¿Cómo puedo mejorar en mis estudios?
¿Es esta una pregunta únicamente para escolares de primaria, secundaria y universidad? En gran medida así es, pero no reduciremos la respuesta a esa población. Nos referiremos a cualquier persona que, por la razón que sea, debe estudiar, debe adquirir una serie de conocimientos hincando los codos, como suele decirse. Y, actualmente, no solamente deben hacerlo los chavales jóvenes.
En el mundo de la empresa la gente debe formarse casi constantemente. Hace algunos años se aprendía a desarrollar una actividad y ahí terminaba la cosa. Ahora no es así. Actualmente hay que reciclarse con relativa frecuencia y eso requiere estudiar, de una u otra manera. ¿Les suenan los seminarios o cursos de formación? ¿O el aprendizaje de una segunda lengua para promocionarse?
Recuerdo una anécdota de un familiar de edad que solía contarme cómo fueron sus comienzos en la universidad. Hablaba, con admiración, de un profesor de matemáticas, cuyo nombre omitiré. El curso duraba nueve meses, pero dedicaron el primer trimestre al problema de cómo estudiar matemáticas. Eso les permitió disfrutar plenamente de los siguientes seis meses y nadie, absolutamente nadie, consideró que esa primera parte del curso fue una pérdida de tiempo.
Ahora se ha puesto de moda eso de ‘enseñar competencias’. Reconozco que dediqué algunos meses a intentar comprender cuál es la lógica que está detrás de esa, en principio, buena idea. Pero tras golpearme repetidamente con el mismo muro, destilé una negativa valoración. El concepto de competencia es demasiado ambiguo para que se pueda sacar algo claro de esa moda. Será pasajera.
También han irrumpido con fuerza en el mundo del estudio las llamadas nuevas tecnologías –que ya van dejando de ser tan nuevas. Recientemente se publicaban en la prensa los resultados de un estudio masivo en el que se decía haber probado que quienes estudian a distancia usando ese tipo de tecnologías y combinan esa actividad con alguna clase en directo, obtienen mejores resultados que quienes únicamente van a clases regulares. Desconozco los detalles, pero desconfío.
Para bien o para mal he tenido bastantes oportunidades para pensar en problemas relacionados con los estudios y mis conclusiones no son especialmente positivas. Es un fenómeno natural el hecho de que la mitad de la población se sitúa por debajo de la media en algo que podríamos llamar ‘aptitud educativa’, o, lo que es lo mismo, en capacidad para aprender estudiando. Por lo tanto, una de cada dos personas que tratan de estudiar lo tiene francamente difícil, se use el método que se use –incluso nuevas tecnologías—para obtener un beneficio persistente.
La otra mitad de la población posee una aptitud educativa que puede permitirle obtener un beneficio de lo que estudia, pero, dentro de ese rango, existe también una extraordinaria variabilidad. Algunos aprenden con facilidad, mientras que otros deben esforzarse, y mucho. Unos pueden aprender casi por su cuenta, mientras que otros requieren bastante apoyo, ayuda y supervisión.
No es demasiado conocido pero, durante años, se han buscado métodos educativos encaminados a enfrentarse a esta variabilidad, de modo que se pudiera obtener el mayor beneficio posible a pesar de todo. Es decir, algunos psicólogos, desencantados de lo que podríamos llamar ‘romanticismo educativo’—la idea de que todo el mundo puede aprender lo que desee si se esfuerza lo suficiente—han procurado averiguar cuál es el método de enseñanza que incrementa el beneficio que pueden sacar las personas de sus estudios.
Ese esfuerzo titánico ha producido algunos resultados interesantes, pero no revolucionarios. No se puede evitar el fenómeno natural antes señalado –del que, por cierto, nadie es culpable—pero se puede intentar reducir su impacto. Por ejemplo, se ha podido comprobar que quienes poseen una menor aptitud educativa obtienen un mayor beneficio de sus estudios cuando se les dirige atentamente en el proceso de adquirir conocimientos, de aprender. Por contrario, aquellos que disfrutan de una mayor aptitud educativa lo hacen mejor cuando se les permite tomar sus propias decisiones, ir más a su aire, por decirlo de alguna manera–lo que no supone negligencia, cuidado.
En consecuencia, la manera más efectiva de mejorar en los estudios, de promover el aprendizaje, es conocer nuestras propias limitaciones –y también nuestras virtudes, por supuesto—procurando rodearnos de un ambiente educativo que se acople, lo mejor posible, a ellas. La autonomía no es positiva para todo el mundo, como tampoco lo es una estrecha supervisión. Huyamos de las recetas educativas, siempre que sea posible. No funcionan.
me temo que estudiar implica inevitablemente un esfuerzo, y aunque existan técnicas para hacerlo de forma más eficaz, el resto depende inevitablemente de tiempo, constancia y resistencia a la frustración. Un ejemplo muy claro son los idiomas. El resto es intentar maquillar la realidad.
ResponderEliminarSi, claro que estudiar supone esfuerzo, pero el resto no depende ni solo ni esencialmente de tiempo, constancia y resistencia a la frustración. Con estos tres últimos factores no se pueden suplir, aunque quizá se puedan atenuar, los efectos de la capacidad para aprender. Y, por cierto, en los idiomas el fenómeno es clarísimo.
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