Es verdad, en la época de la Ilustración se dijo una de las frases más relevantes de nuestra sociedad: “estoy en total desacuerdo con lo que dices y lucharé hasta la muerte para que tengas derecho a decirlo” (Voltaire).
Sin embargo, la Revolución Francesa resultó bastante menos revolucionaria, en el sentido pretendido, de lo que venimos pensando. Fue bastante tiránica y se reservó el derecho a establecer los derechos de los individuos, de las ciudades, de los grupos y clases sociales, y, por descontado, de la Iglesia. ¿Dónde está entonces la libertad?
Algunos pensadores se han preguntado cómo pudo ser que los Estados Unidos evitarán, en la época de la Ilustración, el derramamiento de sangre de Francia, el estancamiento cultural de España o la continúa desintegración de Alemania e Italia. Según la doctrina oficial, la explicación reside en el Imperialismo inglés. Algunos disienten.
Jefferson escribió en la Declaración de Independencia norteamericana: “hay algunas verdades evidentes: todos los seres humanos son creados iguales y el creador les ha concedido los derechos inalienables de la vida, la libertad y la persecución de la felicidad”. Existen diferencias sobresalientes entre esta declaración y la consigna de la revolución francesa: “Libertad, igualdad y fraternidad”.
Jefferson recurre al creador de la naturaleza humana, yendo más allá de la autoridad del estado. La libertad del ser humano y sus derechos provienen de su naturaleza creada y la ley natural incluye reglas que no pueden romperse sin negar esa naturaleza. La felicidad y dignidad del ser humano consiste en la virtud. La felicidad requiere virtud y la virtud exige una comunidad que la alimente. Si las personas son viciosas, entonces el caos en el que se caerá en las comunidades impedirá que incluso las personas virtuosas puedan disfrutar de la plena libertad que debería otorgar la vida civilizada. La persecución de la felicidad no es la persecución del placer.
Los fundadores de los Estados Unidos se sirvieron de dos modelos. Atenas, de la que adoptaron una predilección por las cuestiones locales. La lealtad a nuestra ciudad es ahora difícil de comprender, pero no siempre fue así. Por otro lado, el Senado norteamericano pretendía originalmente emular a Roma. La clase de persona que debería ocupar un puesto en el Senado sería un viejo sabio hecho a base de experiencia y lo bastante establecido como para no ceder a la tentación de usar su poder público en beneficio propio. No debería ser elegido por la gente –no se desea éxito popular en un Senador—sino por legislaturas que pudieran combatir el poder del gobierno federal.
La constitución de los Estados Unidos combina un fuerte gobierno federal, que pueda responder a las necesidades de una nación en rápido crecimiento, con una predilección por la vida cívica del estado y de la comunidad a pequeña escala. Según la constitución, la gente debe votar a los electores, no al presidente. Si no se puede ganar en un Estado, no se puede ganar nada. Con un sistema así Hitler nunca hubiera llegado al poder.
Pascal escribió: “la religión cristiana enseña estas dos verdades: que existe un Dios que el hombre puede conocer y que hay algo corrupto en su naturaleza que le impide darse cuenta”. Con tal de ignorar esa corrupción, el hombre hará lo que sea preciso. De hecho, consume la mayor parte de su vida practicando un juego bastante complicado, pretendiendo preocuparse por lo que no ama, con tal de distraerse de la soledad de su corazón, la vanidad de sus días y la brevedad de la vida.
La consigna políticamente correcta de la actualidad es: “piensa globalmente, actúa localmente”. Pero, ¿sirve para algo pensar globalmente? ¿No será similar a la consigna de ‘amar a la humanidad’, es decir, no amar a nadie realmente? Si deseas amar a la humanidad, entonces prepara una buena comida para tus niños. Si quieres limpiar el mundo, entonces lava tus platos.
El estado está ahora preocupado por dictar cómo se debe criar a los niños, qué se debe enseñar en el colegio, cómo llevar a la práctica las celebraciones patrióticas, o si se debe usar papel grueso o delgado en los baños públicos. El ciudadano de a píe pierde rápidamente protagonismo. Y será difícil volver a recuperarlo si se espera un poco más para hacer la oportuna y contundente reclamación.
Alexis de Tocqueville dijo: “existe en el corazón humano una tendencia depravada hacia la igualdad, una inclinación que impulsa al débil a hacer lo posible para que el más fuerte se rebaje a su nivel. Tal tendencia promueve que se prefiera la igualdad en la esclavitud a la desigualdad en libertad”.
Miremos hacia el siglo XIX…
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