¿Por qué hay gente más inteligente que otra? ¿Se puede mejorar la inteligencia?
Hay gente más y menos inteligente no porque los primeros se esfuercen más que los segundos en el colegio o porque sus padres hayan puesto un mayor empeño en su educación. Tampoco porque estén acostumbrados a leer mucho, debido a que resuelven crucigramas o a causa de la enorme cantidad de horas que dedican a jugar con la Nintendo.
Es indiscutible que los chavales más inteligentes lo hacen mejor en el colegio, leen mucho o se enfrentan a complicados retos que resuelven con pasmosa elegancia. Sin embargo, eso no les hace más inteligentes, sino que ya lo son de entrada.
Un familiar y doloroso ejemplo, cuando menos para algunos padres, es el relacionado con los hábitos de lectura de sus retoños. Leer amplia el vocabulario de los niños y facilita, de este modo, su acceso al necesario conocimiento sobre el mundo. Sin embargo, los mismos padres practicando las mismas estrategias para incitar la lectura en sus dos vástagos, se encuentran con que uno de ellos acepta la invitación a las primeras de cambio mientras que el segundo prefiere jugar con mecanos y rechaza, incluso agresivamente, abrir un libro, por muy entretenido que pueda ser.
¿A qué se debe esta diferencia? Muy sencillo: los dos chavales son distintos de entrada, poseen diferentes inclinaciones y talentos. Si usamos la terminología más apropiada para esta pregunta, deberíamos decir que las capacidades intelectuales de los dos niños están desigualmente distribuidas. El primero siente una atracción prácticamente espontánea hacia la lectura, porque sus capacidades intelectuales relacionadas con el lenguaje le facilitan la tarea, la convierten en algo agradable. El segundo posee, en cambio, unas capacidades intelectuales vinculadas a la esfera viso-espacial, lo que le permite disfrutar de la manipulación de objetos. Los padres ni pueden, ni, a mi juicio, deberían luchar contra esas tendencias naturales. Muy al contrario, deberían esforzarse por conocerlas y procurar adaptarse a ellas para facilitar el desarrollo intelectual de sus niños. Se aprende más y mejor disfrutando que sufriendo.
Pero, cuidado, si alguien es bueno con el lenguaje y se centra en eso, entonces descuidará las demás esferas de la inteligencia. Vale que disfrute especialmente de ese campo, pero los demás no deberían caer en el más profundo de los olvidos. El desarrollo requiere disciplina. Igual que en el caso del ejercicio físico, podemos odiar las flexiones y adorar el deporte aeróbico, pero sabemos que la tabla debe estar equilibrada para alcanzar la meta, por lo que procuramos trabajar en ese sentido. Con la inteligencia sucede algo similar.
A menudo los científicos declaran que no sabemos cómo mejorar la inteligencia. Y, hasta cierto punto, tienen razón. Sin embargo, es posible que la estrategia de aproximación al problema de la mejora de la inteligencia no haya sido del todo apropiada. Cuando acudimos regularmente al gimnasio percibimos con claridad cómo mejora nuestro estado de forma. Sin embargo, cuando abandonamos ese saludable hábito, al poco tiempo notamos un declive que solamente recuperaremos al regresar a los viejos hábitos de un ejercicio regular.
Los programas que se han aplicado hasta ahora destinados a mejorar la inteligencia han sido temporales, a lo sumo dos años. Los efectos positivos son notorios, pero, como en el caso del gimnasio, poco después de dar por finalizado el programa se aprecia un declive que equipara al grupo al que se ha estimulado al que cabría esperar en un grupo de control en el que no se hizo nada. ¿Qué pasaría si la estimulación se prolongara en el tiempo? Mi predicción es que el efecto beneficioso perduraría. Por eso comienza a haber un número creciente de científicos que sostienen que, en su terminología, la educación debe prolongarse durante toda la vida. No basta con graduarse en el instituto y echarse a dormir.
Hay gente más inteligente que otra por la suerte que haya tenido. Si sus padres son muy inteligentes, entonces es bastante probable –y probable no es seguro—que él también lo sea, debido a que son parientes. Si sus padres son menos inteligentes, entonces será probable que él también se sitúe a un nivel parecido. Nosotros no elegimos a nuestros padres, y, por tanto, nuestra capacidad intelectual depende de la suerte que hayamos tenido, depende de un capricho del destino.
A partir de ahí, lo que suceda durante nuestras vidas moverá algo hacia abajo o hacia arriba nuestra capacidad intelectual, pero no cabe esperar cambios especialmente reseñables. Al menos por ahora. Por eso, hasta que podamos superar esa situación –y no me cabe duda de que lo lograremos—convendría que fuésemos realistas y actuásemos en consecuencia, sea en el colegio, en los hogares o en las ocupaciones, por poner solamente algunos ejemplos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario