El sociólogo Charles Murray –en la actualidad W. H. Brady Scholar en el American Enterprise Institute de Washington, D. C.—se hizo famoso en los Estados Unidos por su libro Loosing Ground y en el mundo entero por The Bell Curve, escrito en colaboración con el psicólogo del aprendizaje Richard Herrnstein. En 2007 publicó tres artículos sobre educación en el prestigioso Wall Street Journal, lo que le valió la invitación a escribir un libro cuyo resultado es “Real Education”.
La obra se basa en lo que el autor considera son cuatro verdades simples:
1.- Existen diferencias individuales de capacidad
2.- La mitad de los niños se sitúa por debajo de la media de la población.
3.- Hay demasiada gente en la universidad.
4.- El futuro depende de cómo eduquemos a los estudiantes académicamente dotados.
Según Murray, los sistemas educativos de la actualidad viven una gran mentira, la mentira de que cualquier niño puede llegar a ser lo que desee. Realmente nadie se lo cree, pero se actúa como si fuera verdad. “Somos fóbicos a la posibilidad de decir en voz alta que los niños difieren en su capacidad para aprender las cosas que se enseñan en la escuela. No solamente odiamos decirlo, sino que reaccionamos con ira ante quienes se atreven a declararlo. Insistimos en que el emperador está vestido y en que quienes mantienen que está desnudo no pueden ser más que malas personas” (p. 11).
El autor denomina a esta visión “romanticismo educativo”. El sistema educativo actúa con imágenes idealizadas sobre el potencial de los niños y su capacidad para actualizar ese potencial. Cuando los hechos nos dan la espalda, simplemente se ignoran. Si se tratase de una mentira piadosa, no sería necesario denunciar la actual situación. Sin embargo, sus efectos son devastadores. El niño de 9 años que realmente lo pasa mal para comprender palabras simples y su compañero, que se dedica a leer “Paradiso” por simple diversión, se sientan en la misma clase día tras día, el primero frustrado por no poder hacer las más elementales tareas escolares y el segundo por aburrirse hasta llorar. Al chaval de 15 años que no le encuentra sentido al algebra, pero que posee un talento especial para las máquinas, se le dice que debe matricularse en cursos preuniversitarios, ya que si desea tener éxito en la vida debe pasar antes por la universidad. Esos dos tipos de chavales “son producto de un sistema educativo que no se permite hablar abiertamente sobre las implicaciones de los distintos límites educativos” (p. 12). Según Murray, le pedimos demasiado a los chavales situados por debajo de la media, las cosas equivocadas a quienes están en la media y demasiado poco a aquellos que se sitúan en la zona alta de la distribución.
Se discute brevemente en el libro una de las teorías más influyentes en educación: la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner. Sostiene el autor que los educadores que, siguiendo esta teoría, piensan que serán capaces de encontrar alguna capacidad en la que el chaval destacará, se engañan a sí mismos. Y gravemente –en el número 4 del volumen 41 de la revista Educational Psychologist se publicó (en 2006) un excelente monográfico con críticas a esa teoría y las correspondientes réplicas y contrarréplicas.
¿Qué significa estar por debajo de la media de la población?
Murray pone algunos ejemplos realmente ilustrativos. Veamos uno de ellos:
El año pasado la empresa X tuvo 90 empleados.
Este año el número de empleados ha aumentado en un 10%.
¿Cuántos empleados hay ahora?
(a) 9 (b) 81 (c) 91 (d) 99 (e) 100
El 62% de los chavales de octavo grado contestan mal a esta pregunta del National Assessment of Educational Progress (NAEP). Los límites a la capacidad lógico-matemática se traducen en límites sobre cuántas matemáticas puede aprender un gran número de niños en la escuela, sin que sea realmente importante lo que haga la escuela para evitarlo. La alfabetización no consiste solo en la habilidad para decodificar palabras aisladas, sino en la capacidad lógico-matemática de inferir, deducir e interpolar. “Una de las tendencias más irresponsables de la educación moderna ha sido la reducción de la evaluación sistemática y rigurosa de las capacidades de los estudiantes. Exigirles a los estudiantes que se ajusten a un estándar establecido sin considerar su capacidad académica, es erróneo y cruel para quien es incapaz de satisfacer tal estándar (…) incluso aunque no aplicásemos ningún test, el 50% de los niños se situarían por debajo de la media, el 33% en el tercio inferior y el 10% en el decil inferior. No hay que darle más vueltas” (p. 47).
