¿Qué hace a un terrorista?
Se dice que las motivaciones que se pueden encontrar detrás de alguien que comete actos calificados de terroristas poseen, esencialmente, un carácter político o religioso.
En nuestro país, la organización terrorista ETA actúa, presuntamente, movida por factores políticos. Persigue que el país vasco sea independiente del estado español, y también del francés. En una ocasión escuché una entrevista con un ex militante de ETA. A mi juicio, dos de sus declaraciones merecen ser traídas a colación. La primera era que la independencia que persigue ETA únicamente se puede conseguir por la fuerza, a través de la lucha armada. La segunda que, en su opinión, la existencia de ETA dejó de tener sentido con la llegada de la democracia.
El terrorismo por motivaciones supuestamente religiosas más de actualidad es el vinculado al Islam. Las llamadas organizaciones radicales, como, por ejemplo, Al Qaeda, cometen masacres regularmente sobre los llamados intereses occidentales. Los atentados de Atocha son un cruel ejemplo del modo de actuación de este tipo de grupos basados en la generación de terror en la población.
Una diferencia, que puede llamar la atención, entre ETA y Al Qaeda, es que, habitualmente, la primera avisa del atentado que se llevará a efecto –salvo que se trate de un objetivo militar—mientras que la segunda omite cualquier clase de señal que pueda prevenir a la población de la tragedia.
Y una pregunta que podríamos albergar, legítimamente es: ¿por qué algunos vascos optan por la lucha armada, mientras una abrumadora mayoría se decanta por el uso de estrictos mecanismos políticos de negociación? ¿por qué algunos musulmanes se vinculan a grupos como Al Qaeda, mientras la inmensa mayoría sigue un curso pacífico en sus vidas, tal y como dicta el Corán?
Durante años residí en una provincia próxima a Euskadi. Vivía en una localidad a la que acudían millares de vascos a pasar sus vacaciones de verano e incluso los fines de semana. Tuve, y sigo teniendo, buenos amigos vascos. Me contaban historias que, de alguna manera, se articulaban para intentar comprender –sin justificar—por qué algunos optaban por el derramamiento de sangre. Desgranaban detalladas historias familiares relacionadas con un descarnado pasado durante la época franquista.
Entre los musulmanes abundan también esta clase de historias personales. ¿Qué sentido tiene la vida para un palestino que pierde a su familia a consecuencia de un bombardeo israelí? ¿No se convierte para él el deseo de venganza en una motivación especialmente poderosa? ¿No estará dispuesto a entregar su vida para reunirse con sus seres queridos en el paraíso de Alá?
La respuesta a la pregunta de qué hace a un terrorista es, como se ve, realmente compleja. Las ramificaciones son extraordinarias, y, por tanto, es imposible que exista una clave concreta, aunque sea duro admitirlo.
Intentar comprender el fenómeno terrorista, como pretenden algunos pensadores, es razonable. Sin embargo, personalmente tengo serias dudas sobre la posibilidad de éxito en esa empresa.
De cuando en cuando, determinadas organizaciones terroristas, y las personas que se encuentran detrás, optan por abandonar las armas. Pero nunca termina de estar realmente claro por qué. El caso del IRA resulta paradigmático. Tras unas delicadas, y no bien glosadas, negociaciones con el gobierno de Londres, esa organización decidió dejar de derramar sangre. ¿Qué se debería hacer para que un grupo como Al Qaeda optase, también, por vías menos destructivas para intentar alcanzar sus objetivos?
Nunca será legítimo matar por motivos políticos o religiosos, salvo, naturalmente, en defensa propia. A menudo, las organizaciones terroristas, conociendo esta salvedad, se amparan en ella para justificar sus acciones y recoger el apoyo de algunos ciudadanos. La confusión que se genera mediante esta estrategia resulta meridiana en determinados casos. Pero no deberíamos dejarnos cegar por lo que puede llegar a parecer razonable. En la medida en que existan otras vías, y en la actualidad así es, cometer crímenes políticos o religiosos debería formar parte de un pasado que sería mejor enterrar y olvidar a la mayor brevedad. La civilización que deseamos para el siglo XXI nos los exige.
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