Durante días presenté algunos de los
contenidos del libro de Anthony Esolen, publicado en 2008 en los Estados
Unidos. Hablamos de Grecia, Roma, la figura de Jesucristo, la Edad Media, el
Renacimiento, la Ilustración y el periodo correspondiente al siglo XIX y XX.
Las comparaciones con el Siglo XXI estuvieron presentes sistemáticamente.
Esolen repasa, pormenorizadamente, las claves que, en su opinión, han hecho de la civilización occidental lo que es hoy en día. Su principal objetivo es ayudarnos a darnos cuenta de que los valores que nos han llevado a situarnos a la cabeza del mundo, se están difuminando, peligrosamente, desde hace algún tiempo. Somos ahora, a su juicio, una civilización que, aunque parezca lo contrario, roza la decadencia.
Confieso que discrepo de varias de las cosas que leí en su libro, y que expresé en los distintos post con el ánimo de respetar los contenidos que el autor elabora. Es llegado ahora el momento de volcar mi valoración personal en este último post sobre tan interesante temática.
-. Concuerdo en que hay tradiciones y valores que nos dignifican como humanos, pero que corremos el peligro de abandonar. No veo ninguna razón de peso para que no cuidemos de nuestras propias tradiciones culturales, mientras respetamos las demás. Sin embargo, esta visión es distinta al llamado multiculturalismo. El respeto a otras tradiciones no significa que no pueda pensar, y decir, que considero que mis tradiciones son mejores.
-. Las tendencias políticas que nos impulsan a la globalización cultural, a través de la económica, empobrecen nuestro mundo. La diversidad cultural, dentro de un marco de referencia común, resulta crucial. Un ejemplo clásico de esta posición se puede encontrar en los Estados Unidos. Existe una enorme diferencia entre Missisipi, California y Nueva York, pero esos diversos estados también comparten determinadas señas de identidad que promueven su identidad americana.
Sueño con el día en que en mi propio país tengamos la sabiduría de aceptar (y respetar) las diferencias que separan a los catalanes de los vascos, a éstos de los gallegos o a los primeros de los andaluces, y que, simultáneamente, nos demos cuenta, con franqueza, de que resaltar nuestras señas comunes de identidad nos hace fuertes como país o nación.
-. No veo ningún problema en aceptar que el ser humano ocupa un lugar especial en el Cosmos. Hace algún tiempo visité el Observatorio Griffith, en Los Ángeles. La excelente narradora de las escenas proyectadas en el planetario, terminó su locución diciendo que, por lo que sabemos, nuestro mundo es especial, y, por tanto, nosotros también. Me gustaría añadir una pregunta: ¿por qué deberíamos mortificarnos pensando que somos una minúscula y despreciable mota de polvo estelar en un vasto océano cósmico? ¿Qué hay de malo en considerarnos especiales?
-. El bien, la verdad y la belleza existen, no son algo relativo, no son una convención social. El ser humano se encuentra capacitado para perseguir la bondad y la belleza, así como para descubrir la verdad.
-. La verdadera libertad no puede encontrarse dentro de vastos sistemas estatales en los que se pretende regular la mayor parte de las actividades vitales de los ciudadanos. Los políticos pueden representar determinados colectivos de ciudadanos, pero no se debería reducir la política a los políticos.
-. Una civilización en declive vive el momento presente y se olvida de las generaciones pasadas y venideras. Ahora pensamos en el placer inmediato y no nos permitimos demorar las eventuales gratificaciones o aceptar el dolor. Pensamos: puede que mañana sea tarde, o, a vivir que son dos días.
-. La concepción judía de Dios es, para Esolen, la idea más importante en la historia de la civilización humana. No estoy demasiado de acuerdo. Considera, por ejemplo, que promueve la visión del cosmos como algo ordenado susceptible de ser conocido. Sin embargo, esto ya se vio en Grecia. Además, Yahvé resultó ser un personaje bastante caprichoso, no muy diferente de los dioses egipcios o griegos en determinadas circunstancias. Aún así, los cristianos promovieron en Occidente la doctrina de que todos los hombres son creados iguales, y, por tanto, son iguales ante los ojos de Dios. Su vida será valorada por sus actos, no por sus posesiones.
-. La época medieval ha sido caricaturizada descaradamente por determinados pensadores. Su éxito ha sido arrollador, y conviene ponerle remedio. En la Edad Media se afianzaron determinadas ideas realmente importantes para comprender la esencia de la civilización occidental: la existencia de una belleza trascendente, la posibilidad de comprender racionalmente nuestro mundo y el hecho natural de que la verdad existe.
-. Existe también una naturaleza humana. La ley moral trasciende la convención social.
-. El presunto divorcio entre ciencia y religión es un mito alimentado por determinados intelectuales. Por razones desconocidas, ese mito ha calado en la sociedad occidental de hoy en día, favoreciendo la pérdida de la fe religiosa y promoviendo una inclinación irracional hacia la ciencia. Sin embargo, siendo realmente fascinante, la ciencia no está habilitada para responder a determinadas preguntas que inquietan al ser humano, quien se pregunta por su presencia en el cosmos.
-. Un Estado con ambiciones totalitarias debe combatir las creencias religiosas de la gente. Si el ciudadano busca guías para su conducta en la religión, entonces el Estado laico pierde el protagonismo que persigue vorazmente.
-. Ahora se nos invita a olvidarnos de la crucial declaración de Voltaire [“estoy en total desacuerdo con lo que dices y lucharé hasta la muerte para que tengas derecho a decirlo”]. Vivimos rodeados por leyes mordaza. La libertad de expresión, sencillamente, ha dejado de existir. Se nos dicta, con detalle, lo que debemos decir e incluso pensar.
-. La persecución de la felicidad no pasa por cultivar el hedonismo. Nos inclinamos a pensar, sin que sepamos por qué, que es mejor una vida esclava, pero igualitaria, que libre, pero desigual.
-. Las convenciones sociales no pueden sobrevivir a las tendencias naturales de los seres humanos. Tarde o temprano, las segundas acabarán con las arbitrarias convenciones. La llamada ‘ingeniería social’ no puede ganar la guerra, aunque pueda con alguna batalla.
-. La idea de ‘masa social’ está, afortunadamente, abocada al fracaso. La individualidad es un regalo, sagrado o no, que no contradice que los humanos sientan que forman parte de la misma especie. Intentar aniquilar esa individualidad no es solamente inmoral, sino también una práctica errónea.
-. Ciertos intelectuales se creen en posesión de la verdad. Concretamente, de lo que ellos consideran que es la verdad. Y, lo que es peor, se esfuerzan denodadamente por imponer esa presunta verdad a la gente corriente. Sin embargo, esa gente posee una sabiduría que se encuentra ahora devaluada, pero que se recuperará.
-. El Estado se esfuerza por reclutar al individuo para combatir a sus mayores enemigos: la familia, la comunidad, la herencia cultural y la genuina libertad. El individuo debe darse cuenta de esta estrategia y comenzar a combatirla a la mayor brevedad. Ganar la guerra supondrá volver a creer en la ley natural, en la libertad del ser humano para vivir con sus conciudadanos siguiendo esa ley, y en la capacidad de la razón para ayudarnos a discernir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, la verdad de la mentira.
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