sábado, 20 de junio de 2009

Siglo XIX, XX y XXI

Superada la Ilustración llegamos al siglo XIX para pasar, poco después, al XX.

En el XIX comienza a hablarse, seriamente, de que los humanos somos seres construidos socialmente. Hoy en día esta es la filosofía de los científicos sociales políticamente correctos, aunque generalmente ellos mismos se excluyen del diagnóstico, por eso son capaces de percibirlo y hacernos ver la luz a los demás.

Los errores en los que caemos los humanos, pueden y deben ser corregidos instalando la adecuada tecnología gubernamental y educativa. Pero ¿quién promoverá estos vastos programas sociales? Quienes mienten, roban y holgazanean.

En el XIX se instaura la doctrina de que el ser humano, que es una bestia, debe ser tratado como lo que es, una masa, por gente lista capaz de manipularla. Aunque ahora nadie sensato fuera del mundo académico predica la doctrina de Marx, los supuestos fundamentales del marxismo siguen vigentes en la izquierda radical de Occidente.

John Ruskin comprendió lo que Marx ignoró: la medida de un país no es su producto nacional bruto, ni la distribución equitativa de la riqueza, sino los individuos que produce, así como la bondad y belleza de sus propias vidas.

En el relativismo de hoy en día, la única cosa equivocada es decir que algo está equivocado.

Nuestros estudiantes, alimentados por el merengue de la autoestima, no tienen la más remota idea de cuáles son los hechos que deberían conocer. Su laguna cultural es oceánica.

León XIII explicó que la gente corriente conoce una serie de cosas difíciles de articular, mientras que los intelectuales y los políticos saben mucho menos de lo que creen, independientemente de que sean capaces de articularlo con extraordinaria elocuencia. Este hecho resulta ofensivo para nuestros líderes de hoy en día. No en vano se han graduado en la universidad.

La bondad y la belleza provienen de las actuaciones locales, no de la fascinación por las grandes políticas y las abstracciones sociales.

Rakitin, el ambicioso monje de ‘Los hermanos Karamazov’, desea provocar una revolución contra los ricos, no por su amor a los pobres, sino por su envidia a los ricos.

La caridad burocrática, secular e impersonal no es en absoluto caridad, sino un intercambio mercenario. Jesucristo lo explicó con claridad, pero ya nadie escucha.

El Estado, que es una creación humana, no puede ser el legislador último, puesto que nosotros no hemos creado nuestra propia naturaleza. Las normas que promueven el orden civil provienen del ser humano. Es erróneo pensar que ese orden se impone al humano porque los diseñados sociales promueven normas.

No es injusto usar el dinero de gente que tiene más que suficiente, siempre y cuando se trate de una cesión voluntaria. Sin embargo, es discutible la práctica de coger ese dinero para preservar el estatus del pobre a costa del diligente.

El paso de las pequeñas comunidades a las grandes ciudades facilita que el humano pierda identidad y se transforme en masa. Una nueva casta de intelectuales aprovecha la coyuntura para vender un futuro fascinante: el siglo XX.

Siglo XX que se desarrolla marcado por la llegada masiva de magníficos inventos. Comienza a pensarse que el futuro no se parecerá en nada al pasado. La sabiduría de los antiguos debería descartarse con la llegada de un nuevo mundo. Los futuristas poseen algo en común: se olvidan del pasado y de la naturaleza humana.

Uno de los mitos más destacados del XX es la existencia de un campo ilimitado de posibilidades para el individuo ambicioso y creativo. Pero conviene distinguir dos clases de individualismo: el de competencia y el de deseo. El primero se puso bajo sospecha, puesto que se basaba en las tradiciones familiares, el servicio cívico y el trabajo duro. El individualismo de competencia se combatió en el siglo XX mediante distintas estrategias: (a) se consideró que los hombres y mujeres corrientes eran incapaces de educar a sus niños, por lo que se debía dejar ese papel en manos de expertos elegidos por otros expertos, (b) el hogar dejó de considerase sacrosanto, (c) las tradiciones cayeron en desuso, (d) las máquinas convirtieron al artesano en un trabajador para los ricos, en lugar de seguir siendo un conciudadano más, (e) la gran venta de títulos universitarios, intelectualmente devaluados, degradó al simple trabajador, y (f) la religión se convirtió en una cuestión de elección personal.

El objetivo de la libertad es la bondad, no la satisfacción de la arbitraria voluntad. Y la bondad es una bondad objetiva. Sin embargo, ahora la ‘elección’ –NO a la familia, NO a la fe, NO a la comunidad, NO a la naturaleza humana, NO al país y, por supuesto, NO a Dios—es el modo de expresar el bienestar individual. Si llevo colgado un anillo de mi nariz, no debes reír, porque esa es mi elección.

La historia de los últimos 150 años supone el desarrollo exponencial del Estado y su influencia creciente en la educación, los medios de comunicación y el entretenimiento de masas, promoviendo un individualismo de deseo, ideal para disolver la comunidad, a expensas del individualismo de competencia. Es una guerra del individuo, ahora visto como un átomo aleatorio de elección soberana, unido al todopoderosos Estado, contra sus enemigos comunes: la familia, la comunidad, la herencia nacional y la genuina libertad.

El ‘imperio’ ha aprendido que el uso más astuto de los impuestos no pasa por construir carreteras o ferrocarriles, sino por influir en la conducta de los ciudadanos. Además, sabe ahora que debe alimentar a esos ciudadanos con regalos calculados, no con amenazas.

La ciencia natural es útil. Sin embargo, debido a su método, no puede decir algo realmente interesante sobre el corazón humano, no puede decantarse sobre la bondad y la belleza. Cuando la empresa científica se desmorona, se levanta sobre sus cenizas el llamado postmodernismo, corriente que anuncia la muerte de la razón. Comienza a enseñarse a los estudiantes que no existe una verdad absoluta. Las feministas radicales llegan a declarar que las matemáticas son un instrumento de opresión masculina.

En esencia, la corrección política consiste en convertir una noción radical en dogma. Conviene tener presente que el declive de una civilización suele alcanzarse sin que los protagonistas se den cuenta.

Hoy en día, ningún país occidental se está reproduciendo al nivel que exigiría re-emplazar a su población. El individualismo de deseo exige que la gente encuentre su propio placer en el único momento del que dispone, es decir, ahora.

¿Hay alguna esperanza?

Si.

Todavía hay personas que creen en la ley natural, en la libertad del ser humano para vivir con sus conciudadanos siguiendo esa ley, y en la capacidad de la razón para ayudarnos a discernir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, la verdad de la mentira. No temen a la ciencia natural, pero tampoco la convierten en su ídolo. No temen a la guerra, pero dedican sus corazones a la paz. Y ven el lado oscuro de los falsos dioses: el estado, el partido, el sexo gratuito, la libertad de elección o la ciencia.

FUENTE: Anthony Esolen (2008). The Politically Incorrect Guide to Western Civilization. Regnery Publishing, Washington, D.C.

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