Murray revisa, entre otros, el famoso “Coleman Report” en el que se consideraron 645.000 estudiantes a escala nacional (en los Estados Unidos). Esa ambiciosa investigación se diseñó para confirmar el relevante efecto de las escuelas, valorando decenas de variables presuntamente predictivas del aprendizaje educativo, vinculadas al historial escolar de los estudiantes, sus vecindarios, el nivel socioeconómica de sus familias, los currícula, las instalaciones de las escuelas o las cualificaciones de los profesores. Sin embargo, para sorpresa de los investigadores, se encontró que la calidad de las escuelas no se relacionaba con el logro académico.
El capítulo 2 se cierra con las siguientes palabras: “ha llegado el momento de reconocer que incluso las mejores escuelas con las mejores condiciones no pueden superar los límites al aprendizaje que imponen los límites de la capacidad académica. Esto no implica dejar de ayudar a los niños, sino dejar de hacerles daño” (p. 66).
En el capítulo 3 se justifica la declaración de que hay demasiada gente en la universidad. Comienza con el dato de que, durante mucho tiempo, el nivel de CI mínimo exigido para ingresar en la universidad fue de 115, lo que corresponde al 16% de la parte alta de la distribución. Y, a continuación, recuerda las siguientes palabras de John Stuart Mill: “las universidades no están para enseñar el conocimiento necesario para preparar a las personas para encontrar un determinado modo de ganarse la vida. Su objetivo no es preparar hábiles abogados, médicos o ingenieros, sino seres humanos capaces y cultivados”. Esto da una idea de hacía dónde se dirige el autor.
En opinión de Murray, una gran parte de los universitarios acuden para lograr su entrada preferente en la vida adulta. Piensan que para vivir mejor, es necesaria esa entrada, aún cuando eso suponga “sufrir” en el proceso. El resultado perverso es que la excesiva llegada de estudiantes a la universidad está obligando a rebajar el estándar de excelencia, ya que son los estudiantes quienes valoran la labor del profesorado. Cada vez es menos relevante enseñar lo que se debe aprender y más acuciante evitar problemas con el estudiantado. Es el profesor quien debe adaptarse a las preferencias del estudiante y no al revés. Si el estudiante piensa que hay demasiada exigencia, entonces se debe rebajar la carga para no perder puntos en la evaluación de su calidad docente.
En cuanto a la educación de los estudiantes con talento, escribe el autor: “necesitamos líderes con más integridad, más prudencia, más autodisciplina y más coraje moral, no líderes mas listos. Necesitamos más sentido común en la vida pública, no un puñado de intelectuales pasados de vueltas diciéndonos lo que debemos hacer” (p. 107).
A efectos prácticos, los países occidentales están gobernados por una élite que los ciudadanos no eligen. Esa élite es inteligente, pero, además, debería ser sabia. Sostiene Murray que precisamente la universidad debería contribuir a ese objetivo. Para explicarse, el autor se despacha con la siguiente declaración sobre quienes dirigen los medios de comunicación,: “Todos nosotros confiamos en la calidad de la información emitida por los medios –y, sin embargo, a día de hoy, esa calidad es terrible. La próxima vez que escuches o leas alguna noticia relacionada con el calentamiento global, el incremento de las desigualdades económicas, los efectos del tabaco sobre los fumadores pasivos o la efectividad de las intervenciones en preescolar, presta especial atención al material técnico de la historia” (p. 118).
El capítulo final lleva por titulo “Dejemos que se produzca el cambio” y se estructura en los siguientes epígrafes: el embudo; establezcamos los límites de lo posible; averigüemos cuáles son las capacidades de cada niño; démosle una clase ordenada y segura a los estudiantes que tratan de aprender; enseñemos conocimientos esenciales a todos los estudiantes; dejemos que los niños con talento vayan tan rápido como deseen; enseñemos cómo ganarse la vida a la mitad de los “chavales olvidados” (es decir, quienes están orientados al trabajo en lugar de a la universidad); aumentemos las posibilidades de elección; usemos certificados (de cualificación laboral) para reducir el atractivo del título universitario; adoptemos una educación (realmente) liberal; y, finalmente, aceptemos la responsabilidad.
