¿Se puede analizar los sueños?
Está es, casi con seguridad, una de las preguntas que más interesa a quienes carecen de conocimientos sobre la Psicología de la actualidad. Salvo dentro del círculo, generalmente no académico, del psicoanálisis, los psicólogos de hoy en día no están en absoluto interesados en el mundo de los llamados ‘sueños’.
El intelectual que hizo saltar a la fama, en el mundo entero, el problema de los sueños y su significado, fue el médico vienés Sigmund Freud. No es difícil que mucha gente sea capaz de recordar incluso su aspecto físico, puesto que ha sido motivo recurrente en varios frentes culturales. En nuestro país, por ejemplo, el genial Salvador Dalí se inspiró en sus ideas para crear una parte de su obra. Otro gran artista, Woody Allen, estuvo obsesionado, durante bastantes largometrajes de su dilatada trayectoria, con las malas pasadas que nos juega el inconsciente, del que Freud nos hizo tomar conciencia.
En resumidas cuentas, lo que el doctor austriaco propuso es que nuestra vida consciente se encarga de que el océano del inconsciente nos resulte desconocido, hasta el punto de ignorar su existencia. Queremos desear determinadas cosas, pero si, por ejemplo, son culturalmente reprobables, entonces activaremos mecanismos de represión que aplacarán el impulso, quedando ese deseo relegado en lo más profundo del inconsciente.
Pero la represión no posee la misma fuerza cuando dormimos. En ese estado, la conciencia no puede controlar la vertiginosa actividad que tiene lugar por debajo de la superficie. Los sueños son un medio a través del que se revela los contenidos de esa parte de nuestra mente, de lo que está más allá de lo evidente.
Deseamos acostarnos con la mujer de nuestro vecino –y que conste que es solamente un ejemplo—pero sabemos que eso no es legítimo, así que el deseo se reprime. No obstante, esa represión no vale para que dejemos de desear meternos en la cama con ella. Conscientemente hasta podemos llegar a convencernos, sin darnos cuenta, de que, en realidad, ni siquiera nos gusta. Pero cuando caemos presa de Morfeo, la cosa cambia y viajamos con ella a una cabaña sobre un mar azulado en Bora Bora. La situación es ideal para consumar un acto memorable, pero, sin saber muy bien por qué, nos despertamos repentinamente y a los pocos minutos hemos olvidado qué estábamos soñando. La conciencia ha vuelto a tomar las riendas de nuestra vida y las aguas –menos azules que en la Polinesia—vuelven a su cauce.
Al menos esta es la versión oficial de Freud y los psicoanalistas. Pero hace tiempo que los científicos discrepan de esta manera de ver a los sueños. No cabe duda de que soñamos. Algunos recuerdan mejor que otros su contenido, pero todos nosotros soñamos. Sin embargo, que lo que se sueña posea algún significado real y que, por tanto, se pueda interpretar, es algo francamente dudoso. Quizá, al cabo del tiempo, debamos darles la razón a los psicoanalistas, pero, hoy por hoy, la mayor parte de la comunidad científica se decanta por pensar que los sueños son, simplemente, imágenes y escenas, por muy elaboradas que estás puedan parecer, producidas espontáneamente por nuestro cerebro en ese periodo de descanso para el resto del organismo.
Pero ¿cómo es posible que la explicación de los sueños sea algo tan simple cuando, ante un jurado, llegaríamos a declarar, por lo más sagrado, que las cosas que soñamos son verdaderamente elaboradas? Si fuésemos francos deberíamos admitir que es complicado separar lo que realmente soñamos de lo que creemos haber soñado. Admitiremos que cuando soñamos no poseemos conciencia, y, por lo tanto, deberemos aceptar que, en el periodo de transición que hay entre que estamos dormidos y nos despertamos, podemos haber unido, estratégicamente, las piezas e imágenes dispersas que produjo nuestro cerebro, para encontrar coherencia donde, en realidad, no la hay. De ahí que a bastantes de nuestros sueños no le encontremos ni pies ni cabeza con relativa frecuencia.
Personalmente no soy partidario de darle más vueltas al asunto. Por muy fascinante que pueda resultar una conversación con alguien que dice ser capaz de interpretar nuestros sueños, e incluso que existan vínculos entre ciertos símbolos y un significado muy concreto (p.e. volar se asocia al sexo) me inclino hacia la ciencia establecida. Reconociendo que podamos estar en un error, las pruebas de que los sueños posean algún significado que se pueda interpretar no son concluyentes.
Hasta el gran Pedro Calderón de la Barca concuerda con esta valoración:
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Y él no fue científico…
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