¿De qué depende la felicidad?
Hace unos meses leí un trabajo en el que se comparaba a un elevado número de países en una serie de factores socioeconómicos. Algunos países son más ricos que otros, la calidad educativa de la que disfrutan sus ciudadanos es mayor, su renta media es más alta, el acceso a los medios de comunicación es más flexible y así sucesivamente. Generalmente esta serie de indicadores suele resumirse en un número que denota el llamado ‘desarrollo humano’. Los países pueden ordenarse según este número.
Entre las naciones con mayor desarrollo humano se encuentran Noruega, Islandia, Australia, Irlanda, Suecia, Canadá, Japón, Estados Unidos, Suiza, Holanda, Finlandia, Luxemburgo, Bélgica, Austria, Dinamarca, Francia, Italia, Reino Unido y España.
Ahora bien, una pregunta relevante, que precisamente ahora viene al caso, es si ese desarrollo humano se asocia a una mayor felicidad en los ciudadanos de ese país con respecto a aquellas naciones en las que el desarrollo es menor. Por lo que yo sé la respuesta es negativa, es decir, no existe un patrón consistente según el cual a mayor desarrollo humano más alto el grado de felicidad.
Hasta cierto punto, la sabiduría popular, a menudo erróneamente menospreciada por determinados intelectuales, recoge este hecho mediante el dicho de que ‘el dinero no hace la felicidad’. De hecho, con más frecuencia de la que podemos pensar, el dinero convierte a algunos individuos en seres profundamente desgraciados e infelices. ¿En cuántas ocasiones nos han llegado noticias de familias rotas a consecuencia de las fricciones producidas por el reparto de una herencia?
En consecuencia, no sería difícil concluir que una cosa es el desarrollo humano y la serie de factores sociales que contribuyen a él, y otra, bastante diferente, la felicidad con la que pasamos por la vida. Entonces, ¿de qué depende esta felicidad perseguida por todos y cada uno de nosotros con un entusiasmo que raya en la obsesión?
Depende de una quimera. Se supone que seremos capaces de identificar las sensaciones que acompañan a la felicidad, pero ¿cómo es eso posible? A menudo se define la felicidad como una sensación interna de satisfacción y alegría. Si eso fuera cierto, entonces estaríamos hablando de algo transitorio, esporádico. Ocasionalmente podemos estar satisfechos con algo que hemos hecho o nos ha sucedido, y también podemos estar alegres por diversos motivos, más o menos trascendentales. Pero será algo necesariamente temporal. No somos felices, sino que estamos felices.
La felicidad es un estado, no una condición. No hay personas felices e infelices, sino individuos que puede experimentar sensaciones que serían calificadas, de modo subjetivo, es decir, de manera personal y posiblemente intransferible (como el bono bus) de ‘felicidad’.
Eso si, la felicidad, así entendida, no es algo que proviene únicamente de las circunstancias, más o menos azarosas, con las que nos vamos topando. Nada de eso. Existe, también, un componente constitucional, es decir, hay personas que son más proclives que otras a sentirse ‘felices’ ante similares coyunturas. Hay personas más positivas que otras, individuos que tienden a ser menos exigentes, a quienes les basta la mínima satisfacción en sus vidas para sentirse alegres, y, por tanto, felices. También minimizan, con facilidad, los sinsabores, superando, rápidamente, los estados de ánimo que luchan contra la satisfacción que precede a la alegría.
¿Existe alguna fórmula para aproximarse con mayor frecuencia al estado de felicidad? Es decir, ¿de qué depende la felicidad? Primero, depende de uno mismo. Si se es muy exigente, difícilmente se vivirán estados de felicidad, por la sencilla razón de que nunca estaremos satisfechos. Segundo, depende de la suerte. Desgraciadamente no podemos elegir todas las situaciones que tienen el poder de modificar nuestro estado de ánimo, aunque algo se puede hacer para despistar aquellas circunstancias que sospechamos pueden influirnos negativamente. Evitar es sabio. Y, tercero, aunque tampoco resulta fácil, deberíamos procurar alejarnos de las personas que ven la vida a través de un cristal oscuro. Convendría que tuviéramos presente que las emociones son como la gripe, es decir, se contagian. Rodearnos de personas que nunca están satisfechas con nada, nos hará un flaco favor.
La felicidad, en última instancia, depende de lo que cada uno considere que esa sensación debe producir en nosotros. Encontrar satisfacción, con frecuencia, es relativamente sencillo si no se es demasiado exigente. A fin de cuentas, la vida es una comedia.
Interesante comentario. Comparto los componentes de la fórmula, al menos parcialmente: el primero: la interpretación que demos a los sucesos es crucial, ser exigentes implicar dar una interpretación (significado) que nos genera malestar [Ejemplo: este es bobo, cómo se le ocurre,....] y a mi modo de ver indica poca empatía con los defectos ajenos (y también propios, como consecuenci). el segundo, si no puedes adaptarte, ni cambiar el entorno, evítalo, sí es claramente una postura inteligente. el tercero depende a mi modo de ver del primero y del segundo, ser tolerante y empático te hará rodearte de gente muy diversa al tiempo que seleccionarás (evitarás) a los nocivos y tóxicos para tu felicidad.
ResponderEliminarMe voy a jugar con mi perro,
M.A. Quiroga
Satisfecho estoy de esta positiva valoración sobre una pregunta realmente compleja. Aún así, seguro que se le puede sacar más punta al lapiz. Salu2, R
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