El libro de Ruiz-Doménec (El Gran Capitán) de casi 900 páginas, es francamente aburrido. Es una pena que su encomiable y colosal tarea de documentación termine produciendo una obra tediosa y absurdamente extensa. La figura del Gran Capitán se merece un tratamiento trepidante. No sé por qué el autor opta por un obsoleto e improcedente estilo erudito que invita al sopor del lector interesado en esta figura de la historia de España.
Gonzalo Fernández de Córdoba, nuestro Gran Capitán, vive una relación de pesadilla con Fernando el Católico, su primo. La perenne tormenta vital es provocada por los recelos y envidas del rey (“la ambigüedad está en el centro de la acción política de Fernando”) ante los arrolladores éxitos militares y diplomáticos de su capitán (“el recelo de Fernando sobre Gonzalo es el parásito que corroe el Estado dinástico español”).
La aventura de Gonzalo comienza con la toma de Granada por parte de los reyes católicos. Gonzalo era amigo personal de Boabdil, pero, en su afán por contentar a Fernando, traiciona al sultán nazarí.
Algo después de la toma de Granada, en 1492, comenzará la aventura italiana de Gonzalo. En esa época, el arte de la guerra cambiaba con suma rapidez. Cuando Gonzalo tuvo que enfrentarse, en terreno italiano, al ejecito francés mucho mejor pertrechado que el castellano, adoptó tres importantes decisiones: (1) reorganizar su ejército, (2) promover el trabajo de equipo, donde cada individuo tiene una función imprescindible y (3) reconsiderar el papel de la caballería en el orden táctico. Gonzalo logra varias victorias sobre los franceses y entra triunfal en la Roma del Papa Borgia, el 9 de Marzo de 1497 (“las gestas en Italia contra los ejércitos franceses constituyen una etapa fundamental de la historia de España, que no se puede olvidar”). Ahí comienzan realmente las reservas de Fernando el Católico.
Tras su primera aventura italiana, Gonzalo emprende su lucha contra los turcos en el istmo de Lepanto. Sale victorioso y, tras un paso por España, regresa a Nápoles.
Ruiz-Domènec destila, en varias ocasiones, la decepción de Gonzalo para con su propio país. Por ejemplo: “Gonzalo estaba cansado de las sutilezas diplomáticas, y en su cabeza bulle el hecho de que su país nunca estaría a la altura del Imperio que deseaba tener (…) por qué los hombres capacitados eran apartados de los cargos de responsabilidad y se los daban a ineptos declarados. Gonzalo lo había intentado y había fracasado. Sus amigos estaban bien situados, pero ninguno era capaz de enfrentarse a Fernando haciéndole ver la torpeza de sus actos”.
En la tercera parte de su obra, Ruiz-Domènec explora la creación del mito del Gran Capitán a través de los siglos, y tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
El año 1516 fue muy largo. Comienza el 23 de Enero con la muerte de Fernando el Católico y concluye el 18 de septiembre de 1517 con la llegada a las costa de Asturias de la flota de 40 naves que traía a Carlos de Gante para hacer efectiva la herencia de su madre Juana (la presunta loca) y de su abuelo Fernando. Carlos se interesa por el Gran Capitán y descubre sus 4 rasgos clave: virtud, generosidad, sabiduría y autoridad.
Carlos V admiró a Gonzalo, pero ese no fue el caso de su hijo, Felipe II, aunque paulatinamente fue cambiando de parecer para apoyar su propio proyecto político. Pero esa política fracasó y los grandes beneficiarios fueron, para sorpresa de algunos, los holandeses.
Felipe III se acercaba más a su abuelo, Carlos V, que a su padre, Felipe II, aunque estaba excesivamente influido por el Conde Duque de Olivares, según Quevedo.
En la época de Felipe IV, “en España había rebrotado, una vez más, el amargo crimen de la ingratitud hacia los hombres de talento. Para quien comprende este mal, el único realmente serio que padece nuestro país entonces y ahora, resulta incluso una obviedad que Lope de Vega impute fundamentalmente esta actitud a los intrigantes de la corte, arremolinados entre sí como si fueran miembros de una secta interesados solo en su propio beneficio y en la irresponsable destrucción de los valores de España”.
Quevedo, en sus “Escritos políticos”, se hace eco de un rumor cada vez mas extendido en la sociedad española, la ingratitud de los reyes hacia sus mejores hombres: “La decadencia (del Imperio) fue considerada en España como una torpeza de las clases dirigentes más preocupadas de sus exagerados privilegios y de sus extravagancias mundanas que de la situación política de su país”.
Baltasar Gracián, en contra de Thomas Hobbes –en su “Leviatán”—considera las ideas políticas como síntomas del comportamiento de unos individuos singulares, no como un fenómeno abstracto. Son los hombres quienes sustentan las ideas, no éstas a aquellos.
Los escritores románticos franceses conciben así al pueblo español: valiente, sin educación, apasionado por las mujeres, por los toros y por los crepúsculos rojizos de la llanura andaluza; una pueblo violento, orgulloso, indisciplinado, capaz de lo mejor y de lo peor, dominado por el complejo de Don Juan Tenorio.
Y la siguiente es una de las frases de clausura del autor de esta biografía del Gran Capitán, que quiero destacar: “El hecho de que sea necesaria la muerte para poner fin a la envidia de toda una sociedad sobre un hombre excepcional se convierte en la expiación del pecado por excelencia de España y de los españoles”.
¿te pareció realista lo que aparece en el libro sobre una supuesta relación amorosa entre Gonzalo Fernández de Córdoba y Boabdil?
ResponderEliminarLa verdad es que no, no me parece verosimil, pero nunca se sabe. Cousas veredes... Salu2, Roberto
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