¿Por qué existen los fundamentalismos?
Pasados casi ocho años del trágico suceso, estoy seguro de que nadie ha olvidado el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. Y aunque buena parte de nosotros todavía no estábamos en este mundo (han transcurrido 64 años) al menos recordamos haber estudiado en el colegio el lanzamiento, sobre Hiroshima y Nagasaki, de unas aterradoras bombas atómicas. En Nueva York fallecieron alrededor de 3.000 personas. En Hiroshima y Nagasaki más de 200.000. En ambos episodios, las víctimas fueron civiles.
Se le ha dado muchas vueltas al atentado contra las Torres Gemelas desde 2001. Los ciudadanos de toda clase y condición se han devanado los sesos para comprender cómo es posible que un grupo de personas pueda decidir fríamente inmolarse de esa manera, para terminar con la vida de tan elevado número de personas inocentes, en pro de unos ideales que no somos capaces de comprender. No sé si ha ocurrido algo similar con el caso de las bombas atómicas lanzadas sobre dos ciudades de Japón. Quiero suponer que si.
Al poco tiempo de comenzar a escuchar alguna de las entrevistas grabadas a Bin Laden, notamos como un sudor frío nos recorre el espinazo. Jamás eleva el tono de voz, pero el mensaje es meridiano: “nos estamos defendiendo del acoso permanente de Occidente a nuestra gente”. Supongo que algo similar dirían públicamente Roosevelt y Truman para justificar la masacre que promovió su gobierno –y subrayo ‘gobierno’—en Asia.
Técnicamente se conoce como ‘fundamentalismo’ a una corriente religiosa que se basa en la interpretación literal de un texto ‘fundamental’ como autoridad máxima. Se asocia al llamado ‘fanatismo’. Por tanto, en alguna medida, el fundamentalismo se basa en un rechazo a la secularización de la vida moderna. Solemos olvidarnos de que el origen del ‘fundamentalismo’, a comienzos del siglo XX, se produce en los Estados Unidos dentro de las comunidades cristianas protestantes que buscaban un retorno a las posturas fundacionales, o fundamentales, del cristianismo.
Sin embargo, en la actualidad reservamos ese término para el mundo musulmán, al que consideramos, generalizando, como el reverso tenebroso de Occidente, un mundo que nos acecha y al que debemos controlar, como sea, para poder vivir con seguridad y preservar nuestro modus vivendi. Pensamos que los musulmanes se guían por el Corán y que ese libro sagrado les impulsa a atacarnos sin piedad.
Es evidente, no obstante, que sean los protestantes del comienzo del siglo XX o los musulmanes del XXI, la mayor parte de los miembros de esas comunidades serían incapaces de matar para perseguir sus ideales, salvo que alguien les obligara, como sucede en los conflictos bélicos, por ejemplo.
Mentalmente encadenamos fundamentalismo a fanatismo y de ahí pasamos a la comisión de crímenes atroces para la humanidad. Pero, que yo sepa, muy pocos, de los más de seis mil millones de habitantes del planeta Tierra, serían capaces de matar a alguien fríamente, aunque fuera apretando un botón a una distancia prudencial que fomentara la despersonalización del hecho.
Detrás de un acto como el de las Torres Gemelas o del episodio del Enola Gay, existen, invariablemente, personalidades especiales. Y ‘especiales’ en el peor sentido del término. Teniendo en cuenta los hechos conocidos sobre Mohammed Atta, ¿diríamos que los musulmanes, en general, son, potencialmente, unos asesinos? Sabiendo cómo era la personalidad de Roosevelt, ¿estaríamos en disposición de declarar que los norteamericanos, en general, son unos criminales?
No creo que respondiésemos afirmativamente a estas preguntas. Los individuos pueden llegar a cometer actos atroces, qué duda cabe, pero generalmente evitan hacerlo siempre que se pueda encontrar una solución menos destructiva. O, también, cuando no pende sobre ellos una amenaza de muerte por dejar de cumplir con las obligaciones patrióticas, o algo similar.
Los fundamentalismos existen porque hay personas particulares interesadas en alguna clase de beneficio. Y esos fundamentalismos inciden en personalidades susceptibles, en ciudadanos mentalmente cegados o en personas que se ven obligadas a apretar un gatillo o un botón para salvaguardar su propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario