viernes, 18 de septiembre de 2009

Respuesta a la Pregunta 43

¿Existe la crisis de los 40?



Naturalmente que existe. Puede que no se produzca exactamente a los 40, pero tampoco la pubertad llama a la puerta exactamente a los 11 años de edad en los adolescentes. Existe un rango que puede oscilar algo arriba o abajo, dependiendo del propio proceso madurativo de cada persona, pero existir, existe.

La vida de las personas pasa por distintos ciclos, algo que es de sobra conocido. Nacemos, somos criados por nuestros padres, vamos al colegio, luego al instituto y quizá a la universidad. Durante este periodo ganamos independencia, con lo que a cada año que pasa se nos va exigiendo, en mayor grado, que tomemos nuestras propias decisiones. Es un proceso inexorable. Y también duro.

Mientras residimos en el seno familiar, otros, generalmente nuestro padres, adoptan muchas decisiones por nosotros. Pero al llegar la pubertad se produce en nuestro interior una revolución hormonal que genera cambios físicos, y también, por supuesto, psicológicos. La naturaleza nos apremia para que busquemos nuestra propia identidad, lo que suele acarrear conflictos, de variado calado, a nuestro alrededor.

Pasado ese periodo, el torrente se va calmando, aunque todavía percibimos una corriente de cierta fuerza. Seguimos formándonos, si vamos a la universidad, o buscamos un lugar en el que ganarnos el pan, un trabajo, vaya. En cualquiera de los dos casos, vamos encontrando nuestro espacio personal en este mundo.



Con el tiempo, quizá, formamos nuestra propia familia, o simplemente, un hogar, que puede ser unipersonal o no. Es un momento en el apenas pensamos en el inevitable final y seguimos viéndonos más próximos a la juventud que a la madurez. Tenemos la sensación de ser inmunes a muchas de las cosas que preocupan a los mayores. No van con nosotros.

Sin embargo, el reloj, lo miremos o no, marca las horas, los días, los meses y los años. Como por arte de magia alcanzamos lo que, en promedio, se podría considerar el ecuador de nuestras vidas. Ese momento, por pura cronología, se sitúa alrededor de los 40 años de edad. Desde ese pináculo podemos mirar hacia atrás, por supuesto, pero el comienzo de nuestra andadura se vislumbra de modo más difuso, mientras que la segunda parte se ve ahora mucho más clara que poco antes. Es como su hubiéramos escalado una montaña, ahora estuviéramos en la cima y supiéramos que solo nos resta descender por el otro lado.





Sentir un cierto pánico al darnos cuenta de que una vez comencemos el descenso ya no podremos ver el otro lado, es algo lógico y normal. Algunas personas aceptan sin más ese hecho natural. Otras se limitan a tolerarla con mayor o menor elegancia. Las demás lo llevan francamente mal y se muestran inconsolables, al menos durante un cierto tiempo. Esa es la crisis de los 40, precisamente.



Quienes se resisten a aceptar la realidad de que han comenzado a descender la montaña, por el otro lado, pueden llegar a tomar decisiones drásticas en sus vidas con el ánimo de engañarse, de no ver lo que resulta inevitable –omitiré los ejemplos que son mundialmente famosos, es decir, universales. Absolutamente todos tenemos que hacer el mismo camino, por muy personalizado que éste pueda ser. No hay más remedio y cuanto más tiempo se tarde en aceptarlo, menos disfrutaremos de esa nueva visión, de esa segunda parte de nuestras vidas, que puede seguir siendo deliciosa, aunque seguramente diferente.

Por debajo del hecho asociado al barniz psicológico de la crisis de los 40 se encuentran también, igual que en la pubertad, determinados cambios hormonales. En el caso de las mujeres se aproxima la menopausia y en el de los varones, a pesar de que durante tiempo se había creído que nada cambiaba en ellos con respecto a esta cuestión, también se producen alteraciones, a menudo sustanciales.

Todas las fases de nuestras vidas son preciosas, valen su peso en oro, al menos para cada uno de nosotros, por lo que sería sabio aprender a disfrutar de ellas, en lugar de atormentarse pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor y que, lo que está por venir, nunca superará a eso que fue. No es verdad. Regodeémonos en esa ruta descendente porque las vistas son estupendas y, por pura gravedad, debemos esforzarnos menos al caminar.

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