¿Tenéis los psicólogos un “sexto sentido”?
El sexto sentido lo tuvo Bruce Willis en el largometraje de M Night Shyamalan. Willis era algo parecido a un psicólogo del mas allá, mientras que nosotros lo somos del mas acá. Ojala tuviéramos ese sentido extra, pero fuera de la ficción, la realidad es que no tenemos más que lo que nos dicta el conocimiento que poseemos sobre la conducta humana y la experiencia acumulada desde que nos licenciamos.
Afortunadamente, para hacer lo que debemos no son necesarios más que los sentidos conocidos que la ciencia, no la ficción, ha constado que poseemos casi todos los seres humanos.
Esta es una pregunta bastante interesante, ya que, a menudo, denota que la gente piensa que somos capaces de leerles la mente y penetrar en sus más escondidos pensamientos. Sin embargo, la verdad es que pueden estar tranquilos: se trata de un mito, que, además, curiosamente, nosotros no hemos alimentado.
El contraste de esta percepción proviene de quienes suponen que su mente es tan compleja que ningún psicólogo será capaz de desentrañarla. Esta visión es por lo menos divertida. Realmente ninguno de nosotros es tan complicado como para que sea necesario usar un sexto sentido. Como solía decir el gran psicólogo, Hans Eysenck, es más fácil que un autobús llegue tarde porque el motor se ha estropeado, que porque el conductor se haya detenido a recoger margaritas en el campo.
Con esta analogía quería dar a entender que nuestra conducta es realmente bastante predecible. Y si lo que vamos a hacer se puede predecir, es porque no somos tan espontáneos, ricos en detalles y geniales como a veces parece que nos gusta pensar. Miramos fijamente a alguien cuando queremos intimidarle o cuando estamos enamorados. Nos burlamos de quien tenemos delante si sabemos que tenemos las de ganar en caso de que se produzca alguna clase de conflicto. Nos humillamos si tenemos algo que perder y ese algo nos resulta crucial. Mentimos para alcanzar algo deseable o para evitarle un sufrimiento innecesario a alguien que nos importa. Ayudamos a alguien más débil que nosotros llegado el caso, pero competimos con quien puede arrebatarnos algo que deseamos.
Los psicólogos no somos Bruce Willis. Pero tampoco nos resulta necesario. Basta con conocer a la persona que tenemos delante, intercambiar algunas frases, observar su mirada, encontrar incongruencias en las cosas que dice y en sus gestos, para llegar a una evaluación relativamente razonable de cómo es esa persona. Puede intentar ocultarnos aquello que más le interesa mantener en la reserva, pero no tardaremos en darnos cuenta.
Pero, ante todo, hay que recordar y tener presente que el psicólogo juega con ventaja: ni debe ni puede sentirse comprometido a ayudar a alguien que no desea ser ayudado. Por tanto, que el cliente tenga éxito al ocultar información relevante, únicamente va en detrimento suyo. Si alguien acude al médico escupiendo sangre, pero en realidad es sangre ficticia, sangre de pega que se expulsa en presencia del profesional para ponerle a prueba, no se podrá culpar a este último si presume que el paciente puede tener una ulcera de estómago. Si una mujer acude al psicólogo diciendo que su pareja la acosa verbalmente, pero realmente se trata de una información falsa, no se podrá acusar al psicólogo de suponer que se encuentra ante un caso de maltrato doméstico.
El psicólogo ni tiene ni necesita un sexto sentido, sino gente honesta que diga lo que piensa y lo que le sucede. Esa es la información realmente necesaria para que el profesional pueda comenzar a hacer su trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario