Algunos pensadores comienzan a expresar sus reservas sobre la sociedad en la que estamos inmersos ahora que el siglo XXI está a las puertas de superar su primera década.
Echan la vista atrás, a Grecia o Roma, por ejemplo. Y se preguntan si nos hemos olvidado de lo que las generaciones que nos precedieron nos han enseñado. Se preguntan si el llamado multiculturalismo está acabando con nuestras tradiciones culturales más propias.
Los griegos eran tolerantes con los dialectos en sus diferentes regiones, pero estaban unidos por una sola lengua. Estaban unidos, también, por determinados cultos, como, por ejemplo, las olimpiadas. Estaban unidos por su herencia mitológica y literaria. A diferencia de los estudiantes de hoy en día en nuestra sociedad, ellos tenían algo en común.
Los griegos no trataban a sus hijos como a bebés. Y, como todos los hombres realmente libres, conversaban sin cesar sobre la vida en la polis –como ellos llamaban a sus ciudades--, sobre el dinero, los deportes, los dioses, la verdad y la ilusión, el bien y el mal.
Cada ciudad era conocida por una determinada habilidad o alguna virtud que la diferenciaba de las demás. Y pensaban de modo tan rotundo que una polis libre constituía la mejor oportunidad de llevar una buena vida, que cuando sus ciudades tenían demasiada gente enviaban a un grupo de ciudadanos a fundar una nueva polis en algún otro lugar.
Los griegos pensaban que (a) el mundo es un cosmos, un maravilloso todo ordenado en el que el ser humano ocupa un lugar especial, (b) la belleza no es materia de opinión o de acuerdo social, (c) el amor, inspirado por la belleza, posee una chispa divina y (d) nuestro estudio del mundo físico y del mundo moral debe ser diferente.
Estos pensamientos de los griegos constituyen un tremendo ataque a nuestras escuelas y a nuestros actuales sistemas políticos. El bien y el mal existen. La verdad existe y los humanos estamos en disposición de descubrirla. La belleza existe y podemos perseguirla. No se debería reducir el mundo a materia.
El filósofo griego Anaximandro propuso que si existe una causa del mundo, no puede formar parte de él. Por tanto, debe ser radicalmente diferente a los objetos de ese mundo. No puede ser material. Esta observación es evidente, pero hoy en día se considera anticientífica.
Platón razonó de un modo similar a Anaximandro: podemos ver todos los caballos del mundo, pero en tanto no concibamos la idea de lo que significa, en esencia, ser un caballo, no seremos capaces de saber qué es un caballo.
Platón propuso la existencia de tres facultades básicas en el ser humano: el intelecto, a través del que se juzga lo que es verdadero; el espíritu, que le impulsa a disfrutar de lo que es noble y bello; y el apetito, mediante el que desea lo que parece bueno en un determinado momento, como la comida o el sexo. En un humano virtuoso, estas facultades cooperan en armonía. El espíritu es la pasión que une el intelecto y el apetito.
El gobernante de la república de Platón no debe ser más listo que el resto de los ciudadanos, sino más sabio, más profundamente implicado con lo que es bueno, verdadero y bello. Naturalmente cualquier parecido entre este gobernante y los actuales es una pura coincidencia. Los políticos del momento presente no pueden implicarse con lo que es bueno, verdadero y bello, sencillamente porque ni siquiera creen que exista algo realmente bueno, verdadero o bello.
Aristóteles pensaba que el Estado nunca debería ser tan vasto que el ciudadano cayese en el anonimato. El ser humano debería vivir dentro de familias y clanes que pudieran gobernarse a sí mismos, yendo más allá de la mera subsistencia. Ese tipo de sistema social promovería la verdadera libertad.
¿Y qué pasa con Roma?
Habrá que esperar al siguiente post…
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