El sociólogo Charles Murray ha propuesto recientemente una alternativa al estado de bienestar vigente en el mundo occidental que, a mi juicio, merece la pena comentar brevemente. Su tesis se basa en los Estados Unidos, pero es aplicable a Europa.
Comienza con el dato de que el gobierno americano redistribuye anualmente más de un trillón de dólares en concepto de gastos de jubilación, sanidad y lucha contra la pobreza (los datos concretos aparecen en sendos apéndices). Sin embargo, año tras año se demuestra su ineficacia, por lo que Murray busca una solución. ¿Cuál puede ser? En su opinión, darle ese dinero directamente a la gente, en lugar de dárselo al gobierno para que este se encargue de redistribuirlo.
Su PLAN es muy concreto: en lugar de establecer complejos sistemas de redistribución gestionados por el estado, limitémonos a darle a la gente el dinero en metálico que permite salvar la diferencia entre lo que gana y lo que necesita para llevar una vida digna. Si invertimos tanto dinero en erradicar la pobreza, ¿por qué no darle a las personas pobres el dinero suficiente para que dejen de ser pobres y les dejamos actuar por su cuenta?
El PLAN sustituye la compleja redistribución del estado, por un único pago a cualquier ciudadano que tenga 21 años o más. No debería existir ningún programa estatal que discriminase a unos ciudadanos en beneficio de otros. Cualquier ciudadano que haya llegado a los 21 años, recibirá su beca en metálico, que podría establecerse inicialmente en 10.000 dólares anuales –revisables según vaya cambiando la situación económica del país. Cada mes, ese ciudadano recibirá una transferencia en su cuenta bancaria por la cantidad que le corresponda.
Los 10.000 dólares de la beca serán enviados a cualquier ciudadano que no gane más de 25.000 dólares anuales. Si el ciudadano gana anualmente entre 25.000 y 50.000 dólares, entonces percibirá una disminución proporcional en su beca, pero nunca estará por debajo de los 5.000 dólares. Que el ciudadano esté casado o no, viva sólo o no, es irrelevante.
Esto es lo que Murray le diría a los ciudadanos: “Aquí está el dinero. Úsalo como quieras. Tu vida está en tus manos”.
El capítulo 2 de su libro repasa la viabilidad económica del plan. Y las cuentas salen airosas. Por ejemplo, (a) entre 1980 y 2000, el aumento en el coste de los programas gubernamentales destinados a mejorar el estado de bienestar ha supuesto un 2.9%, es decir, tres veces más que la previsión de aumento para apoyar el PLAN y (b) entre 1970 y 2001, el porcentaje de ciudadanos que perciben 50.000 dólares anuales o más se ha duplicado, llegando casi al 18%.
La Parte II del libro revisa los efectos inmediatos del PLAN sobre la jubilación, la sanidad, la pobreza, los desclasados y la fuerza laboral.
Una de las primeras ventajas del PLAN es su carácter universal. Permite que incluso ciudadanos que hayan percibido bajos ingresos durante su vida laboral, puedan disfrutar de una jubilación confortable. Una manera de lograrlo es invertir parte de la beca en un plan de jubilación personalizado. Puede que algunos ciudadanos no quieran hacerlo, pero esa será su decisión: “deberíamos preguntarnos si tiene sentido decirle a la gente que, por su propio bien o el de la sociedad, no se les debe permitir usar su beca como les venga en gana”.
En cuanto al sistema de salud, Murray discute algunas de las perversidades de los sistemas plenamente gratuitos, típicamente europeos. Por ejemplo, el ciudadano decide acudir a un especialista carísimo, cuando su problema podría ser tratado en un ambulatorio. Pero, como es gratuito…
También en este caso, el ciudadano podría invertir una parte de su beca en un sistema de salud personalizado. En esta tesitura, podría optar por pagar de su propio bolsillo por atenciones médicas menores e invertir su dinero por si llega el caso de necesitar una intervención de alto coste.
El efecto del PLAN sobre la pobreza involuntaria será fulminante. Si se invierte un 50% de la beca en un plan de jubilación y en un seguro sanitario, todavía se dispone de 5.000 dólares. La definición oficial de pobreza en 2002 se situaba en algo más de 9.000 dólares. Si el ciudadano tiene un trabajo de muy baja cualificación, puede ganar anualmente 10.000 dólares por su cuenta, lo que, unido a los 5.000 de la beca, le sitúa bastante por encima del umbral de la pobreza.
En cuanto a los ciudadanos que no desean trabajar, es decir, los llamados “desclasados”, la beca es una noticia excelente: basta con que media docena de personas unan sus becas para contar con un capital suficiente para alquilar una cabaña en una playa remota y dedicarse el resto de sus vidas a hacer surf.
La Parte III es, posiblemente, la más sugerente en términos humanos. Murray revisa cuestiones como la persecución de la felicidad en las sociedades avanzadas, la vocación, el matrimonio o la comunidad.
Inicialmente se despacha con lo que él denomina el “Síndrome de Europa”, es decir, las vías para ignorar la vocación: “si se cree que Dios no existe y que no hay ningún sentido trascendental en la vida, entonces cabe esperar la desaparición de la religión como una consecuencia válida de la seguridad económica que el estado de bienestar alimenta (…) cuando la vida se convierte en un picnic general, con nada importante que hacer, las ideas de grandeza se hacen irritantes”.
Pero, “la medida definitiva del éxito de una determinada política es que permite a la gente ser feliz, en el sentido usado por Jefferson en la Declaración de Independencia: la felicidad es una satisfacción justificada y a largo plazo con la propia vida en general. Si este es el sentido correcto de felicidad, entonces no puede ser sinónimo de placer”.
Según Murray, la materia prima de la felicidad está compuesta por (a) las relaciones íntimas con otros seres humanos, (b) la vocación y (c) el respeto por uno mismo. Las instituciones que permiten alcanzarlas son la familia, la comunidad y el trabajo. Visto desde esta perspectiva, una de las funciones básicas del gobierno para estimular la consecución de la felicidad de los ciudadanos, es asegurarse de la vitalidad de estas tres instituciones.
El PLAN funcionaría porque es congruente con la naturaleza humana (a) los humanos, como individuos, tienden a actuar según sus propios intereses, (b) los humanos desean la aprobación de los demás y (c) los humanos asumen responsabilidades en la medida en que las circunstancias se lo exigen.
El PLAN facilita encontrar la propia vocación permitiendo cambiar de trabajo y ayudando a que alguien pueda acumular capital para perseguir su sueño. La contratación y el despido deberían ser absolutamente flexibles, por un lado, y, por otro, alguien podría invertir su capital en su idea y fracasar, pero todavía seguiría contando con su beca.
En cuanto a la familia, es interesante darse cuenta de que si uno de los miembros de la familia decide no trabajar, contará, en cualquier caso, con su beca anual.
El PLAN también devolverá a la sociedad civil sus propias responsabilidades. La burocracia gubernamental es moralmente neutra; la sociedad civil no lo es. Muchas de las cosas que ahora hace el Estado, podrían hacerlas con mucha mayor proximidad y eficiencia las propias comunidades.
En suma, Murray propone “que nuestras vidas vuelvan a nuestras manos –nosotros como individuos, nosotros como familias y nosotros como comunidades”. El Estado debería inhibirse en muchas de las cosas que ahora ha asumido como propias y devolverle al ciudadano lo que siempre fue suyo.
FUENTE: Charles Murray (2006). In Our Hands. Washington: AEI Press.
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