Me sorprende, negativamente, la selectividad de Lovelock al elegir algunos de los datos sobre los que descansan sus argumentos. Un ejemplo especialmente revelador es su aceptación acrítica del famoso ‘palo de golf’ de Mann [“me gusta tenerlo a la vista para reforzar mis argumentos frente a los escépticos del calentamiento global”] así como de las evidencias que el IPCC da por válidas –por ejemplo, la interpretación de la correlación entre temperatura global y nivel de CO2 y metano en el hielo antártico.
En el capítulo 4 confiesa que se toma en serio “la opinión de Michael Crichton”, pero no porque la considere correcta, sino porque es un excelente novelista. Sin embargo, no se toma la molestia de explicarnos por qué considera incorrecta su postura.
Lovelock omite la réplica que los investigadores canadienses Stephen McIntyre y Ross McKitrick hicieron en 2003 sobre el palo de golf de Mann que el IPCC considera válido, demostrando que era claramente incorrecto (ver gráfico). Este sabio inglés debería tenerlo también a la vista para recordarle que a veces los científicos ven lo que no hay.
Tampoco discute la posibilidad de que la correlación entre temperatura y CO2 puede atribuirse a un aumento de temperatura, no al incremento de CO2: el aumento de calor emitido por el sol promueve que se retenga más dióxido de carbono en la atmósfera.
Quizá el mayor quebradero de cabeza para Lovelock es la superpoblación. Simplemente Gaia no puede mantener esa ingente cantidad de sapiens, por lo que la catástrofe que él predice aliviará la carga.
Soy solamente un psicólogo, pero lo que sé sobre la Tierra me lleva a concordar con estas tres declaraciones de Lovelock hacia el final de su obra:
“no estamos mejor cualificados para ser los administradores o promotores de la Tierra de lo que las cabras lo están para ser jardineros (…)
los científicos y los asesores científicos tienen miedo de admitir que, en ocasiones, no saben qué sucederá en el futuro (…)
vivimos en tiempos de enconado enfrentamiento, no de reflexión, y tendemos a oír solo los argumentos de los grupos de presión que representan intereses específicos”.
Estas declaraciones son coherentes con una postura diferente a la mantenida expresamente por este científico en la ‘La venganza de la Tierra’: hagamos lo que hagamos, seguiremos o no con nuestra civilización según los cambios que se produzcan en nuestro hogar planetario por motivos que escapan a nuestro control. Si pereciésemos como civilización volveríamos al lugar que nos corresponde entre las estrellas de las que provenimos. ¿Para qué preocuparse tanto? ¿Por qué deberíamos obsesionarnos con el futuro? Cuidar del propio hogar ahora es la mejor apuesta. Como lo ha sido siempre. A veces lo hacemos mejor, otras peor. Lo que tenga que venir, vendrá. Y entonces sabremos si lo mejor supera a lo peor.
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