dispositivo. Tales sensaciones pueden orientar su deseo sexual –y también, por supuesto, los sentimientos afectivos asociados—hacia otros individuos que también poseen un pene. El mismo argumento se aplica, por pura lógica, al caso de la vagina.
Está claro que lo más frecuente es que los individuos con pene se sientan atraídos por aquellos que poseen una vagina, y estos últimos por los primeros. Pero que sea lo más frecuente no significa que sea la única opción sexual válida, o respetable, o natural, o lo que sea que se nos pueda ocurrir como calificativo. Algo menos frecuente es, simplemente, menos frecuente, no inválido o antinatural.
La demagogia está a la orden del día en estos menesteres, por lo que nuestra única defensa es usar la sesera, y, si se tercia, también la ciencia. Y, hablando de ciencia, no puedo resistirme a relatar, brevemente, el caso de David Reimer.
David perdió su pene por una circuncisión mal hecha. Se daba la circunstancia de que David tenía un hermano gemelo, que conservó su pene. Un doctor, cuyo nombre omitiré porque no merece que se le recuerde, se hizo cargo del caso para ganar fama demostrando al mundo que David podía ser educado –ignorando la genética y la biología—como una mujer, mientras su gemelo seguía su curso ‘natural’ como varón. El doctor pensaba demostrar que los roles sexuales son un producto social ajeno a la biología. Una vez más el mantra de que somos arcilla, y de que, por tanto, se nos puede moldear con facilidad mediante la ingeniería social apropiada.
David fue operado para transformarse en mujer. Los padres le criaron como una niña y nunca le contaron la verdad. El doctor se hizo escandalosamente famoso a nivel mundial, cerrando el caso de David con un veredicto aplastante favorable a su visión exclusivamente social sobre los roles sexuales.
Sin embargo, algunos años después alguien contacto con David, que en ese momento se llamaba Brenda. Tenía 14 años y vivía con su familia. Ese alguien pudo comprobar que Brenda era desgraciada, usaba un lenguaje corporal masculino y tenía una voz grave.
Bastantes años después, Mike Diamond, un científico, contactó con Brenda, que ahora volvía a llamarse David. En esta ocasión Diamond se encontró con un hombre felizmente casado y con hijos adoptados. Pudo conversar con alguien que había soportado una niñez confusa y desgraciada, a consecuencia de su constante enfrentamiento con quienes le obligaban a comportarse como una niña.
Ni que decir tiene que el doctor de ingrato recuerdo jamás se disculpó por su error.
Más a menudo de lo que pensamos la cultura no influye sobre la naturaleza humana, sino que la primera es un reflejo de la segunda. Los homosexuales han existido siempre. El hecho incuestionable de que se encuentre presente en los distintos momentos de la historia del homo sapiens sobre la faz de la tierra, y de que haya atravesado distantes fronteras, es consistente con la declaración de que es un fenómeno natural. Se habla de tolerancia o intolerancia hacia la homosexualidad, pero es una disyuntiva ridícula. ¿Tiene sentido plantearse si deberíamos tolerar la existencia de la belleza, del dolor o del firmamento?
Muy interesante. Por cierto, tengo entendido que el innombrable que trató a David Raimer algo tuvo que ver en la ideología de género... Se le debería dar más difusión al escalofriante caso, aunque ahora los resultados nos parezcan obvios.
ResponderEliminarTienes razón en que no se habla lo suficiente de estos casos (y demasiado de los otros). Todo se andará, dijo un cojo.
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