Esos títulos (casi) hablan por si solos. El embudo representa, en la parte estrecha, las posibilidades educativas de los niños de baja capacidad académica. Ese embudo se ensancha conforme aumenta la capacidad. El uso de certificados de cualificación laboral reduciría sustancialmente el número de jóvenes que desean entrar en la universidad. Quienes quieran ingresar en el mercado laboral deberían ser sometidos a pruebas de cualificación que valoren lo que saben y lo que son capaces de hacer, no dónde lo aprendieron o cuánto tiempo les supuso hacerlo. Estos certificados lesionarían únicamente a un grupo de jóvenes: aquellos que se han matriculado en prestigiosas universidades para beneficiarse del efecto halo asociado a los títulos de esa institución, pero que, realmente, puntuarían bajo en las pruebas de cualificación. En cuanto a la educación liberal, el autor recupera, soslayadamente, sus argumentos de otra de sus obras –magnífica, a mi juicio—Human Accomplishment. Escribe: “el atractivo por la excelencia no constituye una expresión piadosa de lo que un niño superdotado debería sentir, sino una realidad sobre lo que sentirían la mayor parte de esos niños si el ambiente que les rodease no se lo impidiera” (p. 166).
Antes de pasar a las interesantes notas técnicas, cuya lectura es realmente recomendable, Murray concluye su obra así: “La meta de la educación es conducir al niño hacia la vida adulta habiendo descubierto las cosas que le gusta hacer y hacerlas al más alto nivel que le permita su potencial. Esta meta se aplica a todos los niños, independientemente de su capacidad académica. No hay caminos de primera y de segunda clase para disfrutar poniendo en práctica nuestras capacidades. Es una satisfacción humana esencial y su carácter universal puede conectarnos a todos nosotros. Abrir la puerta a esta satisfacción es lo que hace la educación real” (p. 168).
En el mes de octubre de 2008, Charles Murray fue invitado a impartir una conferencia sobre educación en Brasil. Por una carambola del destino, tuve acceso al texto de esa conferencia. Las tres preguntas que se propuso responder fueron: (1) ¿Por qué Brasil logra magras puntuaciones en PISA?, (2) ¿Son estas puntuaciones importantes en el mundo real?, y (3) ¿Cuál es la reacción educativa más eficiente ante estos pobres resultados educativos?
Centrándonos en la tercera pregunta, Murray revisa, y descarta, el efecto de los programas de intervención temprana o de las reformas escolares en el periodo de enseñanza obligatoria.
Les invita a hacer algo que, en su país, carece por completo de eco: prestar atención a los estudiantes con talento académico. Sostiene que (1) Brasil posee un abundante talento académico –de hecho, muy pocos países en el mundo poseen un número mayor de estudiantes con talento; (2) el futuro económico de Brasil depende mucho más del número de estudiantes con talento que de la capacidad promedio de la población del país –la creación de riqueza nacional depende de una materia prima que no sabemos manufacturar, a saber, la alta capacidad intelectual, y de ella dependen no solamente los descubrimientos científicos y la sofisticación tecnológica, sino también la creatividad y la imaginación que promueve los negocios de éxito; (3) sabemos cómo mejorar el aprovechamiento económico de los estudiantes dotados –dejándoles ir tan rápido como deseen y facilitándoles el acceso a cursos con profesores exigentes que les supongan un reto. En los Estados Unidos se considera políticamente incorrecto proponer una educación mejor para los estudiantes dotados, por lo que esa preciada materia prima se desaprovecha.
Murray no pudo llegar a impartir esta conferencia en Brasil.
Te felicito por esta entrada, es realmente magnifica y me va a servir como apoyo a mi argumento de que el TDH es un subproducto del sistema educativo.
ResponderEliminarMuchas gracias por el feedback Paco. Saludos, R
ResponderEliminar