¿Qué está detrás de la conducta supersticiosa?
Primero de todo conviene definir ‘conducta supersticiosa’. Este tipo de conducta se basa en la idea de que algo que hagamos repercutirá en un determinado resultado, deseado o indeseado.
Por ejemplo, cuando Rafa Nadal se coloca la cinta del pelo, se sube el pantalón, golpea la pelota contra el suelo seis veces –ni una más, ni una menos—y mira al cielo, antes de sacar, espera que esa cadena de conductas le permita ganar el punto sin moverse del sitio. Eso ocurre en determinadas ocasiones, y aunque no tenga absolutamente ninguna relación con el hecho de ganar el punto, él piensa que así es.
Cuando se nos cae el bote de la sal y tiramos un puñado por detrás de la espalda, tratamos de evitar un brote de mala suerte en nuestras vidas. Cuando tocamos madera, exactamente lo mismo. Si vemos una escalera en medio de la acera por la que íbamos a pasar, cruzamos enfrente para evitar una situación que, Dios sabe por qué, nos traerá un torrente de desgracias. El día 31 de diciembre ponemos a prueba nuestro gaznate deglutiendo cruelmente doce uvas. Simultáneamente, nos vestimos con unos calzones rojos comprador en una tienda de baratijas traídas de Shangai–habría que vernos.
Cuando los psicólogos estudian a los ratones de laboratorio, observan esta clase de conducta supersticiosa. Un experimento típico consiste en condicionar al ratón para que presione una determinada palanca si quiere obtener la comida deseada. Si, por alguna razón, el ratón restregó su espalda por la pared lateral antes de presionar la palanca y lograr la comida, se condicionará a llevar a cabo exactamente la misma secuencia a partir de ese momento. Invariablemente se restregará la espalda antes de presionar la palanca, a pesar de que esa conducta previa no tiene objetivamente ninguna relación con la obtención de la comida.
Este simple mecanismo que se acaba de describir para el ratón funciona en el caso de los humanos, por muy prosaico que pueda resultar. El poder de la conducta supersticiosa es tan extraordinario que los humanos, además, somos capaces de adquirir conductas supersticiosas simplemente viendo a nuestros semejantes o, todavía más interesante, cuando alguien nos cuenta que hizo tal y tal cosa y luego ocurrió X. Naturalmente, X es algo que perseguimos.
La conducta supersticiosa no ocurre solo para obtener algo, sino también para evitarlo. El ratón que antes deseaba su comida, ahora puede desarrollar una conducta supersticiosa para evitar un ruido molesto en su jaula, provocado por el malvado psicólogo. El ruido finaliza cuando presiona la palanca, pero si antes de presionar la palanca dio una vuelta sobre sí mismo, persistirá en esa conducta cuando aparezca el ruido y salga disparado hacia la palanca para terminar con semejante tortura acústica. A pesar de que el ruido le molesta, y mucho, parará a medio camino para dar una vuelta sobre sí mismo.
¿Estoy tratando de decir que somos, más o menos, como los ratones de laboratorio, cuando desplegamos nuestro rico abanico de conductas supersticiosas? Si, así es.
Los científicos estudian a los ratones de laboratorio para tratar de comprender algunas de las enfermedades que aquejan a la humanidad, como, por ejemplo, el cáncer o el Alzheimer. ¿Por qué debería ser distinto en el caso de la conducta humana?
Entonces, si somos ratones supersticiosos, ¿se puede ‘corregir’ ese tipo de conducta?
En el caso del ratón es posible, ya que nos encontramos en una situación que controla el psicólogo en todos sus pormenores. Puede, dicho brevemente, manipular las condiciones de la jaula para que deje de restregar su espalda contra la pared o de dar vueltas sobre sí mismo antes de llegar a la palanca. Basta con cambiar las condiciones de la situación. El experimentador podría, por ejemplo, mantener el ruido si el ratón da una vuelta sobre sí mismo antes de presionar la palanca. Llegado el momento del ciclo de condicionamiento, el ratón se dirigirá directamente hacia la palanca.
Sin embargo, en la vida de los humanos las cosas son algo más complicadas. Aunque sepamos que tirar la sal no tendrá consecuencias reales sobre lo bien o lo mal que nos vaya a ir, seguimos haciéndolo ‘por si acaso’. Total, ¿qué nos cuesta arrojar un puñado de sal al vacío? Por ahora la sal es barata.
El problema es que, en ocasiones, la conducta supersticiosa puede presagiar males mayores. El trastorno obsesivo-compulsivo es, ni más ni menos, un peligroso derivado. Y si no que se lo pregunten a Jack Nicholson…
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