¿Por qué tenemos cambios de humor?
Seguramente no recordarán al entrañable ‘invertido’, de la serie televisiva ‘La escoba espacial’. En esta serie, una galería de personajes realmente frikies nos hicieron reír a mandíbula batiente a quienes nos situábamos delante del televisor por aquellas épocas en las que solo teníamos dos canales. El objetivo de la nave, que recorría la Vía Láctea, residía en limpiar la basura del espacio.
El ‘invertido’ se caracterizaba por tener tantos genes masculinos como femeninos, de modo que presentaba reacciones opuestas dentro de un margen temporal contado en segundos. Cuando un grupo de fornidos guerreros del espacio intentaba invadir su nave, experimentaba una subida de testosterona y les declaraba la guerra a muerte. Sin embargo, al tomar conciencia de su atractivo, comenzaba a coquetear con ellos. Se mire como se mire, se trata de un sustancial y abrupto cambio de humor.
Los humanos, en general, no actuamos como el ‘invertido’. Somos más o menos alegres, activos o cautos. Dentro de un rango posible de situaciones, tendemos a expresar un determinado humor o estado de ánimo.
Sin embargo, experimentamos cambios en ese estado de ánimo. Algo que generalmente nos parece divertido, un determinado día nos resulta horriblemente aburrido. Llega una ocasión en la que alguien que nos cae realmente bien, nos parece insoportable. Una película que habitualmente hemos disfrutado, nos parece ‘noña’ cuando la visionamos en el vuelo de regreso a casa desde un lugar paradisiaco de Jamaica.
Esos cambios son, digámoslo sin tapujos, normales. Las causas que pueden estar de esos cambios son muy variadas: dormimos mal, comimos a deshora, nos peleamos con alguien que nos provocó, ingerimos una bebida energética, deglutimos un complejo vitamínico y se nos fue la mano con la dosis o, simplemente, nuestros niveles hormonales experimentaron un cambio temporal que logró afectar nuestra percepción de una misma realidad.
Generalmente basta con considerarlos una excepción para que las aguas vuelvan a su cauce al día siguiente. No deberíamos darles mayor importancia. Y si, durante el episodio, tuvimos la mala suerte de agredir verbalmente a alguien, sería una buena estrategia pedirle disculpas sin más. Con suerte, serán aceptadas.
No obstante, puede llegar a suceder que ese cambio se mantenga en el tiempo. Durante el ciclo de la vida, nuestros sistemas hormonales van cambiando. El ejemplo más paradigmático se refiere a las mujeres, como grupo. La llegada de la menarquia produce un torrente hormonal que promueve un cambio existencial en la chica. La menopausia aquieta ese río de hormonas, produciendo también determinados efectos, bastante conocidos. Sin embargo, tanto en una fase de la vida como en la otra, los cambios difieren de persona a persona de modo notable.
Los chicos tampoco se libran, aunque se le presta una menor atención al fenómeno. La pubertad genera cambios que se traducen en la conducta que despliegan. El descenso general en el nivel de testosterona a medida que se hacen mayores, no les convierte en ‘invertidos’, pero también produce consecuencias en su conducta.
En resumen, en nuestro organismo tiene lugar todo un festival basado en el trasiego de sustancias químicas. Esos cambios pueden tener un origen tanto interno como externo y producen determinadas sensaciones físicas. Dado que es en parte su trabajo, nuestro cerebro se aplica en interpretar, en darle sentido, a esas sensaciones. Cuando nos encontramos con una persona que generalmente nos ha parecido simpática, y de repente nos resulta irritable, seguramente el cambio pueda atribuirse a incrementos o reducciones temporales en nuestros niveles hormonales. Si lo dejáramos correr, si tuviésemos la habilidad de poner entre paréntesis esa sensación puntual, casi con seguridad la próxima vez esa misma persona volvería a resultarnos simpática. Sin embargo, a menudo parece que somos poseídos por la sensación, montamos en cólera, le decimos un par de frescas y damos al traste con una bonita amistad.
Quizá debiéramos invertir un poco más de nuestro preciado tiempo en comprender que nuestro cuerpo tiene, por decirlo de un modo gráfico, vida propia. Esa vida forma parte de nosotros, pero no somos estrictamente ‘nosotros’. Olvidarnos de este hecho puede producir un sufrimiento innecesario, tanto a nosotros como a las personas que nos importan.
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