Los medios de
comunicación se han hecho eco de un estudio publicado en ‘Nature Neuroscience’ concebido por tres científicas –Susanna
Carmona, Erika Barba y Elseline Hoekzema.
La investigación es
elegante y los resultados sorprendentes.
Es elegante porque
compara los cerebros de un grupo de 25 mujeres antes de quedarse embarazadas,
después de haber sido madres y dos años más tarde. Esos cambios son evaluados
con respecto a un grupo control de 20 mujeres y a los padres de los bebés.
Observan una robusta reducción del volumen de
materia gris en el cerebro de las mamás, ausente en los otros dos grupos,
tanto después del parto como en el seguimiento hecho 24 meses después. Las madres pierden materia gris y, al
menos en el periodo considerado, no
vuelven a recuperarla.
Cuando leí esta
información en la prensa me sorprendió que se interpretase esa pérdida de
volumen cerebral como algo positivo, así que me fui al artículo original para
estudiarme los detalles. El número de regiones en las que se apreciaba la
pérdida, tanto de volumen como de superficie y de grosor cortical, era
sustancial. Además, esas regiones son conocidas por apoyar funciones cognitivas
de alto nivel: a) medial frontal and prefrontal cortex, b) anterior and
posterior cingulate, c) precuneus, d) superior, medial and lateral temporal.
Ante este panorama
cabe preguntarse cómo se puede interpretar positivamente el hecho de que las
madres dispongan de menos potencia de procesamiento, tanto después del parto
como dos años después. Pero si hay algo que nos caracteriza a los científicos
es nuestra habilidad para encontrar respuestas. En eso consiste el avance del
conocimiento.
Los autores comparan
el bien conocido proceso de poda sináptica que se produce en la adolescencia,
necesario para afinar nuestras conexiones cerebrales, con el efecto de
reducción que ellos observan. A efectos prácticos, el cerebro de las mamás se comportaría como el de los adolescentes.
Esa reducción de la materia gris permitiría sintonizar, de alguna manera, el
cerebro de las madres para desempeñar con mayor eficacia lo que la evolución
dictamina.
Usan una poderosa
comparación con las regiones que se han identificado como responsables de la llamada
‘Teoría de la Mente’, es decir, la
capacidad de los humanos para ponerse en el lugar (de hecho, en la mente) de
sus semejantes. Esas regiones se corresponden razonablemente bien con las que reducen
su volumen en el estudio que estamos comentando.
Pero los autores van
más allá, explorando los niveles de activación ante escenas de los bebés de las
madres y de bebés no relacionados con ellas. La respuesta funcional más acusada
se aprecia en las regiones en las se observó la pérdida de materia gris. Niquelado.
Finalmente, se intenta
averiguar si se pueden distinguir inequívocamente los cerebros de las mamás de
los individuos de control. Aplicando un análisis de clasificación multivariado
relativamente complejo, se observa que esos cerebros se puede discriminar con
una eficacia perfecta (100%).
¿Demasiado bonito para
ser verdad?
El tiempo lo dirá. En
ciencia ese tiempo se traduce en estudios de replicación, naturalmente.
Los cambios hormonales
que se producen durante el embarazo están bien establecidos. Y las hormonas
influyen en el cerebro. Pero la comparativa con la adolescencia para explicar
el carácter positivo de esa potencia de procesamiento me resulta atrevida. Si
regiones cerebrales que se encuentran involucradas en procesos cognitivos de
alto nivel experimentan una pérdida de materia gris, es razonable esperar un
efecto negativo en determinadas funciones mentales, aunque pueda ser positivo
para el mundo emocional.
¿Se pierde ‘razón’ para ganar
‘co-razón’?
Carmona explica que la
poda sináptica elimina las conexiones débiles y subraya las importantes para mejorar
la comunicación en el cerebro. Y se pregunta si durante el embarazo se produce
el mismo fenómeno. Responde que, a su juicio, así es: “creemos que estas reducciones reflejan un
mecanismo parecido a la poda sináptica que ocurre durante la adolescencia y que
esta poda, al igual que en la adolescencia, está inducida por el efecto de
hormonas esteroideas en el cerebro”.
Ignoro por qué no se estudió la
conectividad del cerebro de las mamás, tanto a nivel estructural como
funcional, algo que hubiera permitido confirmar esa sospecha. Se hubiera podido
comprobar, por ejemplo, si mejora la integridad de la materia blanca que
conecta las regiones identificadas como susceptibles de reducción volumétrica.
Pero no se informa al respecto en este artículo.
Hace algunos años
hicimos un estudio en mi equipo de investigación para intentar averiguar si el rendimiento en los test
estandarizados de inteligencia fluctuaba según la etapa del ciclo menstrual
en el que se encontraban las mujeres. Los niveles de estradiol y progesterona
cambian durante el ciclo, pero la investigación previa había producido
resultados inconsistentes: mejor capacidad de razonamiento abstracto cuando el
nivel de progesterona es bajo, mejor capacidad verbal cuando el estradiol está
alto, o mayor capacidad visuoespacial cuando el estradiol está bajo.
Para aumentar el
interés del estudio –o eso pensábamos—comparamos a las mujeres con un grupo de
varones. Observamos que no existía una diferencia de sexo significativa en
nivel intelectual cuando los niveles de progesterona y estradiol estaban en su
punto más alto.
Usamos las fases del
ciclo menstrual usualmente identificadas: 1)
menstrual (días 1 a 5), folicular (días 6 a 12), ovulatoria (días 13 a 17),
midluteal (días 18 a 24) y premenstrual (días 25 a 28). El nivel de estradiol
alcanza el valor más alto durante la fase folicular, mientras los niveles más
elevados de progesterona y estradiol se alcanzan en la midluteal.
No les voy a aburrir con los numerosos
detalles de este estudio, pero observamos que la diferencia promedio en rendimiento
intelectual (IQ) cambiaba sustancialmente según la fase del ciclo: era máxima
en la fase menstrual y mínima en la midluteal. Por tanto, el rendimiento intelectual de las mujeres era sustantivamente mejor
cuando los niveles de progesterona y estradiol eran elevados.
Por cierto, como se recuerda en el artículo
que estamos comentando en este post,
los altos niveles de estradiol en chicas adolescentes predicen una mayor
pérdida de materia gris en bastantes de las regiones que aparecen también en la
comparativa de las mamás con los individuos de control.
¿Por qué recupero ese viejo estudio?
Porque es consistente con la tesis de
los autores con respecto a la influencia de las variaciones hormonales sobre el
cerebro, y, más en concreto, sobre uno de sus productos, es decir, el
rendimiento cognitivo.
Sin embargo, ellos no observan ningún
cambio en las (escasas) medidas cognitivas que consideran (memoria verbal y
memoria operativa). Por tanto, las mamás experimentan una pérdida de materia
gris, pero eso no se refleja en su rendimiento cognitivo, tal y como se valora
aquí.
Me resulta sorprendente, pero los datos
son los datos.
Espero ansioso una réplica de este
estudio, aunque no será fácil. Los integrantes de este equipo han trabajado
mucho y bien, con paciencia y tesón, características difíciles de encontrar en
nuestro competitivo mundo. La predominante hiperactividad actual casa mal con
virtudes como la paciencia –quizá porque no se encuentra entre las cardinales.
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